El desarrollo de la agricultura industrial
Cuando la agricultura recicla las innovaciones de la guerra
La revolución agraria del siglo xx tuvo lugar gracias a las nuevas tecnologías introducidas en el campo: la motorización de los tractores, los fertilizantes de síntesis y los productos fitosanitarios, insumos que se habían empleado previamente durante la segunda guerra mundial (motores de los tanques, explosivos, agente naranja, Zyklon B, DDT…). Esas innovaciones permitieron aumentar considerablemente los rendimientos agrícolas, pero contaminan el medioambiente y dependen de recursos fósiles y mineros —petróleo, gas natural, fosfatos— que se extraen en países extranjeros. Eso lleva a la agricultura española y europea actual a una fuerte dependencia del contexto geopolítico.
Productores de alimentos autosuficientes transformados en mendigos
Hasta la década de 1950, la actividad agraria se basaba en una economía de autoconsumo y de comercio local, con una gran diversidad de producciones dentro de cada finca y un estrecho vínculo entre la agricultura y la ganadería. Esa economía de subsistencia se convirtió en una economía agraria muy dependiente de los precios mundiales y de las ayudas europeas. Las políticas durante la autarquía y, luego, la Política Agrícola Común fomentaron dinámicas de selección y especialización, excluyendo las producciones menos competitivas. Las inversiones sucesivas llevaron al campesinado a situaciones de endeudamiento y dependencia de los bancos. Hoy en día, ya no producen alimentos para la familia, sino que venden materia prima en el mercado global y compran la comida en los supermercados. Según el estudio realizado, entre el 50% y más del 100% de la renta agraria depende de ayudas de la PAC. Ya no viven de la agricultura, sino de inyecciones de dinero procedente del valor agregado creado en otros sectores de la economía a través de los impuestos de la ciudadanía europea.
Estiércol: ¿cómo el oro se convirtió en veneno?
Esta dinámica de especialización desconectó poco a poco la agricultura y la ganadería, con grandes consecuencias para la reproducción de la fertilidad de los suelos. Antes, la riqueza de una explotación agrícola dependía del número de hectáreas y, sobre todo, del número de animales (el origen de la palabra capital viene de capita, cabeza). El potencial productivo vegetal dependía directamente de la producción de estiércol, mezcla equilibrada entre deyecciones y paja; pero desde que se introdujeron abonos de síntesis, la agricultura puede dar buenos rendimientos sin necesidad de animales. Por otro lado, la ganadería se concentró en grandes explotaciones donde los animales ya no tienen cama de paja: viven encerrados, sobre un suelo de hormigón. El problema es que la materia orgánica producida en esas nuevas macrogranjas no es equilibrada. Las deyecciones que se recogen, este estiércol sin paja, no se pueden descomponer de forma orgánica en el suelo y contaminan la tierra y el agua, sobre todo con los nitratos.
Evolución de los abonos orgánicos y contaminación
La vida es un ciclo. Lo que muere se descompone y se transforma. Todo es comida. Para las plantas, los animales, los seres humanos y para la vida del suelo. Esta capa fina de tierra es un tubo digestivo que convierte la materia orgánica en elementos minerales, en la comida de las plantas. ¿Cómo se llama esta vida discreta y silenciosa? Son bacterias, hongos, lombrices, colémbolos, ácaros, nematodos, ciempiés, cochinillas, etc. En una cucharilla de tierra, hay miles de especies y millones de individuos. El 25% de la biodiversidad del planeta vive bajo nuestros pies. El suelo es materia mineral, agua, aire y solo un 5% de su volumen es orgánico. Dentro de esa pequeña fracción de materia orgánica, solo un 5% es vida, la mayoría microscópica. Esa vida es la clave de la fertilidad y, como todo ser vivo, necesita una dieta equilibrada. Con paja (rica en carbono) y deyecciones (ricas en nitrógeno), la microbiota del suelo consigue una comida equilibrada. Si el estiércol no tiene paja, falta carbono para equilibrar el abono y los organismos del suelo no pueden descomponerlo bien; el excedente de nitrógeno acaba lixiviado en las aguas o transformado en N₂O, gas de efecto invernadero, y causa la contaminación del agua y del aire.
Las semillas, uniformización y propiedad intelectual
Las semillas son la base de la alimentación. Han sido seleccionadas por el campesinado durante miles de años en todo el mundo. Esa selección empírica fue el origen de miles de variedades adaptadas a las condiciones edafoclimáticas locales, una diversidad genética inmensa. Con la revolución industrial de la agricultura, las empresas empezaron a seleccionar semillas, se comercializaron formas híbridas (genéticamente homogéneas) y se privó al campesinado de sus derechos milenarios de seleccionar sus propias semillas e intercambiarlas. Las patentes obligaron a comprar semillas cada año. Esa homogeneización genética de los cultivos, a diferentes escalas —desde la parcela al mundo— tiene como consecuencia una resistencia muy débil a las plagas o a perturbaciones climáticas. Además, las semillas se seleccionaron en función de sus altos rendimientos sin considerar otros parámetros como la densidad nutricional, que bajó drásticamente con el consiguiente impacto sobre la dieta humana y la salud.
¿Campos vivos o España vacía?
Existe una estrecha relación entre la diversidad agraria y la diversidad cultural. Con la estandarización de la agricultura, desaparecieron los saberes locales y tradicionales. Con el éxodo rural a partir de los años cincuenta en el Estado español, el descenso de población rural fue radical, y sus consecuencias siguen vigentes: la falta de servicios públicos, el aislamiento y la desaparición paulatina de la vida social en los pueblos, que ahora están casi vacíos.