Candela Ypunto· 29/4/2018. COPIADO a Javier Cánaves. Ayer a las 15:28 ·
La violación
Llevaban dos meses siguiendo al hombre. Se turnaban en la vigilancia, y
todos los días se comunicaban los pormenores, las novedades, los
progresos.
Ya sabían a qué hora salía de casa, la ruta que seguía hasta su despacho, dónde aparcaba, los sitios que frecuentaba a la hora de comer.
Por las tardes no era tan regular; la mayoría de las veces se quedaba a trabajar hasta la noche, pero otras se iba a un edificio de apartamentos donde permanecía dos horas hasta que volvía a su casa en las afueras, justo a la hora de cenar. Habían averiguado que era la casa de su amiga secreta, y decidieron que parecía más despreocupado y vulnerable tras esas visitas, por lo que iba a ser más fácil de interceptar.
Por fin eligieron el día. Se apostaron en la furgoneta alquilada, las siete juntas, y tuvieron que hacer un esfuerzo para reprimir la excitación con las consignas adecuadas: “Tranquilas, esto no podremos repetirlo, tiene que salir bien a la primera”.
El hombre salió por el portal de su amante a las ocho de una oscura tarde de invierno. Estaba abriendo la portezuela de su coche cuando vio acercarse a una mujer. Le gustó porque iba bien vestida, con una minifalda estrecha, medias de dibujos que torneaban sus piernas perfectas, una chaqueta de cuero que le sentaba como un guante, unas ligeras bailarinas por calzado. Y su voz era encantadora cuando le preguntó:
—¿Es esta la calle de la Esperanza?
Empezaba a decirle que no con una mirada apreciativa, incluso coqueta, cuando sintió una mano invadiéndole desde la espalda y apretando contra su nariz un pañuelo impregnado de un fuerte olor.
Luego ya no supo más hasta que despertó, tumbado en el suelo duro de una furgoneta y rodeado de rostros que lo observaban con una mezcla de curiosidad y burla. No tuvo tiempo de saber cuantos ojos lo miraban, porque se vio volteado por un sinfín de manos hasta dejarlo boca abajo con los brazos retorcidos tras la espalda.
Alguien le tapó la boca. Alguien le bajó los pantalones. Alguien se sentó sobre sus nalgas. Alguien tiró de su miembro y alguien apretó sus testículos hasta hacerlo llorar de dolor. Y luego, alguien le metió algo grande y duro por el ano y lo movió, dentro y fuera, dentro y fuera, arriba y abajo.
Le dolía mucho, y gritó mucho, pero no consiguió oír su propia voz.
Tampoco supo cuánto tiempo después abrieron la portezuela del vehículo y fue arrojado a la acera amordazado y desnudo. La ropa cayó a su lado, luego su maletín de trabajo le golpeó en la espalda.
Oyó cómo el coche se ponía en marcha. Y sobre el ruido, una voz le gritaba:
—¡Hala, venga, denúncienos, señor juez! ¡Ahora ya sabe usted lo que es una violación!
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Ya sabían a qué hora salía de casa, la ruta que seguía hasta su despacho, dónde aparcaba, los sitios que frecuentaba a la hora de comer.
Por las tardes no era tan regular; la mayoría de las veces se quedaba a trabajar hasta la noche, pero otras se iba a un edificio de apartamentos donde permanecía dos horas hasta que volvía a su casa en las afueras, justo a la hora de cenar. Habían averiguado que era la casa de su amiga secreta, y decidieron que parecía más despreocupado y vulnerable tras esas visitas, por lo que iba a ser más fácil de interceptar.
Por fin eligieron el día. Se apostaron en la furgoneta alquilada, las siete juntas, y tuvieron que hacer un esfuerzo para reprimir la excitación con las consignas adecuadas: “Tranquilas, esto no podremos repetirlo, tiene que salir bien a la primera”.
El hombre salió por el portal de su amante a las ocho de una oscura tarde de invierno. Estaba abriendo la portezuela de su coche cuando vio acercarse a una mujer. Le gustó porque iba bien vestida, con una minifalda estrecha, medias de dibujos que torneaban sus piernas perfectas, una chaqueta de cuero que le sentaba como un guante, unas ligeras bailarinas por calzado. Y su voz era encantadora cuando le preguntó:
—¿Es esta la calle de la Esperanza?
Empezaba a decirle que no con una mirada apreciativa, incluso coqueta, cuando sintió una mano invadiéndole desde la espalda y apretando contra su nariz un pañuelo impregnado de un fuerte olor.
Luego ya no supo más hasta que despertó, tumbado en el suelo duro de una furgoneta y rodeado de rostros que lo observaban con una mezcla de curiosidad y burla. No tuvo tiempo de saber cuantos ojos lo miraban, porque se vio volteado por un sinfín de manos hasta dejarlo boca abajo con los brazos retorcidos tras la espalda.
Alguien le tapó la boca. Alguien le bajó los pantalones. Alguien se sentó sobre sus nalgas. Alguien tiró de su miembro y alguien apretó sus testículos hasta hacerlo llorar de dolor. Y luego, alguien le metió algo grande y duro por el ano y lo movió, dentro y fuera, dentro y fuera, arriba y abajo.
Le dolía mucho, y gritó mucho, pero no consiguió oír su propia voz.
Tampoco supo cuánto tiempo después abrieron la portezuela del vehículo y fue arrojado a la acera amordazado y desnudo. La ropa cayó a su lado, luego su maletín de trabajo le golpeó en la espalda.
Oyó cómo el coche se ponía en marcha. Y sobre el ruido, una voz le gritaba:
—¡Hala, venga, denúncienos, señor juez! ¡Ahora ya sabe usted lo que es una violación!
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