El debate sobre los transgénicos se ha querido vestir como una
lucha entre ecologistas “sentimentales” y “anticientíficos” contra la
Ciencia con mayúsculas, pero la realidad es muy diferente.
Si la agricultura ecológica está consiguiendo resultados tan interesantes con tan pocos medios ¿qué hacen los brillantes premios Nobel, tan preocupados como dicen estar por la alimentación mundial, que no dejan sus transgénicos y se ponen a investigar en ella?
Marga Mediavilla 11/07/2016 http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Greenpeace-transgenicos_6_534456550.htmlSi la agricultura ecológica está consiguiendo resultados tan interesantes con tan pocos medios ¿qué hacen los brillantes premios Nobel, tan preocupados como dicen estar por la alimentación mundial, que no dejan sus transgénicos y se ponen a investigar en ella?
Hace unos días, 109 premios nobel firmaron una carta
en la cual acusaban a la organización ecologista Greenpeace de
“crímenes contra la humanidad” por oponerse a los transgénicos y ser,
supuestamente, responsable de que el arroz dorado rico en vitamina A no
pueda salvar a millones de niños de África y Asia de las enfermedades
derivadas de su carencia.
Esta carta ha sido contestada por Greenpeace
en una extensa nota que contrasta con la escueta declaración de los
premios Nobel. Así como los científicos básicamente usan el argumento
–simplista- del arroz dorado y la necesidad de producir más alimentos,
Greenpeace hace un repaso a todos los aspectos del problema: argumenta
que el arroz dorado no es más que un prototipo; que el problema del
hambre es de origen socioeconómico y está muy lejos de solucionarse con
tecnología; que los transgénicos no han conseguido en veinte años
aumentar sus rendimiento, lo que hace difícil que sean útiles para
luchar contra la desnutrición; que los mismos resultados o mejores se
obtienen con técnicas convencionales de mejora y variedades
tradicionales; que no se sabe si son o no peligrosos porque no existen
estudios independientes pero, en el caso que lo fueran, su control sería
imposible porque el polen viaja cientos de kilómetros; que su principal
ventaja es la facilidad que dan a las compañías para patentar las
semillas; que sus logros en reducción del uso de herbicidas son
ridículos comparadas con los de las técnicas ecológicas que lo reducen a
cero y consiguen productividades similares; que los transgénicos son la
punta de lanza de un modelo agrícola que es acusado por numerosas ONG,
sindicatos agrarios y organizaciones internacionales como la propia
causa de la desnutrición, etc.
El debate sobre los transgénicos se ha querido vestir
como una lucha entre ecologistas “sentimentales” y “anticientíficos”
contra la Ciencia con mayúsculas, pero la realidad es muy diferente.
Muchos científicos nos oponemos a los cultivos transgénicos y
denunciamos que la supuesta preocupación de sus defensores por la
alimentación mundial tiene mucho de hipocresía e intento de salvar su
negocio. Porque el problema principal de los transgénicos no es que sean
peligrosos, su principal problema es que son inútiles. Sirven a las
compañías que los desarrollan (ya que permiten patentar los genes y
monopolizar los mercados) pero son inútiles para todo el resto de la
humanidad.
La aureola de alta tecnología que rodea a
estos cultivos y los millones de dólares invertidos en ella contrasta
fuertemente con los pobres resultados conseguidos: sólo se ha aplicado a
gran escala al maíz y la soja, no ha conseguido mejorar los
rendimientos, tienen un largo historial de experimentos fallidos, etc.
Mientras tanto, en esos veinte años, la modesta investigación en
agricultura ecológica, que apenas recibe fondos de investigación, está
consiguiendo resultados mucho mejores y, sobre todo, está desarrollando
una agricultura sostenible, algo que en estos momentos es vital.
La introducción de agroquímicos consiguió doblar los rendimientos de la
agricultura tradicional, pero el precio que hemos pagado por ello ha
sido muy alto: contaminación de ríos y acuíferos, pérdida alarmante de
biodiversidad, pérdida de minerales y vitaminas de los alimentos,
problemas de erosión en más de la mitad de los suelos del planeta,
grandes consumos energéticos, etc. Frente a todas estas nefastas
consecuencias, la agricultura ecológica propone alternativas que atajan
todos esos problemas y, además, está consiguiendo rendimientos que se
pueden equiparar a los de la agricultura química (y en algunos casos los
superan).
Los últimos informes de las Naciones Unidas
son tajantes a la hora de afirmar que debemos alejarnos urgentemente de
la agricultura química. El relator especial de las Naciones Unidas para
el derecho a la alimentación Olivier De Schutter lo decía hace unos
años: “Un viraje urgente hacia la “ecoagricultura” es la única manera de
poner fin al hambre y de enfrentar los desafíos del cambio climático y
la pobreza rural. […] Los rendimientos aumentaron un 214 por ciento en
44 proyectos en 20 países de África subsahariana usando técnicas de
agricultura ecológica durante un periodo de tres a diez años, mucho más
que lo que jamás logró ningún cultivo genéticamente modificado”.
Si la agricultura ecológica está consiguiendo resultados tan
interesantes con tan pocos medios ¿qué hacen los brillantes premios
Nobel, tan preocupados como dicen estar por la alimentación mundial, que
no dejan sus transgénicos y se ponen a investigar en ella? ¿No será que
esta agricultura ecológica no produce dividendos ni tampoco permite
conceder becas de investigación? ¿No será que exige que estos
investigadores cambien su mentalidad reduccionista, centrada en el gen,
para estudiar también organismos, ecosistemas, suelos y sociedades
humanas?
La investigación en transgénicos es como un
poderoso Goliat que mueve miles de millones dólares, pero no olvidemos
que en la historia bíblica es David el que gana y el Goliat transgénico
tiene un enorme talón de Aquiles que lo está haciendo caer. Y es que
tanto los transgénicos como toda la agricultura química requieren
ingentes cantidades de petróleo para la elaboración de abonos químicos y
plaguicidas. Sin la energía del petróleo toda la agricultura química se
viene abajo; y ya llevamos diez años viviendo un preocupante
estancamiento en la producción mundial de petróleo. Esto lo están
notando los agricultores, que ven cómo el precio de los insumos se lleva
sus beneficios y, por ello, se interesan cada vez más por la
agricultura ecológica.
A medida que el declive del
petróleo se haga más evidente va a ser más importante desarrollar una
agricultura sin insumos químicos de síntesis, y serán los marginales
científicos ecológicos los únicos capaces de evitar que la alimentación
mundial colapse. Probablemente el siglo XXII recuerde mucho más a
Restrepo, Holmgren, Fukuoka o Voisin que a todos los premios Nobel que
han firmado la carta a favor de los transgénicos. Al fin y al cabo, la
historia de la ciencia siempre ha estado más ligada a los científicos
condenados a la hoguera que a los que recibían los premios de la
Academia.
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: Universidad e investigación vs. deporte y olimpismo en España
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: Universidad e investigación vs. deporte y olimpismo en España
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