Sufrimos
una invasión de todólogos y opinólogos. La multiplicación de voces que
da como resultado cero, produce una cacofonía contra la que no sirve
cubrirse manos u oídos. El poder estuvo siglos dando vueltas a cómo
acallar el ansia de conocimiento de las masas, usando la censura,
prohibiendo la palabra escrita o persiguiendo al disidente, cuando la
fórmula magistral era precisamente la contraria: dale a todo el mundo la
posibilidad de opinar, de eructar sus ideas con poco o
ningún rigor, y tendrás un gallinero en el que nadie escuchará las
ideas de los otros. Estos días he visto juicios y prejuicios esgrimidos
con una simpleza y banalidad asustantes. Facebook no es una red social;
es un mentidero, o algo incluso peor, una cloaca por la que desaguar la
bilis. Hay palabras en este espacio que asemejan regueros de mierda,
ríos de vómito con tropezones, aderezados con los peores ingredientes
sacados de la huerta humana: odio, cainismo, inhumanidad, inquina. La
muerte de un torero ayer en la plaza, producida por una cornada en el
corazón, ha sacado a la luz la auténtica dimensión de algunos, quienes
por amor a los animales han paseado su odio de barra de bar y carajillo
hacia los que los maltratan. Una muerte en la plaza es una muerte en la
plaza, y todas nos disminuyen como pueblo. Todas son un reflejo de
nuestra incapacidad para regirnos por comportamientos éticos y ponen de
manifiesto que estamos en las antípodas de la mayoría de países de
nuestro entorno. Cuando muere un toro, algo nuestro muere con él. Cuando
muere un torero también. No cabe discusión, por otro lado, en cuanto a
la voluntariedad del acto que lleva a unos y otros a la plaza. El toro
sale desorientado a una superficie barrida por una luz cegadora. El
torero sale a un posible patíbulo, en el que ofrece su cuerpo a la
inmolación para ganarse una gloria que le conceden siempre otros. El
toro no elige estar allí. El torero sí. Pero el acto, el acto en sí, es
una tragedia desde que los primeros espectadores ocupan los tendidos. En
España hay 12.000 tragedias anuales, con más de 70.000 toros muertos.
Es un dato estremecedor, como lo es la muerte de ese muchacho de 29
años. Pero una tradición que en España se remonta más de 500 años no se
combate vomitando odios, ni agitando las hoces y las antorchas de la
Inquisición. No se hace así. Se hace con pedagogía, con razones,
seduciendo, amando. Se hace con leyes, a las que se llega a través de
consensos y que son el triunfo de cualquier Estado de derecho. La muerte
NO SE CELEBRA. Nunca. A los que lo hacen, oídos sordos. No representan a
nadie, salvo a su propio odio. Que cabalguen solos a lomos de su
cólera. Ningún país llegó lejos sobre ese caballo, ni siquiera cuando se
persiguen las causas más justas y nobles.
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MI COMENTARIO:
Gracias
por poner palabras a lo que muchos, supongo, sentimos. Cuando leí que
"eso" eran opiniones de un "animalista" no lo entendí. Gente estúpida la
hay en todos los colectivos Javier Nix Calderón
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AÑADIDO el 15/7/2016:
Javier Nix Calderón
Niza
es la constatación de que vivimos en un mundo globalizado: hace dos
semanas, casi 200 muertos en Bagdad. Anoche, más de 80 en Niza. Camión o
coche bomba, el terror no entiende de medios, fronteras, religiones o
razas. Todos somos carne que tiembla ante el odio.
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: Tetas, sangre e historia patológica
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