Roy Cohen (+972 Magazine) 25/10/2023
Una protesta individual ante el cuartel general militar de Tel Aviv se convirtió rápidamente en una manifestación masiva en la que las familias exigían el regreso inmediato de sus seres queridos
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Protesta de los familiares de los secuestrados por Hamás en el centro de Tel Aviv. / NBC
El 14 de octubre, por las redes sociales israelíes, empezó a circular una foto de Avichai Brodetz –cuya esposa y tres hijos fueron secuestrados por Hamás en Kfar Aza y llevados a Gaza durante el ataque del 7 de octubre– sentado en una silla de plástico frente al cuartel general militar israelí de Tel Aviv. A las 11 de la mañana, varias decenas de personas se habían unido a él. En pocas horas, la calle estaba llena de manifestantes furiosos, angustiados por la desaparición de sus seres queridos. “Estamos aquí y no nos iremos hasta que nos devuelvan a todos los rehenes”, le decía una mujer a su amiga, ambas sollozando.
Se cree que al menos 199 personas fueron secuestradas por los militantes de Hamás que rompieron la valla de Gaza el 7 de octubre pasado en el marco de un ataque sorpresa que causó más de 1.400 muertos en Israel. Posteriormente, el ejército israelí lanzó un asalto contra Gaza en el que han muerto al menos 2.383 [el 23 de octubre la cifra se situaba en torno a 5.000] palestinos, y se dispone a entrar en la franja con miles de soldados para llevar a cabo una invasión terrestre a gran escala.
(...) Fuera del cuartel militar, los manifestantes empezaron a gritar de forma espontánea. Uno de ellos, Alon Avrami, fue entrevistado por un canal de noticias de la televisión australiana. “Nos merecemos algo mejor que esto”, espetó. “Los israelíes, y también los palestinos, merecen la paz. Netanyahu no nos la dará. Merecemos que nos traigan a casa a nuestros rehenes hoy. ¡Un corredor humanitario hoy!”. El periodista australiano le dio las gracias y rompió a llorar.
Algunos manifestantes le rodearon y apoyaron con gritos de “¡vergüenza!”. Otros no quisieron unirse, temiendo que al hacerlo se politizara la protesta; corear “¡vergüenza!” se ha convertido en una marca indeleble de las protestas masivas contra el golpe judicial del Gobierno israelí que habían tenido lugar durante 39 semanas consecutivas hasta el sábado 7 de octubre, y algunas de las familias y sus partidarios temían que utilizar los mismos cánticos les hiciera parecer demasiado antigubernamentales.
“Intentamos ser solidarios entre nosotros: aquí no hay derecha e izquierda, sólo pena y dolor”, decía Yael Shani. Su amiga, la fallecida Ma'ayan Mor, estaba en el festival de música de Re'im, que, en palabras de Shani, fue “una fiesta que se convirtió en el infierno en la tierra”. Mor y su compañero consiguieron subirse a un coche y escapar, pero cuando llegaron a la aldea de Kissufim, murieron calcinados en el coche como consecuencia de los continuos ataques de Hamás. “Todo el mundo sabe que los habitantes del sur han sido abandonados”, continuó Shani. “El único político que nos ha ayudado es [el presidente de Estados Unidos] Biden. Lo que está ocurriendo aquí es absurdo. Queremos líderes de verdad”.
Otros manifestantes se dirigían a la comunidad internacional. La sobrina de la secuestrada en Nir Oz, Adina Moshe, de 72 años, dijo a los periodistas: “Mi tía es una mujer enferma. Pido al mundo entero, a las organizaciones humanitarias, que nos ayuden a traerla de vuelta, a ella y al resto de secuestrados. Hay niños de tres o cuatro años. Ahora todo el mundo tiene que concentrarse en la forma de traerlos de regreso”.
“Esta protesta es el principio”
“La periferia [término utilizado para referirse a las zonas situadas fuera del centro urbano de Israel] no ha sido una prioridad [del gobierno] durante años”, decía Noa Rotem, que reside en Matzuva, al norte de Israel, cuya población fue evacuada el 8 de octubre por su proximidad a la frontera libanesa. “Me llevé a mis hijos a casa de mis padres. Estoy aquí porque no puedo estarme quieta”.
Rotem llevaba un cartel con los nombres de los niños secuestrados. “Me siento un poco indecisa sobre si debemos pedir la liberación de los rehenes u obligar al Gobierno a dimitir”, añadió Rotem. “Como persona que lleva 40 semanas protestando [contra el golpe judicial], me resulta muy difícil separar ambas cosas”.
La propia manifestación reflejaba la ambivalencia de Noa. Si al principio la gente sólo gritaba “¡vergüenza!”, en menos de una hora gritaban “¡gobierno criminal!” y “¡enviad a Bibi a la cárcel!”. Ni un solo manifestante defendió abiertamente a la coalición, pero las familias de las víctimas expresaron su preocupación por que los mensajes políticos hicieran aún menos probable que un gobierno de extrema derecha disgregador les devolviera a sus seres queridos. Si algo tenían en común los manifestantes era que todos sentían que el Gobierno los había abandonado a ellos y a sus seres queridos.
“Es una humillación continua”, dijo Yiftach Cohen, varios de cuyos familiares fueron secuestrados. No estuvo en la manifestación de Tel Aviv y habló conmigo por teléfono: “Me resulta difícil esperar algo de este Gobierno: un Gobierno que no habla con el pueblo; un Gobierno que continúa con la locura de saquear este país”. Entre los familiares secuestrados de Cohen se encuentran su tía, Margalit Mozes; su tío, Gadi Mozes; la pareja de Gadi, Efrat Katz; la hija de Efrat, Doron Asher (Katz); y las hijas de Doron, Aviv (de tres años) y Raz (de cinco años).
El jueves pasado, Cohen visitó un hotel de Eilat que hospedaba a supervivientes de Nir Oz, una de las comunidades cercanas a la valla de Gaza que fue objetivo de Hamás. “Cuando llegué al hotel, llamé a mi prima desde el vestíbulo y me dijo dónde encontrarla”, contó. “Sólo estaba a unos 30 metros de mí, pero cada persona que me cruzaba por el camino me abrazaba y llorábamos. Al cabo de media hora me llamó y me preguntó dónde estaba. Las conversaciones eran muy duras. Después de cada una de esas conversaciones, te desmoronas”.
Los amigos de Cohen vinieron a Tel Aviv y escribieron los nombres de sus familiares secuestrados en unos trozos de papel que colgaron en el muro de los desaparecidos que los manifestantes crearon frente al cuartel general del ejército. Una manifestante, Yael Greenberg, me dijo: “Esta es, de hecho, la primera oportunidad que hemos tenido de expresar públicamente nuestro dolor”. Greenberg acudió a la manifestación después de que alguien enviara la foto del solitario Brodetz al grupo de WhatsApp de padres del colegio de sus hijos. “Ahora mismo todo esto parece muy desorganizado, pero tengo la sensación de que esta protesta es el comienzo de una acción más continua”, manifestó.
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