"Pasa el tiempo (porque no tiene más remedio)... pero la borrachera continúa"
Los golpes están siendo duros y sonoros... las duchas frías e
incontables... pero nosotros, nuestra idea de lo que creemos ser, eso en
lo que han llegado a convertirnos, perdura... a veces podría decirse
que incluso, se afianza sobre sus patas traseras.
Aquí seguimos,
donde estábamos, donde nos han dejado los adorados y viejos profetas
tras su penúltima espantada... ¿por pereza? no lo creo... ¿aterrados?
pues bien podría ser... cuando se acumula tanto miedo, tanto pavor al
miedo mismo, se pierde la sensación de permanecer absolutamente quieto.
Decidme cómo si no, bajo esta piel de toro maldita, subyace todavía eso
que a los más viejos les empuja a comprar garrafas de aceite ante la
menor incidencia bursátil... lo que obliga a los más jóvenes a comprar
su nuevo smart phone con la paga íntegra de eso otro que la última
reforma laboral convino en denominar "sueldo por un trabajo". (Sí,
creedme, esto último también es miedo)
Seguimos, insisto,
patidifusos ante la caída del imperio, del imperio de las verdades que
se revelaron en patrañas (de la peor calidad). Sabemos que, a pesar de
lo escrito, Cervantes era un mangante de tres al cuarto, un chorizo de
lo público que quedó manco tras el puntazo infectado de una víctima
indignada, sabemos que nunca estuvo en batalla ni fue preso del moro,
sino entrullado por sus manos largas mientras ejercía como recaudador de
la Armada Real.
Seguimos, reinsisto, aturullados ante la noticia
de que un señor honorable llamado Jordi Pujol (y familia) ha trincado
un tres por ciento de todo lo que se movía en su pequeña patria (y en la
otra), pudiendo almacenar hoy en día la bonita cifra de 60.000 millones
de euros en diversas pequeñas y paradisíacas patrias fiscales... cosa
de importancia menor si la comparamos con la ya innegable connivencia y
complicidad de todo un sistema policial, judicial, mediático, y político
que sujetara contra el suelo los picos de todas las alfombras... que
congelara a tiempo toda investigación y toda denuncia.
Y desde
Cervantes a Pujol, pasando por todo lo demás (que roza lo infinito),
llegamos a la inquietante conclusión de que todo es y fue siempre
mentira, incluso para ellos, incluso mientras nos las gritaban desde los
balcones... que los pilares de este imperio de cartón piedra ya no se
soportan ni a sí mismos.
Demostrado queda, para los que quieran
ver... España no existe, sus hazañas no existen; Cataluña no existe, sus
héroes no existen, las banderas no existen, la patria no existe, la
historia (según contada) no existe, la iglesia no existe, eso que
entendíamos por política no existe, la economía menos aún... ni siquiera
nosotros existimos (al menos en la forma en que creemos existir)...
todo es producto de una inacabable estafa, un timo trágico y descomunal
en el que hoy somos el cateto que un tren ha traído hasta la estación de
Atocha... el infeliz cayendo en la cuenta de que en algún momento le
han robado la cartera, sospechando que ese soñado lugar de progreso y
modernidad no es más que este pestífero Madrid plagado de truhanes,
sembrado de alcantarillas atascadas y aceras rotas... y nos palpamos los
bolsillos, y movemos la cabeza de un lado a otro sorprendidos, sin
poder decir palabra, sin querer creer que a nosotros, a los más listos
del pueblo, se nos ha desplumado sin compasión.
Pero algo de
calderilla nos queda en el bolsillo del pantalón, unas pocas perras que
gastar mientras pensamos en cómo dejar de pensar (que una vez perdido
todo no hay que perder las viejas costumbres).
Y nos acercamos a
un bar a tomar una caña bien fresca para pasar el sofoco, eso sí, sin
que nadie nos amargue el respiro al contarnos que Demetrio Carceller,
gran patriarca de la familia propietaria de las cervezas Damm ha sido
imputado por un fraude de 72 millones de euros... que tan santo varón
fue (según el historiador Josep Fontana) el gran arquitecto del
entramado de corrupción y clientelismo patriotero en que se sostuvo el
franquismo.
A la cervecita la acompañamos con un periódico, uno
de eso de gran tirada, uno de esos que nunca osará hacer reseña de las
tropelías del mangante magnate cervecero y su familia... ya que podrían
molestarse... ya que podrían verse obligados a retirar la publicidad de
esas páginas y llevar su patrocinio a otros lares más comprensivos y
desmemoriados.
Con lo poco que nos queda, y ya consolado el
cuerpo, alimentaremos el espíritu... y para ello nada mejor que una
visita a un museo, que no se diga. Nada mejor ni más moderno que un
vistazo a lo último de la Fundación Juan March, la misma que lleva el
nombre del gran hacedor de holocaustos, ese que financió el millón de
muertos de una guerra civil, el que prestó al fascismo los barcos que
transportaron al ejército de Marruecos hasta la península, el que
apadrinó al mismísimo Demetrio Carceller (padre) en el arte de corromper
incluso lo ya corrompido.
No escucho a nadie decir que ya vale, o
más exactamente, que ya nada vale, que ya nada queda porque nunca
existió. Son tan pocos los dispuestos a asumir que la realidad de la
pared ya se mezcla con la sangre que brota de nuestras narices... Son
absoluta mayoría los que confían en la benevolencia de los reptiles que
recortan nuestras vidas y las de nuestros hijos... forman legión los que
con el fango al cuello esperan poder seguir viviendo tras el último
rótulo y el fundido en negro.
Si al menos fuéramos capaces de
reconocer que podemos aceptarlo todo, por doloroso y/o humillante que
sea... que estamos dispuestos a soportar lo insoportable y renunciar a
la justicia antes que abolir una sola de las normas y leyes que se nos
imponen por costumbre.
Si aún arrastrándonos estas piedras sirvieran al menos para pasar entre ellas y librarnos por fin de nuestra vieja piel...
Si tuviéramos los redaños suficientes como para asumir que somos un
vacío por llenar, que todo lo anterior sólo ha sido un mal sueño... algo
ocurriría de repente, algo maravilloso e insospechado... puedo jurarlo.
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