Publicado el 27 de Marzo de 2011 en www.elartistadelalambre.net/
La chica más bonita de la ciudad vive en un bloque de apartamentos construidos en una ofrenda de cemento y hormigón a las afueras de la ciudad. Una barriada triste, plegada sobre sí misma y llena de rostros cansados que son arrastrados sin gracia por los pequeños comercios, beben solitarias latas de cerveza en los bancos de la plaza, y parecen incluso compartir una misma vestimenta y un mismo lenguaje.
Cada mañana malgasta dos horas en atestados transportes públicos, pero ella no se imagina en otro lugar. ¿Lo hueles?, me decía cuando la acercaba a casa en coche y sacaba la cabeza por la ventanilla. Es el olor de mi barrio, huele a tango amargo y ganas de llorar. No querría estar en otro sitio.
La maquinaria de la supervivencia construye lugares en nuestra ausencia, y nosotros estamos destinados a creernos únicos al descubrirlos por vez primera. Como si nada existiese hasta que no le ponemos un ojo encima.
Me recibe con unos vaqueros gastados y una camiseta enorme de una universidad inglesa. Tiene el pelo suelto, carita de sueño y cuando me franquea el paso y sonríe mi corazón se pierde uno, dos latidos. Me dice que tiene que arreglarse sin perder la sonrisa, y yo se la devuelvo como un idiota aún sabiendo que llegaremos tarde y tendremos que dar un montón de explicaciones.
La chica más bonita de la ciudad bien se merece su propia sesión en el cine y una mesa con su nombre en ese restaurante del octavo piso que deja ver el rastro de las luces fugaces, supersónicas, de la gran ciudad.
Se aparta y me deja el paso libre mientras se desliza al cuarto de baño con la ropa bajo el brazo. Deambulo por la casa sintiéndome, a veces explorador, a veces un intruso en una realidad ajena, y al final mi ritual de brújula estropeada me hace aparecer como un eidolon vengativo ante las puertas del dormitorio.
Sobre la mesa hay un par de manuales técnicos que releo creyéndome mucho más inteligente de lo que soy hasta que desisto y me dejo caer en la silla mirando la cama, recién hecha y coronada de grandes almohadones. Una moderna versión del lecho de piedra; el altar y un puñal de obsidiana con el que ella ofrenda el corazón aún palpitante de sus víctimas a los dioses sencillos y primitivos que rigen su vida. Los que aplacan las tormentas y devuelven un poco de orden a un universo incomprensible.
Por el rabillo del ojo se cuela silencioso mi reflejo en el espejo: limpio, perfumado, con mis mejores vaqueros y mis zapatillas nuevas. Pero el espejo no se deja engañar, y me devuelve un rostro cansado.
Últimamente todo es así: como vivir atrapado en una mala fotocopia del sueño confuso de otro tipo. Un tipo mucho más hábil y definitivamente mejor que yo, y todo se hubiese reducido a vivir días de una intensa imperfección cogidos de la mano de un puñado de momentos fugaces, de nuevo esa palabra, que se van borrando como la huella dejada por un explorador.
La chica más bonita de la ciudad sale del baño perfectamente peinada, con un vestido hasta las rodillas, una camiseta ajustada y la cara oculta bajo una congerie de cremas, polvos y potingues. Cuando se pone unas gafas de sol enormes apenas puedo distinguirla del resto de chicas que desfilan Gran Vía abajo intentando buscar el abrazo del ruido y el clamor de otra noche de viernes.
Ya no es la chica más bonita de la ciudad.
Sólo es otra barbie anodina que ha logrado ahogar en la bañera a la chica más bonita de la ciudad.
Caminante dijo... 15 de abril 2011, 21h. 45´:
Aquí me tienes. Buscando congerie en la wikip. y existe: cúmulo, montón de cosas. Pues vale, va llena de potingues.
A este respecto. Siempre pensé que Marilyn, la de todos, la Monroe, era preciosa sin pintar, en las imágenes de jovencita. Después la prostituyeron y metieron esa imagen en todos los lugares, cosas de la mercadotecnia.
Vengo de casa de Merce, en donde estuviste en varias ocasiones.
Saludos desde Madrid Sur: PAQUITA (No pude dejar el comentario por el filtro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario