Publicado por José Manuel en martes 27 de julio de 2010
cosasdelauniversidad.blogspot.com/search/label/actitudes%20universitarias Título original: De la simbiosis científica al parasitismo científico
Una aportación más a mis reflexiones sobre parásitos científicos.
En la Universidad española se dan muchos casos de relaciones simbióticas. Son parejas de hecho (que nada tienen que ver con la atracción sexual, a veces parejas del mismo sexo) donde se crea un intercambio de funciones que complementan la actividad desarrollada por las dos personas por separado. Después de años de colaboración mutua, donde inicialmente hay un intercambio real de funciones, la mayoría de estas relaciones acaban convirtiéndose en una relación parásito-huésped.
Hay personas que en un determinado momento de su vida profesional, normalmente vinculado a alguna dificultad coyuntural (un nuevo reto profesional, una situación negativa común, un problema a resolver, un proyecto a presentar), empiezan a colaborar de una manera fructífera para ambas partes. Como en el ambiente universitario no es corriente ese tipo de colaboración, y como consecuencia la satisfacción que ello produce, se crea una empatía mutua que hace que esa colaboración continúe en el tiempo y se empiece a crear, en un determinado momento, una relación de dependencia mutua. A veces, muchas veces, la relación acaba en un caso de parasitismo extremo que enriquece a una de las partes, y debilita de forma extrema a la otra.
Desgraciadamente, el huésped o persona víctima, nunca se da cuenta de la situación hasta que es demasiado tarde y el parásito le abandona. Una vez creada la dependencia, el parásito desarrolla su extrema habilidad para transmitir sensación de culpa a su huésped para que ni se le pase por la cabeza abandonar dicha relación (aparentemente simbiótica). El huésped trabaja entonces para el parásito, le incluye en sus proyectos, en sus publicaciones, en cualquiera de las actividades que emprende; el parásito engorda y engorda a costa de la sangre del huésped. A cambio, en esa relación aparentemente simbiótica, el parasito, lo único que le da al huésped es apoyo aparente, compañía, soporte afectivo. A veces el huésped es una persona insegura que necesita de alguien que le de ese apoyo.
Cuando se producen estas relaciones de dependencia mutua, donde una de las partes saca mucho más provecho que la otra, normalmente desde el exterior, todo el entorno de la pareja es consciente de la situación, porque normalmente el parásito va engordando cada vez más a costa del huésped, cada vez más pálido y enclenque. Y eso se ve, se palpa. Como hay una relación de dependencia psicológica, si se te ocurre advertir al huésped de lo que le está ocurriendo, te contestará que son imaginaciones tuyas, que el parásito le aporta mucho, que no sería la misma persona sin su parásito; desgraciadamente, no es así, y solo el huésped entiende como beneficiosa la relación.
Pero en las relaciones simbióticas que derivan en parasitarias existe una regla del nueve. Consiste en analizar el curriculum vitae de los miembros de la relación en el momento cero del comienzo de la “colaboración”. A igualdad de dedicación, pasados unos años, el parásito exhibirá un curriculum mucho más brillante y orondo que el del huésped, siendo además, que en la mayoría de los casos, el huésped es la parte realmente trabajadora de la pareja.
En muchas ocasiones, el parásito abandona al huésped. Puede ocurrir por distintos motivos: puede encontrar un huésped más provechoso, puede que para seguir engordando necesite ‘matar’ profesionalmente al huésped, puede que el huésped acabe tan agotado que no rinda lo suficiente… Cuando eso ocurre, el huésped pierde la parte de apoyo emocional que tenía en la relación, y que era lo único provechoso de la misma, y se hunde en la más profunda de las miserias. Si echas la vista atrás, hay un antes y un después, pero si no reacciona a tiempo, acabará totalmente destruido, y no tendrá remedio. El parásito suele ser muy inteligente, ya que consigue crear una dependencia que se prolonga durante años. La única manera de librarse de esa dependencia es seguir protocolos parecidos a los seguidos en una adicción grave (al juego, al alcohol, a las drogas), y desde luego para conseguir la liberación, se ha de empezar por reconocer el problema, lo que suele ser imposible para el afectado.
Desgraciadamente, todos hemos visto situaciones como la descrita. Normalmente es muy duro y difícil advertir a un huésped de que está siendo explotado y habitualmente nunca hacen caso (nunca reconocen el problema). Un día la relación se acaba, y prácticamente se acaba para siempre la vida profesional del afectado. Cuando el huésped es un profesional mediocre, ves el resultado con cierta distancia; pero cuando el huésped es un profesional valioso, contemplas la situación con pena, con una inmensa pena. De acuerdo con mi experiencia universitaria, me atrevo a hacer un retrato robot del huésped y del parásito.
El huésped suele ser una persona muy trabajadora, muy cumplidora, muy responsable. Esa capacidad de trabajo y responsabilidad le hace implicarse personalmente en el trabajo que realiza. Normalmente es un buen docente, un buen investigador. Normalmente de trato exquisito con los alumnos, con los estudiantes a los que dirige trabajos, por los que se desvelará y apoyará hasta la extenuación. Para ellos será un padre o una madre que siempre estará disponible. El huésped es normalmente una buena persona. Es por ello que es fácil aprovecharse de él o de ella. Si alguien es capaz de transmitirle el más mínimo sentimiento de culpa por algo (real o ficticio) estará en sus manos, porque hará lo imposible por resarcirle. Si el huésped es además una persona algo insegura, estará en las manos de cualquiera que sepa mezclar la transmisión de confianza mezclada con el sentimiento de culpa.
El parásito suele ser inteligente y ambicioso. No perderá ocasión de aprovechar la más mínima ocasión de sacar beneficio de una situación. El parásito nato, tratará de explotar cualquier tipo de relación, normalmente a través de la manipulación. Normalmente son manipuladores natos. Alumnos, doctorandos, compañeros, nadie está a salvo. Cada una de sus víctimas, siempre tendrá la sensación de que el parásito es la víctima, y le costará darse cuenta que ha sido manipulado. Igual que el murciélago-vampiro te adormece cuando te saca la sangre, este parásito universitario te explotará sin que te des cuenta. De repente tienes medio litro menos de sangre, pero no sabes qué ha pasado. La ambición le llevará a abarcar mucho más de lo que realmente puede desarrollar, y aprovechará su capacidad de manipular para que en cada frente alguien le cubra las espaldas, especialmente si consigue un buen huésped. Normalmente nunca están, porque se supone que están en otro sitio. Pero se las arreglan para que el huésped, que siente pena por él, le cubra ampliamente sus deficiencias. Por último, el parásito va dejando cadáveres por el camino. Cuando las personas pasan página de su relación con él, no quieren saber nunca más de él. Salvo excepciones. Mucho cuidado, su arte de manipular hace que siempre parezca que es él quien te hace el favor.
Cuanto más bondadoso es un huésped, mayor posibilidad hay de que sea víctima de un parásito. Y cuanto más inteligente es un parásito, más peligroso se vuelve.
Parásitos científicos. Qué pena que no se pueda desparasitar la universidad. Si quien lea estas líneas se siente identificado en uno de los roles, si es el rol de huesped, que pida ayuda profesional. SI es el otro rol, que sepa que los distingo.
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