José María Mena, fiscal del caso Banca Catalana, considera que ese caso “fue la primera ocasión importante en que estaba en juego la corrección en la gestión política".
"Si en ese momento el mensaje del poder judicial hubiera sido de tolerancia cero, muchos de los comportamientos posteriores de los políticos de todos los partidos no se habrían producido”
“Telefoneaban cada media hora a casa para insultar, por la mañana, por la tarde y por la noche. Mis hijas, que eran adolescentes, se divertían discutiendo con los que llamaban".
“Hay muchas cosas que están aún por desvelar. ¿Quién gestionaba el dinero de Pujol? Parece que era el padre de Mas”.
http://www.eldiario.es/catalunya/fuegos-chantajistas-piratas-hecho-multimillonarios_0_300970649.htmlTexto de Siscu Baiges 8/9/2014
A José María Mena le tocó hacerse cargo de la investigación del caso Banca Catalana, junto con el también fiscal Carlos Jiménez Villarejo a mediados de los años ochenta. En 1996 fue nombrado fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, cargo donde le llegó la jubilación diez años después. Es fundador de la Unión Progresista de Fiscales y presidente de la Asociación Catalana de Juristas Demócratas. Su trayectoria es nítidamente progresista. La confesión de Jordi Pujol de que ha tenido dinero escondido en el extranjero durante 34 años le ha sorprendido como a todos. Cree que el origen de este dinero puede tener que ver con fondos procedentes de la Banca Catalana que él investigó.
¿Qué pasó por su cabeza cuando se enteró de la confesión de Jordi Pujol?
Obviamente, me sorprendió. No pensaba nunca que hiciera eso. Y, después, reflexionando, pensando en ello, he tenido un montón de sensaciones simultáneas. Inmediatamente, haces cuentas. ¿Por qué hace algo así en el peor momento? Da la impresión de que lo ha hecho para reventarlo todo. La contrición es imposible. Conociendo al personaje, no creo que disponga de estructura personal psicológica para hacer actos de contrición.
Es muy extraño. Si tuviera un mínimo de deseo de contrición ha tenido 34 años, primero para no hacerlo y segundo, si tuvo un mal gesto, para rectificarlo. Cristóbal Montoro le ha proporcionado, incluso, caminos legales para recomponer la situación. No lo ha hecho porque pensaba que era intocable.
Usted investigó Banca Catalana hace 30 años. ¿Cree que el dinero del que habla Jordi Pujol tiene algo que ver con aquel caso?
No tengo ni idea. Otra cosa son las suposiciones. Las cifras que dan de la herencia no se corresponden con el patrimonio del que estamos hablando. No tengo más datos que los que aparecen en los medios. No está nada claro lo de la herencia. No me consta, hasta ahora, que haya presentado el documento notarial correspondiente del testamento. No tenemos estos datos. Muy probablemente, no hay herencia.
Me produce una especial perplejidad la situación de Francesc Cabana. Cuando has sido acusador tienes una cierta tendencia ética o deontológica a hacer autocrítica. Francesc Cabana era uno de los principales acusados de Banca Catalana. Francesc Cabana y su mujer, la hermana de Jordi Pujol, dicen ahora que no sabían nada de la herencia. ¿No será que Pujol enredó al pobre Francesc Cabana, le implicó en Banca Catalana y no le dijo nada de la herencia, ni de nada? Parece una víctima más de Pujol. Cabana no es un economista propiamente dicho, es historiador, un intelectual serio. No casa con aquel cuadro de piratas.
Las acciones de Banca Catalana se redujeron a una peseta cuando la entidad fue rescatada. Jordi Pujol y otros dirigentes del Banco hicieron efectivas las acciones antes de que se produjera esta reducción. Todo apunta a que Pujol lo hizo a través de una entidad, Fundación Catalana, que dirigía Francesc Cabana.
No lo entiendo. No sé si es uno más de los malos o lo habían engañado, pero el gesto de indignación ante la eventual ocultación de la herencia me deja una sensación extraña.
Tengo que reconocer que ahora tengo una gran satisfacción en la medida que había muchísima gente, incluso en los sectores progresistas, que había desconfiado de nosotros, pensando que habíamos tenido un gesto profesional deontológicamente reprobable movidos por algún afán de atacar a Catalunya. Con el tiempo, se ha sabido que éramos unos simples servidores del pueblo de Catalunya que hacíamos lo que había que hacer.
De alguna forma, la historia les da la razón, treinta años más tarde.
Esta es la sensación que tengo. Llevo cuarenta años viviendo en Catalunya y conozco muy buena gente a la que enredaron con todo esto, que creyeron en Pujol, en la farsa de la identificación de Pujol y el pujolismo con Catalunya, y que ahora están hechos polvo. Son cientos de miles de personas. Yo conozco unos cuantos.
¿Le dicen que usted tenía razón?
No han llegado a tanto. Me dicen que están profundamente disgustados. En una situación como la que estamos viviendo en Catalunya, en España y en Europa, que haya una masa políticamente responsable que tenga un gran disgusto y una gran decepción es malísimo democráticamente. En los sectores de derecha tranquila, las decepciones la llevan o a apartarse o a reacciones de derechas menos tranquilas. No es bueno. El gesto de Pujol es muy criticable y que haya reventado el grano en este momento es muy preocupante y muy negativo.
Una interpretación de su confesión es que la hace porque estaba a punto de conocerse, porque el ministerio de Hacienda lo estaba acorralando.
Suponíamos que la actuación de Cristóbal Montoro podía ser como reacción por el incremento del independentismo, como un último ataque. Pero como Montoro es un personaje del Far West, lo ha dicho expresamente. Ya no es suposición. Ha relacionado explícitamente el independentismo con la actuación de la Hacienda pública que él dirige. Es sobrecogedor.
Estamos entre dos fuegos. Entre unos chantajistas y unos piratas. Unos, unos chantajistas. Esto es chantaje: "Como siga por este camino, tiro de la manta". Han seguido por este camino y ha tirado de la manta. Esto es casi mafioso. Y otros, unos piratas que se han hecho multimillonarios a costa de la función pública. Estamos en una situación muy poco grata, como ciudadanos normales. Estamos en medio, atrapados entre dos fuegos nefastos, que intentan no darse entre ellos y nos golpean a nosotros, en las dos mejillas.
Se ha dicho últimamente que los Gobiernos españoles conocían la debilidad de Pujol y que lo utilizaban para moderar su nacionalismo. ¿Se lo cree?
Desde hace 14 años, Montoro reconoce que lo sabía. ¿Alguien duda de que se supiera desde comienzos de los años ochenta? ¿No nos permite esto hacer la suposición razonable de que con Banca Catalana comenzó la acumulación ilícita de capital? ¿Dónde fue a parar ese dinero? Se acreditó que había desaparecido. Y nunca más se supo. El dinero no desaparece. Fue a algún lugar.
El 30 de mayo de 1984, tras ser investido President, Jordi Pujol gritó desde el balcón del Palau de la Generalitat que, a partir de ese momento "de ética y de moral hablaremos nosotros, no ellos". Le escuchaba y aplaudía una multitud. ¿Cómo revive aquellos momentos, a la luz de las últimas informaciones?
Tengo la misma impresión que entonces. Tenía muy claro que nuestra posición era ética. Los que le creyeron, entre ellos muchos progresistas, tenían la sensación de que eran los portadores de la ética y que nosotros éramos los malvados, éticamente reprobables. Yo sabía que no hacía nada reprobable. Tenía unos informes, unos informadores, unos datos objetivados, un Código penal... Lo tenía más claro que el agua. Nunca dudé de la ética de mi comportamiento.
En noviembre de 1986, 33 jueces de la Audiencia de Barcelona votaron contra el procesamiento de Jordi Pujol aduciendo que no había indicios racionales de delito. Ocho jueces votaron a favor del procesamiento. ¿Ha recibido alguna explicación por parte de alguno de aquellos 33 jueces?
No. Uno vino a la Fiscalía a intentar darnos una justificación posterior a Carlos [Jiménez Villarejo] y a mí. Fue muy peculiar. Carlos le armó una filípica impresionante, porque este es uno de los que se han tenido siempre por progresistas. Le dijo que no le hablaría nunca más. Yo le dije que sí lo haría porque también hablaba con García Lavernia, un magistrado condenado por un delito de soborno y que ingresó en prisión.
¿Sólo uno? Quizás alguno de ellos tiene mala conciencia ahora.
La conciencia de los jueces es muy rara. Probablemente, ni siquiera ahora tienen mala conciencia, porque se revisten con los articulitos de los códigos. Dicen: "No estamos en la cosa ética ni política, no cuadraba en este artículo, porque la coma ésta, según se mire, parece que...".
Muchos jueces que votaron contra el procesamiento lo hicieron sin mirar el informe que pusieron ustedes a su disposición en la Audiencia.
No tenían ningún problema. Concebían el delito de apropiación indebida como el delito de una persona que se lleva en un bolsillo el dinero de la caja. Físicamente. Pero cuando estamos hablando de cantidades que no admiten billetes palpables y bolsillos de chaqueta, sino que hablamos de otros niveles económicos, con tres o seis ceros más, entonces ya no es delito. Ninguno de los jueces que votaron contra nuestra petición de procesamiento tendrá remordimientos de conciencia.
¿Si la Audiencia hubiera aprobado el procesamiento de Jordi Pujol, Catalunya, hoy, sería muy diferente?
No sólo Catalunya. Mi convicción personal, desde hace treinta años largos, es que aquella fue la primera ocasión importante en que estaba en juego la corrección en la gestión política. Si en ese momento el mensaje del poder judicial hubiera sido de tolerancia cero, con una interpretación del artículo del Código Penal que trata de la apropiación indebida que era más que posible, muchos de los comportamientos posteriores de los políticos de todos los partidos no se habrían producido. Porque habrían sabido que el poder judicial estaba dispuesto a pararlos. Pero cuando escucharon el mensaje de que valía todo y que estaba garantizada la impunidad, se acabó todo.
No es grandilocuencia. Era el momento histórico, el primer caso de relevancia política. Nosotros actuábamos porque el Fiscal General del Estado, Luis Burón Barba, nos dijo que lo hiciéramos. No es que se nos pasase por la cabeza porque sí. Teníamos un Fiscal Jefe, en Barcelona, que era profundamente de derechas, franquista puro: Alejandro Sanvicente. Nadie nos dijo que no lo hiciéramos. Y nuestro trabajo fue debidamente revisado con lupa. No éramos los protagonistas.
A usted le encargaron el caso Banca Catalana. No pidió investigarlo.
El Fiscal General del Estado envió a la Junta de Fiscalía el documento del Banco de España, un dossier impresionante. Yo no participé en la reunión de la Junta que repartió este asunto porque estaba en un juicio. Carlos Jiménez Villarejo se ofreció como voluntario. Pero faltaba otro. Alejandro Sanvicente me llamó para decirme que me hiciera cargo, junto con Villarejo.
Estudié el caso. Vi las variantes diferentes que admitía el Tribunal Supremo y observé que había posibilidades de utilizar una interpretación de la apropiación indebida que servía para los administradores de empresas y la desviación y desaparición de dinero. Por eso lo hicimos. No se trataba de que Mena y Villarejo fuesen dos piratas rojos que entraban a saco contra Catalunya. Éramos unos profesionales a los que se les había encomendado redactar aquella querella. Se redactó. La revisó el Fiscal General. Y se presentó.
Si Jordi Pujol hubiera dimitido, el segundo candidato de la lista que encabezó era Macià Alavedra.
No sabemos qué habría pasado. Quizás habrían llegado al poder los socialistas y hubieran hecho Filesa diez años antes.
¿Esta experiencia le ha dejado un estado de ánimo decepcionado de la política?
No. Sigo creyendo en el ser humano y sus contradicciones. Siempre que hay una necesidad, el ser humano o un grupo de seres humanos ponen un escaparate y venden una solución. Da igual que sea financiación o hambre. Es dramático pero el ser humano ha sido siempre así, en los últimos diez mil años. Alguien dijo aquello de "homo homini lupus" ("el hombre es el lobo del hombre").
Creo en el ser humano porque unos ponen el mostrador, otros tienen necesidad de comprar o vender, otros negocian o exigen. Y así va progresando la humanidad. La humanidad progresa sobre todo por sus defectos. Las bondades corrigen los defectos, pero el progreso se hace, sobre todo, a base de los defectos colectivos.