Publicado por pegepe en miércoles, 11 de julio de 2012 http://duendesatiricodelasnoches.blogspot.com.es/2012/07/por-que-trabajariamos-tantisimo-aun-si.html#comment-form
¿Por qué trabaja[ría]mos tant[ísim]o (¡aún!), si (ya) es[tamos -y hace tiempo- en] el Siglo XXI?
Un agudo comentarista (Owen Hatherley) acaba de volver a cuestionar algo no baladí -¡para nada!- sobre lo que ya nos prestó su atención al comienzo de la interminable Crisis actual, y también tratamos acá en algunas otras intervenciones adicionales más, tan reiterada como apasionada mente:
< Si hay algo en lo que prácticamente coincidían antaño todos los futurólogos, es que en el siglo XXI habría muchísimo menos trabajo. ¿Qué habrían pensado, de haber sabido que en 2012 la jornada laboral de 9 a 5 se ha convertido en algo más parecido a otra desde 7 de la mañana hasta 7 de la tarde? Seguramente habrían echado un vistazo en torno suyo y habrían visto cómo la tecnología tomaba el control en muchas profesiones en las que anteriormente se necesitaba una ingente mano de obra, habrían contemplado el aumento de la automatización y la producción en masa, y se habrían preguntado, ¿por qué pasan 12 horas al día en tareas de poca filfa?
Se trata de una cuestión a la que no responden adecuadamente la derecha o la izquierda oficial. A los conservadores siempre les ha gustado pontificar acerca de la virtud moral del trabajo duro y buena parte de la izquierda, concentrada en los terribles efectos del desempleo masivo, ofrece comprensiblemente "más empleos" como solución principal a las Crisis. Anteriores generaciones habrían encontrado esto perdidamente decepcionante.
En casi todos los casos, los utopistas, socialistas y demás futurólogos creían que el trabajo acabaría por quedar casi abolido sobre todo por una razón: podríamos dejar que lo hicieran las máquinas. El pensador socialista Paul Lafargue escribió en su breve tratado mordazmente titulado 'El derecho a la pereza' (1883):
"Nuestras máquinas, con aliento de fuego, con brazos de incombustible acero, con maravillosa fecundidad inagotable, ejecutan con docilidad por sí mismas su sagrada labor. Y no obstante, el genio de los grandes filósofos del capitalismo sigue estando dominado por los prejuicios del sistema salarial, la peor de las esclavitudes. No comprenden todavía que la máquina es la salvadora de la humanidad, el dios que redimirá al hombre de alquilarse para trabajar, la divinidad que le otorgará ocio y libertad".
Oscar Wilde estuvo evidentemente de acuerdo: en su ensayo de 1891, 'El alma del hombre bajo el socialismo', desdeña "el disparate de lo que hoy se escribe y dice acerca de la dignidad del trabajo manual", e insiste en que "el hombre está hecho para algo mejor que repartir mugre. Todo el trabajo de esa laya debería realizarlo una máquina". Deja bien claro lo que quiere decir:
"La maquinaria debe trabajar para nosotros en las minas de carbón, y ocuparse de todos los servicios sanitarios, y ser fogonero de los vapores, y limpiar las calles y llevar mensajes los días de lluvia y realizar todo lo que sea tedioso o penoso".
Tanto Lafargue como Wilde se hubieran sentido horrorizados de haberse dado cuenta que, sólo 20 años después, el trabajo manual mismo se convertiría en ideología de los partidos laboristas y comunistas, que se dedicaron a glorificarlo en lugar de a abolirlo.
En esto también, sin embargo, la idea consistía en que finalmente quedaría substituido. Tras la Revolución Rusa, uno de los grandes defensores del culto al trabajo fue Aleksei Gastev, un antiguo metalúrgico y dirigente sindical que se convirtió en poeta, publicando antologías de títulos como 'Poesía de la planta de producción'. Se convirtió en el entusiasta principal del taylorismo, la técnica norteamericana de gestión habitualmente criticada por la izquierda por reducir al trabajador a una simple pieza de la máquina, dirigiendo el Instituto Central del Trabajo, con patrocinio del Estado. Cuando le preguntó por ello el izquierdista alemán Ernst Toller, Gastev contestó: "Tenemos la esperanza de que gracias a nuestros descubrimientos lleguemos a un estadio en el que un trabajador que antes en determinado empleo trabajaba unas '8 horas' tenga que trabajar no más de otras '2 ó 3, sólo', ya". En algún momento de la cadena esto quedó olvidado en beneficio de los supermusculosos estajanovistas que ejecutaban proezas sobrehumanas de extracción de carbón.
Los teóricos industriales norteamericanos, por raro que parezca, parecían compartir la visión socialista. Buckminster Fuller, el diseñador, ingeniero y polifacético sabio norteamericano, declaró que la "ecuación industrial", es decir, el hecho de que la tecnología faculta a la humanidad para hacer "más con menos", pronto eliminaría la noción misma de trabajo por completo. En 1963 escribió: "[D]entro de un siglo, la palabra 'trabajador' no tendrá ningún significado actual. Será algo que haya que mirar en un diccionario de principios del siglo XX". Si eso ha resultado cierto de los últimos 10 años, lo ha sido sólo en el sentido de "hoy en día somos todos de clase media" del Nuevo Laborismo, no en el sentido de eliminar de veras el trabajo de poca monta, o la división entre trabajadores y propietarios.
Los sondeos llevan mostrando desde hace mucho que la mayoría de los trabajadores piensan que sus empleos son irrelevantes, y echando un vistazo a las disputadas vacantes en una oficina de empleo media –el personal de oficinas de atención telefónica al cliente, archivista y, sobre todo, las diversas tareas de la industria de servicios– es difícil no estar de acuerdo.
Sin embargo, la visión utópica de la eliminación del trabajo industrial ha pasado de muy diversos modos a mejor vida. En la última década, las acerías de Sheffield han logrado producir más que nunca con mínima parte del personal previo; y en los puertos de contenedores de Avonmouth, Tilbury, Teesport y Southampton se deshicieron de la mayoría de los estibadores, pero no del tonelaje.
El resultado no fue que los estibadores o trabajadores siderúrgicos se vieran libres, tal como dijera una vez Marx, para "cazar por la mañana, pescar por la tarde y dedicarse a la crítica después de cenar". Por el contrario, se vieron sometidos al oprobio, la pobreza, y la incesante preocupación de buscar otro empleo que, caso de conseguirse, podía ser inseguro, mal pagado, no sindicalizado, en el sector servicios. En la presente era del trabajo eventual es prácticamente la norma, ésta; de modo que la idea del empleo seguro, cualificado y el orgullo en el trabajo no parecen tan horribles. No obstante, el movimiento obrero se consagró en otro tiempo a la abolición última de todo trabajo de poca entidad, tedioso, agotador. Disponemos de las máquinas para convertirlo hoy en realidad, pero carecemos de la voluntad.' >
(en 'The Guardian', traducido por Lucas Antón)
Comentario de PAQUITA el martes 17 de Julio:
Trabajar menos y disfrutar más. Ésa debiera ser la máxima que defendiéramos, pero suena transgresor. El que abanderare esta frase sería tiladado de holgazán ¿Quién empieza?
Menos trabajo y más dinero disponible para disfrutar de una vida digna de ser vivida, aprovechada para el crecimiento propio y comunal, para aprender... ¡nos queda tanto... !
Buen día ¿Dónde andas? -un abrazo-
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