Miguel Mora 22/11/2023
Todo estaba atado y bien atado hasta que llegó el 15M y luego el “sí se puede”. Los morados han sufrido durante 9 años los ataques más innobles del bipartidismo corrupto. Ahora, toca dejar de llorar y volver a empezar
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Irene Montero e Ione Belarra, el día de su despedida como ministras. / Dani GagoAprovechando la infame campaña de La Sexta y Ok Diario contra la ley del solo sí es sí, basada en sentencias no firmes y en contadores de agresores sexuales supuestamente beneficiados por la ley Montero, Sánchez dejó sola a la ministra de Igualdad votando con el PP, y Díaz negó su apoyo a Unidas Podemos antes de la fiesta inaugural de Sumar para no presentarse luego a las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo del 23. Podemos no acudió al Magariños, y la derrota de las izquierdas rotas facilitó las coaliciones del PP y Vox y obligó a los morados a hacer un ERE para no quebrar. Cautivo y desarmado, Podemos aceptó la oferta sadomaso de Díaz para las generales, incluido el veto a Montero, sabiendo que romper equivaldría a entregar el gobierno estatal a la extrema derecha. Logró cinco diputados, que apoyaron la investidura de Sánchez para quedarse después sin un solo ministro en el nuevo gabinete.
La izquierda cuqui, la que se lleva bien con Amancio Ortega, Florentino Pérez y Juan Roig, la que cobra el bono térmico para familias vulnerables, la que teoriza sobre las encíclicas del papa Francisco, es ahora la muleta amable que sostiene el Gobierno PSOE-Sumar, valga la redundancia –como dice El Mundo Today–. Y mientras tanto, asoma en el horizonte la pinza de Podemos con Bildu y Esquerra, que sumaría 19 escaños, y se perfila ya como la “oposición de izquierdas” que apretará desde fuera al Gobierno de los amigos incómodos de Pedro.
El regreso de Podemos a los márgenes de la política institucional es en realidad una buena noticia –los sapos son ya y prometen ser esta vez tamaño XL– y una vuelta al punto de partida, a las europeas de 2014, fecha en la que el sistema setentayochista lanzó la doble cacería contra los enemigos de España y de la monarquía: los nacionalistas catalanes y El Coletas y sus descamisados. Han sido nueve años y miles de portadas llenas de bulos policiales, mentiras a sabiendas y falsas acusaciones judiciales. Se llama lawfare, sí. Y hoy sabemos que las cloacas han triunfado gracias a una heterogénea agrupación de malhechores. Villarejo, Inda, Ferreras, Dolores Delgado, Aznar, Felipe y sus medios al dictado prepararon el terreno para desacreditar a Podemos. Y, por duro que suene, Sánchez y Díaz se han encargado de intentar darles el golpe de gracia.
Recordemos que en esa guerra sucia el PP nunca estuvo solo. Los medios afines al PSOE no denunciaron las falsedades aventadas por los tabloides y chiringuitos de las cloacas, que luego amplificaban los platós “del Estado profundo” (RTVE, Mediaset, Grupo Planeta). El pánico del bipartidismo, autolesionado por el austericidio, y del IBEX al 15M y a Podemos era colectivo y contagioso. No había costumbre. Y la prensa progresista, siempre bien engrasada por la gran empresa y movida por su ciego amor a la monarquía inviolable, jugó un papel fundamental al dar barniz de credibilidad y carta de naturaleza a los infundios fabricados por los sicarios de Villarejo y Fernández-Díaz. Que yo recuerde, solo Ana Pardo de Vera tuvo las agallas de largarse de un plató ante las infamias que soltaba cada noche Inda, el gran bufón de Florentino Pérez y Ferreras.
Sí, tal vez algunos fueron más cuidadosos al difundir las patrañas, pero muy pocos osaron denunciar en serio aquel interminable escándalo democrático, y muchos menos tuvieron la decencia de renunciar a cobrar los sueldos / mordaza de La Sexta.
Las cloacas han vencido, porque todos los delincuentes siguen en sus puestos, pero ha sido una victoria pírrica. Irónicamente, las urnas han obligado al PSOE a ir más lejos de lo que Sánchez nunca quiso ir en Catalunya, y ahí está Puigdemont a prisión reconvertido en salvador de la investidura más plural y contestada de la historia y en bastión contra las extremas derechas neofranquistas y trumpianas. (...)
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