Esta costumbre tiene importantes consecuencias en la ecología y el paisaje de estos frágiles ecosistemas
El problema
Cuando se remueven las rocas de lugar, se destruye el hogar de muchas especies autóctonas que ahí anidan, viven y se alimentanAdemás
del significado religioso o cultural, en muchos sitios se suelen
levantar estos pequeños montículos como mojones para marcar caminos, o
delimitar donde empezaba y terminaba una propiedad, en tiempos donde no
había alambradas ni otra forma de dividir parcelas.
Pero en las costas de Ibiza, Mallorca, en el Parque Nacional del Teide o en las playas de Tenerife, entre muchos otros lugares, los turistas también hacen sus propios montículos como testigos de su paso, se realizan la selfie de turno, y dejan tras de sí un ecosistema alterado. “Hace siete u ocho años hemos visto los primeros montículos, y ahora es una explosión”, dice Jaume Adrover, portavoz de la organización ecologista de Mallorca Terraferida. Parece que apilar rocas es algo inofensivo, pero no lo es. “Que haya algún montículo de vez en cuando no es un problema, pero en zonas en las que la densidad de estas torres es importante, el lugar que ocupan estas torres impide que las plantas puedan crecer, y altera el tránsito de la fauna”, dice Ramón Casillas, profesor titular de Geología de la Universidad de La Laguna, en Canarias. Las pocas plantas que pueden crecer entre la salinidad, los vientos y la fuerte exposición solar realizan una paciente tarea para que las raíces se introduzcan entre las rocas en búsqueda de la humedad necesaria. “Pero si remueves las piedras, la vegetación desaparece rápidamente”, precisa.
Consecuencias
Si las plantas se
secan, los insectos desaparecen. Y el paso siguiente es el quiebre de la
cadena alimenticia, porque estos invertebrados son el plato favorito de
diversos reptiles y aves, muchos de ellos endémicos
Algunas de las especies vegetales de las Baleares que sufren con la remoción de las rocas son el perejil marino (Chrithmum maritimum), el coixinet de monja (Astragalus balearicus), l’eriçó (Launaea cervicornis) y diferentes especies del género Limonium.
Muchas de estas plantas se caracterizan por tener flores grandes, lo que atrae un gran número de pequeños animales, como arañas, hormigas y escarabajos. Si las plantas se secan, los insectos desaparecen. Y el paso siguiente es el quiebre de la cadena alimenticia, porque estos invertebrados son el plato favorito de diversos reptiles y aves, muchos de ellos endémicos.
Todos estos animales tienen estos sitios de poca vegetación y suelos rocosos como su refugio. Los invertebrados y pequeños reptiles suelen crear sus madrigueras debajo de las piedras, y las aves acostumbran a nidificar en el suelo –a falta de árboles en la costa-. Cuando se remueven las rocas de lugar, se destruye el hogar de estas especies.
Hace siete u ocho años hemos visto los primeros montículos, y ahora es una explosión”
El paisaje arruinado
Además del problema ecológico, hay “una banalización del paisaje”, grafica Adrover. Cualquier persona que quiera fotografiar una puesta del sol desde la costa retratará estos molestos montículos que se repiten, como un mantra, en las calas de las otras islas.
Incluso esta moda da pie a consecuencias surrealistas: en la Sierra de la Tramontana en Mallorca, así como en el Parque Nacional del Teide, en Tenerife, los senderistas solían marcar los caminos con estos mojones de piedra. Pero los turistas los imitan en cualquier punto, y siembran la confusión de los excursionistas.
A la larga, “en zonas con una alta densidad de estos montículos, la perturbación en el paisaje puede ser tan grande como levantar una caseta. Porque toda construcción humana en un medio natural siempre implica una alteración”, precisa Ramón Casillas.
No hay leyes que sancionen estas prácticas, pero varias administraciones han emprendido campañas de concientización para abandonar esta costumbre. En Menorca el Consejo Insular ha colocado señales de advertencia, y el de Formentera ha organizado excursiones para desmontar los montículos.
Precisamente, tumbar y remover estas formaciones artificiales ayuda a recuperar el paisaje, pero debe ser hecho con cuidado, “que en lo posible intervenga personal técnico de gestión del litoral” sugiere el portavoz de Terraferida. Lo último que faltaría es que los voluntarios pongan las rocas en cualquier lugar o aplasten, sin querer, las madrigueras de los pocos animales que viven en estos parajes.
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