CTXT.
26 de
Noviembre de
2019
Los pueblos soñadores pueden volver a ser activos, pero para los que no hay redención es para los dormilones
Vendrá la despoblación y tendrá mis ojos
Mirad, ahí está vuestro padre, dice mi madre. Es de noche. Su dedo
apunta al otro lado de la ventanilla del coche. Nunca hemos ido a
buscarle, así que es una novedad para mi hermana y para mí. ¿Dónde?,
preguntamos. Nos resulta imposible saber quién de esos cinco, o seis, ya
no sé, hombres de caras negras es nuestro padre. No es cuestión de
elegir uno al tuntún.
Estos hombres con la cara negra de carbón ya no
existen en León. Las minas han cerrado. La última fue La Escondida, en la comarca de Laciana, en enero de este año. Una decena de mineros, apenas.
La cuesta que llevaba a los colegios de mi pueblo se congelaba en
invierno. Mi hermana y yo teníamos que subirla con mucho tiento, pero
varias veces me caí de morros. Ahora, muchos años después, recuerdo con
qué precisión conocí entonces el hielo. A los niños de los pueblos
cercanos los llevaban las fuscas. Se llamaba así a los autobuses de la empresa minera del valle de Gordón. Unas horas antes, las fuscas
habían dejado a los mineros. Primero, los padres. Después, los hijos.
Todo un entramado creado por y para la mina: los colegios, los
economatos, el hospitalillo, las casas de la empresa, el cine, el campo
de fútbol. En la cuenca gordonesa como en otras: la de Sabero y las del
Bierzo y Laciana. Los dos colegios de mi pueblo, Santa Lucía, cerraron
hace seis años. Cuando nací, en el último año de la década de los
setenta, el municipio al que pertenece -diecisiete pueblos- superaba los
7.500 habitantes. Ahora son algunos más de 3.300. Si tengo que hablar
de vacíos, empezaré por el que mejor conozco. Vendrá la despoblación y
tendrá mis ojos, porque yo también me he ido (...)
elegir
...........................................