En
febrero de 1939, lejos del hogar, vencido y descorazonado, murió D.
Antonio Machado (
Sevilla,
26 de julio de
1875-
Colliure,
22 de febrero de
1939), un hombre bueno, un poeta imprescindible, un filósofo
necesario. Su muerte es un ejemplo de lo que aquí ocurrió. Los leales a
la república y a los ideales de la izquierda fueron asesinados,
encarcelados, exiliados, torturados, expoliados y posteriormente
traicionados y olvidados. Y lo que es peor, igualados a sus verdugos y
juzgados históricamente como asesinos al mismo nivel (dos bandos, tod
os
cometieron desmanes, España necesitaba orden, y todas esas mandangas e
infamias que sólo unos pocos historiadores han conseguido desmentir).
Don Antonio lo sabía, lo sabía incluso antes de que ocurriera. La España
que padecemos es el fruto de aquel olvido programado, de aquella
victoria que arrasó con los conatos de justicia social y de apertura
ideológica. Se extirpó la base social e ideológica durante cuarenta años
y luego se dinamitó con otras tácticas más estéticas, comprando
voluntades, la semilla que luchaba por horadar la tierra donde la habían
enterrado.
Colliure es el destino de nuestro poeta, nuestro
republicano, la huella que debimos haber seguido. Y esa es nuestra
tristeza: el sueño republicano está enterrado, en Colliure, en cunetas
desconocidas, en papeles perdidos y quemados, en familias que sepultaron
sus recuerdos bajo pilas y pilas de silencios. Hay que pasar la
frontera para poder rendirle homenaje a D. Antonio, hay que dejar atrás
España, hay que dejarlo todo atrás.
Marisa Peña. Enredando memoria
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La cuñada, de Jesús Cintora