ELPAIS.COM NUCCIO ORDINE 5 DEC 2020 -
En la sociedad se ha instalado un culto a la productividad, al beneficio y a la rapidez que ha arrastrado a la enseñanza a primar la lógica del mercado y el beneficio y a olvidar que es una forma de humanizar la vida
No te avergüenzas de dedicar a la sabiduría solo el tiempo que no puede utilizarse para nada más?. Estas palabras de Séneca resultan provocadoras y proféticas en una época en la que la rapidez y el utilitarismo han transformado el tiempo en dinero y nuestra vida en una loca carrera...
dominada por la dictadura de la productividad. Ante la aceleración que caracteriza a la sociedad actual, ¿cómo puede interpretarse una decisión que invita a recuperar el tiempo y colocarse, aunque sea por un instante, “fuera de él”? Por ejemplo, apagar el móvil durante unas horas, quedarse sin enviar ni recibir mensajes, sin llamar ni responder llamadas, sin escribir ni leer...
correos. Una ocasión valiosa, precisamente, para “perder el tiempo”. Observar un atardecer a la orilla del mar, ver salir la luna llena detrás de una montaña o admirar los majestuosos revoloteos de un pájaro en el aire parecen experiencias incompatibles con una economía basada en “ganar tiempo”. Lo mismo ocurre con las actividades que no entran en la lógica de la productividad. La pregunta siempre es la misma: ¿para qué sirve? ¿Para qué sirve leer una poesía, escuchar música o admirar una obra de arte? Se considera (por desgracia) que estas actividades son “improductivas” y que, por tanto, quien renuncia a aprovechar al máximo su tiempo termina por desperdiciarlo innecesariamente.
No hay más que reflexionar sobre el destino de la escuela y la universidad, centro de atención en estas semanas debido a la segunda ola de la pandemia, para comprender a fondo las consecuencias de una lógica basada en las exigencias del mercado y el...
beneficio. ¿Cómo se interpretaría hoy la provocación profética de Jean-Jacques Rousseau? “¿Me atreveré a exponer aquí —escribió el autor francés en Emilio— lo que ordena la mejor, la más importante, la más valiosa regla de toda la educación? ¡No ganar tiempo, sino perderlo!” (...).............
PERROFLAUTAS DEL MUNDO: El negocio de idiotizar, de Emelinda Fernández Soriano / Juan Torres López
dominada por la dictadura de la productividad. Ante la aceleración que caracteriza a la sociedad actual, ¿cómo puede interpretarse una decisión que invita a recuperar el tiempo y colocarse, aunque sea por un instante, “fuera de él”? Por ejemplo, apagar el móvil durante unas horas, quedarse sin enviar ni recibir mensajes, sin llamar ni responder llamadas, sin escribir ni leer...
correos. Una ocasión valiosa, precisamente, para “perder el tiempo”. Observar un atardecer a la orilla del mar, ver salir la luna llena detrás de una montaña o admirar los majestuosos revoloteos de un pájaro en el aire parecen experiencias incompatibles con una economía basada en “ganar tiempo”. Lo mismo ocurre con las actividades que no entran en la lógica de la productividad. La pregunta siempre es la misma: ¿para qué sirve? ¿Para qué sirve leer una poesía, escuchar música o admirar una obra de arte? Se considera (por desgracia) que estas actividades son “improductivas” y que, por tanto, quien renuncia a aprovechar al máximo su tiempo termina por desperdiciarlo innecesariamente.
No hay más que reflexionar sobre el destino de la escuela y la universidad, centro de atención en estas semanas debido a la segunda ola de la pandemia, para comprender a fondo las consecuencias de una lógica basada en las exigencias del mercado y el...
beneficio. ¿Cómo se interpretaría hoy la provocación profética de Jean-Jacques Rousseau? “¿Me atreveré a exponer aquí —escribió el autor francés en Emilio— lo que ordena la mejor, la más importante, la más valiosa regla de toda la educación? ¡No ganar tiempo, sino perderlo!” (...).............
PERROFLAUTAS DEL MUNDO: El negocio de idiotizar, de Emelinda Fernández Soriano / Juan Torres López