16 mar 2024
Fin de ciclo ELENA DE SUS |
|
Querida comunidad contextataria:
Con cada derrota electoral de Podemos y de la izquierda municipalista y cada avance de la ultraderecha en los últimos cinco o seis años hemos hablado de fin de ciclo, de manera que, como suele ocurrir, se ha gastado un poco el término. El caso es que últimamente la sensación de agotamiento se manifiesta con frecuencia. O seré yo, que me estoy haciendo mayor.
Por ejemplo, Sumar anunció la venta de entradas para su primera asamblea con precios distintos según la consumición y el merchandising que quisieras. Explicaban que el precio mínimo, de 58 céntimos, se debía a los gastos de gestión de la plataforma. Hay quien dice que es una práctica común en otros países, no lo sé, pero por el reflejo adquirido una se pregunta si habrá alguien en la entrada abriéndote el bolso por si intentas meter comida y bebida de fuera, si habrá que meterse la petaca en el calcetín. Finalmente Sumar rectificó y permitió la adquisición de entradas gratuitas, pero ya habían mostrado que en sus cabezas eso era espectacular.
Es posible que Alberto Garzón siga preguntándose a día de hoy qué problema tenían sus puritanas bases con que fichara por un lobby dirigido por Pepe Blanco y que tiene entre sus clientes al régimen marroquí. Todos los líderes de la izquierda institucional se han convertido en un meme, y Perro Sanxe es el único que ha logrado salir favorecido del proceso.
Las redes sociales, por cierto, atraviesan lo que el escritor Cory Doctorow llama enshitification (algo así como mierdización): una vez has conseguido que suficientes usuarios y empresas se acostumbren a tu plataforma y la integren en su rutina, degradas la experiencia para obtener el máximo beneficio posible. A veces ni siquiera es eso. A veces es un señor obscenamente rico que se aburre y se compra una red social para amplificar sus tonterías. La inteligencia artificial está haciendo una contribución inestimable a estos procesos, facilitando que se llene todo aún más de ruido. El fútbol, el cine, los videojuegos, la música… Todo parece caro, absurdo y aburrido. O soy yo que me estoy haciendo mayor.
La mayor parte de la izquierda de este país está horrorizada ante el exterminio de Israel en Gaza pero no esperamos ningún tipo de acción significativa de nuestro progresista Gobierno al respecto, por más que esta revista lo pida. Nos tenemos que conformar con que no lo apoye abiertamente y no reprima mucho a quienes protestan, como sí hace Alemania, por ejemplo.
[Aquí es obligatorio hacer un inciso. Queremos seguir informando sobre el genocidio israelí de Gaza y ayudar a nuestro colaborador Mahmoud Mushtaha a salir de la Franja y emprender una nueva vida en España. Si quieres, deja esta carta y mira aquí.]
Por otro lado, todo el mundo asume que Trump ganará las próximas elecciones en Estados Unidos y alguien en las altas esferas parece haber decidido que tenemos que ir a la guerra o al menos hablar mucho de ello.
Y en cuanto a política migratoria, la solución de consenso para frenar el auge de la ultraderecha parece ser aplicar sus ideas.
El deterioro de la sanidad pública tras la pandemia (qué irónico) se ha dado en comunidades gobernadas por el PP y por el PSOE, y el abuso en los precios de la vivienda es generalizado. Más de la mitad de las casas en España se pagan a tocateja. Al fin y al cabo, la rentabilidad de la inversión es superior a muchos productos financieros y a la mayoría de proyectos en la economía productiva, sin los dolores de cabeza que esta produce. Y todos tenemos la manía de querer dormir bajo techo.
El extremo centro intenta convertir esto en un conflicto generacional, a ver si acaba de cargarse el sistema de pensiones. Una representante de un colectivo de pensionistas me decía con frustración que muchas personas jóvenes dan por hecho que, coticen o no, no van a tener pensión.
Aunque la circunstancia de que la mayoría de propietarios son mayores es real, esta narrativa se complica cuando conocemos casos como los del popular streamer The Grefg, que compró un edificio en Andorra del que trató de desahuciar a una anciana de 80 años a la que dejó sin ventanas. Desde un sindicato de inquilinos me contaban que muchas veces quienes inventaban algún pretexto para expulsar a los inquilinos de renta antigua de los que han sido sus hogares durante décadas eran “los herederos”.
Yo soy una persona optimista aunque no lo parezca. No creo que el fascismo sea inevitable. Sé que en esta comunidad nadie lo cree. Pero en cualquier caso las cosas están cambiando, y aquí estamos para dar un poco de contexto. Quereos mucho.
Un abrazo,
Elena. CTXT