Creían los antiguos celtas que no había mal irremediable... que ni dioses ni espíritus eran omnipotentes.
Creían que incluso las más terribles calamidades, por devastadoras e
incompresibles que fueran, podían ser contenidas, que los espíritus
portadores de las enfermedades, la escasez, y el miedo se tomaban un
respiro de cuando en cuando... y a ese tiempo le llamaron Samhain.
Era al final de la cosecha, justo al comienzo del invierno, con el
regreso de ese mundo siempre empeñado en acabar con sus vidas. Durante
unos pocos días y por puro miedo al miedo, se burlaban de sus temores, y
por no huir del monstruo se convertían en monstruo. Cambiaban sus ropas
por andrajos, cubrían sus rostros con calabazas talladas, ahuyentaban a
los espíritus malignos haciéndose pasar por otros aún peores, se
proponían unos a otros la posibilidad de elegir entre un pacto o la
desgracia, y alejaban así la certeza de la ruina, del hambre, la
desesperanza... se rebelaban contra los males que no comprendían... y
hacían algo más, se negaban a resignarse, a aceptar que su penar fuera
irremediable.
Con el paso del tiempo esta ancestral costumbre se
extendió por todo el noroeste de Europa y ya mediado el siglo XIX, junto
con los primeros emigrantes irlandeses, terminó viajando hasta las
Américas. Allí arraigó por las mismas razones... por causa de los mismos
monstruos... se extendió por medio mundo, cambió de nombre... y lo
llamaron Halloween.
Los antiguos celtas y cuantos conocieron al
viejo Samhain en alguna de sus formas, aprendieron algo realmente
trascendente... en ocasiones, los poderes que creemos absolutos, no lo
son tanto... la escasez, la desgracia, la plaga, el monstruo, lo que
parece irremediable, pueden y deben ser combatidos... y cuando menos, su
victoria, pactada.
Siempre elegimos "truco".
En España,
la moral católica siempre se ocupó de mantenernos alejados de tan
bárbara costumbre, la tachaba de pagana y extranjera. Tal vez por eso no
comprendimos bien al viejo Samhain. A lo largo de buena parte de
nuestra historia, en esta noche de difuntos que ya dura siglos... en
este Halloween eterno, mientras los demás eligieron "trato"... nosotros,
la raza de conquistadores, elegimos "truco" (de hecho aún hoy seguimos
haciendo lo mismo)
Los otros, los de "Extrancia", los de la
"conjura judeomasónica", los de más allá de la rayita gruesa del mapa...
escogieron "trato" alguna vez... aunque sólo fuera para variar, tomaron
la opción menos sensata, la de vencerse a sí mismos y escupir al cielo,
la de enfrentarse a la realidad.
Pero los españoles no.
Los españoles, en su mayoría, siempre fueron gentes sensatas, gentes que
aceptan la desgracia como quien acepta el pago de una deuda, de un
pecado... gentes cuya máxima aspiración ha consistido en tener un amo
justo, en no incomodar demasiado al monstruo que hoy mata y mañana da de
comer.
Y aunque los hubo que lo intentaron, bien que fracasaron,
unas veces por no abrir los ojos a tiempo, otras por ciegos (o cortos
de vista), otras por tuertos... siempre por prudentes. Muy pocos osaron
mirar directamente a los ojos de su enemigo, el verdadero, el de toda la
vida, el poder verdadero, al dios monstruo que antes se llamaba sequía,
guerra, epidemia... y hoy llamamos amablemente "Mercados"
Y por
pedir "truco" tras "truco" y no forzar el "trato" somos hoy lo que
somos... más libres que nunca, tenemos más derechos de los que jamás
soñamos... somos libres de contratar a otro a cambio de comida y la
cama... somos libres de manifestarnos contra ese "derecho" a cambio de
ser arruinados, de ser detenidos, de ser apaleados... somos libres de
elegir entre ser pobres con trabajo o ser mendigo... somos libres de
esperar hacinados en un pasillo de hospital mientras nos llega el turno
de morir... somos libres para poder saber que 20 españoles poseen tanta
riqueza como la cuarta parte de la población... libres de obedecer sí o
sí los designios de los nuevos dioses y los viejos espíritus... libres y
cargados de cadenas... somos libres de ser esclavos.
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