Mima, diminutivo de Herminia, es la madre de Roi. Señala el suelo que pisamos: «Aquí tería que renacer a herba, pero xa ve, só hai po». Tiene 42 años y hace cinco que se embarcó con su marido en este proyecto: una ganadería extensiva. Cándido se había quedado sin trabajo cuando cerró la fábrica de muebles y les pareció una buena idea: «Queriamos quedarnos, educar aquí aos nosos fillos...». Pero las cosas se han ido girando y la viabilidad del proyecto es cada vez más difícil. «O cálculo é que a seca nos custa dous euros por vaca e día. Xa tivemos que vender algunhas». Es la solución fácil, pero tampoco pueden abusar. Se están acercando al límite de cabezas que mantener en función de las hectáreas por las que se mueven. Si siguen vendiendo, perderán las ayudas de la PAC (Política Agraria Comunitaria) y entonces todo se irá al tacho.
Los últimos regatos
«Vannos sacar do mapa de Galicia para poñernos no de Castela», bromea Herminia, pero la cosa no está para bromas. Lo que le pasa a esta familia es lo que le ocurre a muchos otros ganaderos de la provincia de Ourense, especialmente a los del sur, que es por donde está avanzando esta sequía nunca vista. Ellos son los primeros en notar económicamente la dentellada del largo estiaje. Si las vacas de Herminia están en esta finca más propia de Palencia
que de Ourense, es solo porque se trata de la única en la que pueden ir
a beber. Por poco tiempo, la verdad, porque el regato que la cruza está
dando sus últimas bocanadas. Otros ganaderos tienen que abrevarlas ya a golpe de cisterna. La Xunta autorizó a usar los pozos habilitados para los servicios antiincendios, pero muchos están vacíos.Estamos en septiembre pero, como explica Cándido, las condiciones meteorológicas son de julio por el intenso calor, aunque el campo está como si hubiéramos llegado a noviembre: sin agua y sin comida. Nada está en su momento. Así que todos son gastos: más viajes a la explotación, adquisición de forraje, más horas de trabajo, menos beneficios: «O ano pasado só tivemos que comprar palla para facerlles a cama ás vacas. Custounos 250 euros. Este ano pagamos 2.500 por un camión enteiro». Porque, así es la ley del mercado: cuando todo el mundo quiere paja y forraje, el precio sube e, igualmente, cuando todos quieren vender, el precio de la carne baja.
«Quero auga», dice Roi, que está cansado ya de distribuir el maíz por la finca. Pero no hay. Su madre le pide que espere un rato, que ya se van. Y como Roi solo tiene 5 años, insiste: «Quero auga». Sus padres también quieren agua. Toda la que pueda llover, porque tiene que caer mucha, mucha, para que el futuro de esta familia, también el de Roi, siga ligado a la tierra en la que nacieron y que nunca pensaron que se secaría tanto.
Un problema que se arrastra desde hace algo más de un año
«Dende xuño do ano pasado só caen unhas poucas pingas. E os días de verán, cun calor de corenta graos». En esas condiciones que recuerda Cándido Carrera, ganadero de Riós de 43 años, no hay recurso hídrico que aguante. Por la zona ya no quedan demasiados y lo único que verdea son las xestas. La mayoría de las huertas han perdido el lustre de otros años y se riegan con los sobrantes de las tareas del hogar. El maíz con el que Cándido y su familia están alimentando a sus animales lo siegan a mano, «porque nas terras das que o collemos o tractor nin sequera pode dar a volta». Es un material que no aprovecharían si las fincas, como ocurrió toda la vida, estuvieran ahora dando su segunda cosecha de hierba. Pero nada se parece este año a lo que ocurrió toda la vida: «Haberá que irse acostumando», dice Cándido con una resignación que no se corresponde con la realidad. No es posible acostumbrarse a esta sequía. No con las necesidades que tiene su modo de vida. Cándido se acuerda de los días que no había clase en invierno, porque nevaba con frecuencia. Ahora no nieva nunca. Y se dan los kiwis o las aceitunas, cultivos impensables en su infancia. De momento, en la zona sigue reinando la castaña, este año también con una cosecha renqueante: «Cando falle a castaña -dice Cándido-, será o momento de apagar as luces».Ríos secos, restricciones, calentadores parados, lavadoras que no funcionan...
Se dice que la gente tiene mala memoria en cuestiones de clima y meteorología, pero Eloy Carrera parece sincero cuando afirma que no ha vivido nunca una situación como esta. Y tiene 70 años. En medio de un jardín polvoriento que no se riega desde hace semanas porque a ver quién riega el jardín cuando tiene los pozos a punto de secar. Eloy recuerda los tiempos en los que estuvo emigrado en Suiza, donde un vecino le hablaba del cambio climático y le decía que estos años llegarían. Por detrás, su mujer aborda asuntos más prácticos: «Non temos presión, e o quentador non funciona». Hay veces que la lavadora tampoco. Aquí, en Mouriscos, una parroquia del concello de Riós, se corta el agua por la noche. La traída que los vecinos construyeron hace ya muchos años funcionó siempre. Hasta ahora que boquea pidiendo agua. «Estamos a buscar outro manancial, pero mentres temos que cortar pola noite para que recupere». En el seco jardín, las moscas pican: «Cando non hai auga, todo é peste» justifica Eloy. Y así debe ser, porque el manzano que hay frente a su casa, tiene frutos hermosos: «Pero cheos de bichos».
Los vecinos ya han ido cambiando las costumbres: el agua de lavar la lechuga no se tira: se usa para regar. Hasta la de lavarse los dientes. En Mouriscos, el agua se ha convertido ya en algo muy preciado: «O único que nos falta é facer unha misa».
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