‘La Vanguardia’
Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental Planeta vino. 21/10/2020.
El celo de la salamandra tiene lugar bien entrado el otoño, cuando los arroyos y las fuentes vuelven a colmarse de agua y los ambientes forestales se condensan de humedad. En esas condiciones óptimas para su desarrollo, encendidas por el celo, la observación de estos parientes cercanos a las ranas y los sapos se hace más común que en ningún otro momento del año, resultando bastante probable toparse con alguna de ellas al visitar cualquiera de nuestros bosques húmedos.
En mis cuadernos de campo tengo anotadas numerosas citas de salamandra común en distintos lugares de nuestra geografía, y curiosamente buena parte de dichos encuentros se han dado durante estos días del año: en la segunda quincena de octubre.
¿Dónde viven?
Las he hallado un 21 de octubre trepando por las rocas cubiertas de musgo en el interior de un hayedo del valle de Baztán, a los pies de un nogal en los Picos de Europa un día 24 o desplazándose lentamente y con su parsimonioso paso a cuatro manos bajo la lluvia matinal en un robledal del Montseny, en la víspera de la castañada. Todos esos encuentros me han deparado mágicos momentos en la naturaleza.
Y es que los llamativos colores de este anfibio lo han convertido en uno de los animales más célebres de la fauna ibérica. En función de cómo los combinan en su librea, si lucen el negro como base con rayas y topos amarillos, o muestran el aspecto contrario, tono general amarillo limón salpicado de manchas negras, los herpetólogos han logrado diferenciar hasta cinco subespecies diferentes de salamandra común en la península ibérica.
Pero el objetivo de tan exótica apariencia no es diferenciarse por grupos. Lo que ha llevado a la salamandra a dotarse de esos colores tan marcados y provocadores es una cuestión de supervivencia. Con su aspecto están dirigiendo un mensaje de advertencia a sus enemigos naturales: ojo que soy un bocado indigesto.
Por todo ello, si en algún momento de desesperación por el hambre, el zorro, la garduña o el tejón se atrevieran a metérsela en la boca, tardarían apenas un instante en escupirla y aprender la lección que anunciaban sus colores (...)
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