Los
regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un
peligro antes insospechado: la supresión de la memoria. Y no es que la
ignorancia no pertenezca a cualquier tiempo, al igual que la destrucción
sistemática de documentos monumentos: se sabe, por utilizar un ejemplo
alejado de nosotros en el tiempo y el espacio, que el emperador azteca
Itzcoatl, a principios del siglo XV, había ordenado la destrucción de
todas las estelas y de todos los libros para poder
recomponer la tradición a su manera; un siglo después, los
conquistadores españoles se dedicaron a su vez a retirar y quemar todos
los vestigios que testimoniasen la antigua grandeza de los vencidos. Sin
embargo, al no ser totalitarios, tales regímenes sólo eran hostiles a
los sedimentos oficiales de la memoria, permitiendo a ésta su
supervivencia bajo otras formas; por ejemplo, los relatos orales o la
poesía. Tras comprender que la conquista de las tierras y de los hombres
pasaba por la conquista de la información y la comunicación, las
tiranías del siglo XX han sistematizado su apropiación de la memoria y
han aspirado a controlarla hasta en sus rincones más recónditos. Estas
tentativas han fracasado en ocasiones, pero es verdad que, en otros
casos (que por definición somos incapaces de enumerar), los vestigios
del pasado han sido eliminados con éxito.
Tzvetan Todorov, "La memoria amenazada"
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: A propósito de Cosidó, la Policía y la Democracia, de José Manuel Sánchez Fornet
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