Cuando Zaratustra tenía treinta años, abandonó la ciudad y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Durante aquellos años, su corazón se fue transformando, y una mañana, levantándose con la aurora, Zaratustra bajó de las montañas sin encontrar a nadie y tan pobre como había subido diez años antes. Fue en aquel preciso momento, no antes, cuando Zaratustra se percató de que se había convertido en niño, pues solo un niño sabe amar, crear y jugar sin reglas.
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