Filas interminables de escaladores que quieren coronar El
Everest, la montaña más alta del planeta Tierra, situada en la
cordillera del Himalaya, entre la República Popular China y Nepal. Son
8.848 metros de altitud. Una proeza para deportistas muy entrenados que
ahora se ha masificado. Allí vemos cordadas de hasta 200 personas
queriendo cumplir ese sueño. Es tal la aglomeración, que 11 personas han
muerto en el intento, según los últimos balances que se actualizan cada
poco. Está siendo uno de los nuevos símbolos de la sociedad en la que
vivimos.
Los expertos relatan que llegar a lo más alto
del Everest exige una adaptación paulatina a los límites de oxígeno en
altura. Lleva como mínimo dos o tres meses ir aclimatándose en diversos
campamentos. El Everest a su alcance, masticado. La comercialización del
fenómeno ha propiciado atajos. De un lado tenemos el deseo de una serie
de humanos de conseguir metas poco accesibles, la simplificación de los
procedimientos, no informarse bien de en quién se confía, no prever las
consecuencias y, del otro lado, hacer negocio con un buen trabajo… o
con un mal trabajo.
La foto la tomó, alarmado, el alpinista nepalí Nirmal Purja. Se vio literalmente atropellado por la marabunta tal como relató a El País.
Han llegado a poner bombonas de oxígeno a los clientes, en lugar de
aguardar su acomodación progresiva a las circunstancias ambientales. Las
marchas de varias cordadas juntas, al ritmo del más lento, terminan en
ocasiones agotando el aire embotellado. Añadan atasco puro y duro que
obliga a esperar hasta dos horas para llegar a la cumbre. La mayor
parte de las víctimas han sido por insuficiencia respiratoria. Se
relatan espectáculos puramente dantescos.
(...) Somos víctimas de este siglo peculiar en el que la población mundial ha
alcanzado los 7.700 millones de personas. Asia cuenta con 4.600 millones
en un crecimiento espectacular. Europa con 800 y un ritmo mucho más
lento (...)
(...) De ahí, llegar al Everest. De ahí, organizar atascos mortales. De ahí, tener que cerrar el Museo del Louvre en París
por las protestas del servicio de seguridad que se siente incapaz de
contener las avalanchas de visitantes, como acaba de ocurrir esta
semana. O el haber convertido en una fila tras otra la contemplación de
muchos monumentos de enorme valor estético. La Alhambra de Granada se ve
así, en fila, en masa. Aquella en la que, hasta hace no muchos años,
nos paseábamos para sentarnos un rato en el alfeizar de alguna ventana
contemplando el exterior, como lo hicieran sus primitivos inquilinos.
Nimsdai @nimsdai If you use this image it would be appreciated if you could inform me & credit the photo