El prestigioso científico y pediatra suizo Remo H. Largo presenta el libro «Ìndividualidad humana» en el que insiste en la idea de que no hay dos seres humanos únicos, que no podemos ampliar nuestro potencial y que hay convivir y aceptar las diferencias
«No es posible ampliar por ningún medio el potencial de una persona». Con esta idea, el prestigioso científico y pediatra suizo Remo H. Largo sostiene que es indistinto si los niños dedican más o menos horas a actividades extracurriculares, van clase de ballet, piano, fútbol o artes marciales...«Nunca tendrá en casa a Steve Jobs o Rafa Nadal. No se puede puede convertir a los hijos en lo que no son, eso es malísimo para ellos».
Largo ha creado el «Principio de ajuste» (Fit-Prinzip), una teoría que «asume las diferencias entre los individuos, la singularidad de cada uno y la interacción entre individuo y ambiente como base de la existencia humana». Con esta teoría y 40 años de investigaciones sobre el ser humano, desde la niñez hasta la adultez, ha escrito una gran obra «Individualidad humana, qué nos hace diferentes y cómo aprovecharlo» (Debate) en la que explica que aunque nos quieran hacer creer que todos somos iguales y podemos lograr lo mismo, cada ser humano es diferente.
-Su libro parte de la frase de Albert Einstein que dijo que, si juzgáramos a un pez por su habilidad de escalar un árbol, viviría su vida entera creyendo ser estúpido. ¿Cómo se aplica al ser humano?
-Voy a poner un ejemplo. Usted funda un zoo. Se trae animales de todas partes del mundo y se pregunta: ¿Cómo vivía el elefante antes de traerlo? Entonces, intenta crarle un hábitat similar al que tenía...¿Cómo vivía el pez? Entonces, intenta proporcionarle un acuario. Es decir, intenta adaptar el entorno a cada uno de los animales porque sabe perfectamente que el pez no va a sobrevivir en la estepa o el elefante en un acuario.
Esa reflexión se aplica al ser humano. No podemos tener cualquier entorno o hábitat aunque lo creemos. De hecho, queremos ir a Marte, una locura. Voy a poner otro ejemplo. Hace 150 años, los zoo confinaban a los animales en jaulas. Después, la gente se dio cuenta de que eso no funcionaba y se adaptó el hábitat. Eso es lo que el ser humano no ha hecho consigo mismo. En otras palabras, lo normal sería vivir en la naturaleza. En el pasado, los seres humanos siempre han vivido en comunidad, de entre 100 y 300 personas y todas ellas se conocían bien, conocían las fortalezas y debilidades del otro. Ahora, estamos en ciudades masificadas como Madrid en la que apenas hay personas de nuestro entorno que conocemos, ajenas a nosotros y eso nos hace enfermos.
-Pero volver a ese estado es difícil, ¿cómo busco el entorno ideal, huyendo de la gran ciudad, de Madrid?
-A lo mejor es una opción salir de la ciudad. Solo como individuos podemos decidirlo. Yo, por ejemplo, me fui de Madrid. Pienso que lo que no podemos cambiar es el Estado. Tenemos un sistema educativo, sanitario, social...Eso está bien y no se puede cambiar. Pero lo que sí podemos cambiar es encontrar dentro de ese sistema modos de convivencia comunitarias y eso también se podría hacer en Madrid.
-La idea de que todos somos diferentes, con más o menos capacidades, apunta a que no hay alguien mejor o peor que otro. ¿Nos puede hacer llegar a la conclusión de que no existe la gente tonta o inepta?
-El ejemplo de la lectura puede ayudar a responder. Tenemos niños fabulosos en lectura y otros que apenas saben leer. En España, por ejemplo, hay tres millones de personas que no saben leer pero tienen inteligencia normal, con nueve años de escolarización. Pero eso no ocurre solo en España. En Suiza hay medio millón. Lo que deberíamos hacer es aprender a vivir con esa realidad, aceptarla. Y no decir: «Esos son los tontos». A lo mejor lo que ocurre es que saben manejarse bien con los números o dibujan de maravilla pero no saben leer.
-¿El que no tiene una capacidad siempre desarrolla otra?
-Podemos pensar en el esquema de aptitudes de una persona: puede tener muy buenas aptitudes sociales, mientras que las lingüísticas no son buenas. A su vez, es muy musical, en Matemáticas va bien, pero su motricidad no es buena y tampoco dibuja bien. Otra persona puede tener una constelación completamente diferente de esas mismas capacidades.
-Señala que la sociedad comete el grave error de pensar que todos somos iguales y que todos podemos conseguir lo mismo. ¿El individuo no es también responsable de creer que puede conseguir cosas que jamás tendrá? ¿No es el artífice de su propia frustración?
-No, no es la persona la responsable. Cuando valoramos o evaluamos a una persona como individuo hay que conocerla. Si ves a alguien en la calle no puedes hacerlo. En eso estriba el problema. Solo cuando convivimos con personas a las que conocemos, en una comunidad en la que hay un conocimiento mutuo, solo entonces sabremos cuáles son las fortalezas del otro. Así es como se acepta a los demás tal y como son. Por ejemplo, en el ámbito laboral.
-¿Ser consciente de estas diferencias podría ayudar a los padres a aceptar que en casa no tendrán a un Steve Jobs? A veces presionan más los padres que la sociedad...
-¡O a Rafa Nadal! Es cierto. Pero también es verdad que todos los padres conocen perfectamente a sus hijos y sus perfiles. Si se les pregunta por las aptitudes motrices que tienen sus hijos lo sabrán perfectamente. El problema está en si quieren reconocerlo o no. Y la presión procede de su deseo de convertir a los hijos en una cosa que no es. Y eso es malísimo para el niño.
-Dice en su libro que cada uno de los ocho mil millones de seres humanos que viven en la Tierra es único. Repetir la idea de que somos diferentes ¿no podría de alguna manera justificar la injusticia social?
-No, para nada. Es lo contrario: la definición de una sociedad justa radica en el hecho de que cada individuo tenga la oportunidad de desarrollar sus capacidades individualmente. Durante la Ilustración y la Revolución Francesa se decía que todos éramos iguales pero para eliminar la sociedad de clases, eliminar al Rey, por ejemplo. Podríamos decir que estamos en un punto en el que podríamos iniciar una segunda Ilustración en el sentido de aceptar la diversidad individual, es decir, que no considere inferior a una persona que no sepa leer o no sea buena en Matemáticas.
-¿Cómo evitar que la aceptación de las diferencias no termine convirtiéndose en una renuncia a la mejora o superación personal?
-No es renunciar, es volver a la razón. Voy a poner un ejemplo con el crecimiento físico. Si alimentamos bien a un niño va a alcanzar su potencial de crecimiento, su altura prevista, el potencial se cumple y se agota. Si le alimentamos mal ese potencial no se alcanzará y tendrá menir estatura. Pero si lo sobrealimentamos no crecerá más, engordará. Eso ocurre con todo, Lengua, Matemáticas, Música...Se trata de realizar el potencial que tenemos, no más.
-Si un niño dice sentirse niña o una niña quiere ser varón. ¿Cómo deben actuar los padres? ¿Eso también es aceptar las diferencias?
-Hay muchos niños que experimentan esa fase entre los 4 y los 7 años y luego desaparece. Si un hijo manifiesta que se siente hombre siendo mujer no se le puede quitar la idea porque es lo que siente, tiene que vivir esa fase. Ese hijo, posteriormente, puede que cambie la percepción de sí mismo a través de las experiencias que vaya teniendo, por ejemplo, relacionándose con otros niños, viéndose aceptado o no, etc.
Existe, por un lado, lo que uno es físicamente y luego tenemos otro componente que es cómo se percibe o siente uno como hombre o mujer. Y no tienen por qué coincidir ambas cosas. Luego tenemos otro componente que es el comportamiento. Seguramente conocerá a hombres que tienen una actitud femenina pero no son homosexuales. Y ahora podemos mezclar esos aspectos y crear diferentes combinaciones.
-Dice que el reto del ser humano es la armonía, aceptarse a uno y al entorno. ¿Cómo se hace para llegar a ese reto o fin en la vida?
-Una posibilidad sería preguntarse en qué situaciones de mi vida me sentí feliz y en cuáles infeliz, tanto en el pasado como ahora. A continuación hay que preguntarse por qué en determinadas situaciones era feliz o no lo era, qué propicia ese sentimiento.
Puede ocurrir que comprobemos que necesitamos un elevado reconocimiento social, por ejemplo, en el ámbito profesional. Para mí es importante ese aspecto, tener una determinada posición en el entorno laboral. Si ese es el caso y se consigue, me siento bien. Si no lo consigo, no me siento bien. Con independencia de lo que yo haga en el trabajo, es la posición lo que cuenta. Esa reflexión se puede hacer con todas las necesidades básicas que tenemos e intentar contestar a esa pregunta en relación a cada una de las capacidades.
-Entre 1974 y 2005 dirigió un enorme proyecto de investigación en el Hospital Infantil de Zúrich en el que evaluó a más de 700 niños desde su nacimiento hasta la vida adulta. ¿Cuáles fueron las principales conclusiones de ese gran estudio?
-Lo más importante es que cada niño es único. No se puede convertir al niño en lo que no es. Lo mejor que se puede hacer como padre o profesor es configurar el hábitat del niño de tal forma que pueda cosechar, hacer, tener las experiencias que necesita. En el caso del crecimiento está claro que tiene que comer, en el caso del aprendizaje está claro que tiene que oír el lenguaje y comunicarse con otros niños, mucho más importante que hacerlo con adultos.
-Donald Trump usa, de alguna manera, el discurso de la diferencia: americano frente al que no lo es, negro frente a blanco... ¿No hay que tener cuidado con perpetuar las diferencias?
-Son las personas débiles las que son racistas. Trump lo único que pretende es hacerse más fuerte diciendo que es mejor que los negros, hispanos o inmigrantes. Una persona fuerte no tiene necesidad de hacerlo. Obama no lo ha hecho nunca. Lo que nosotros tenemos que hacer es procurar que una persona como Trump no llegue jamás a ser presidente. Y eso es en España, Suiza o cualquier país del mundo.
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