21/10/2015 Raúl Campoy Guillén: Una de las cosas que me traigo de Costa Rica, es al poeta ya fallecido por un accidente de tráfico, Jorge Debravo. Uno de los máximos exponentes de la poesía costa ricense en todas sus épocas. Aquí os dejo un poemazo de él. Puede ser su mejor poema:
de los muebles, del alma, de las ropas,
de la mirada misma, y uno, entonces,
resignado y colérico, tiene que soportarlos
hasta que toda vena se le pone morada
y el cuerpo le echa a andar como un anciano loco.
En medio de esos hondos silencios uterinos
es que oye al pan gritar con sangre,
maldecir las canastas y las congeladoras
y gemir por la boca del hambriento
que muere sin nombrarlo,
soñándolo, no más, en su esquina de sombra.
Y es que además se oyen los quejidos
de las casas de lujo,
las casas habitadas solo una vez al año,
para las vacaciones.
Porque las casas son como cuerpos desnudos
cuando no tienen hombres es sus cuartos
y suplican el sueño de un mendigo
o el ronquido feliz de un buen anciano.
Y es que también protestan y se quejan los pobres
vestidos encerrados en armarios blanquísimos,
fatigados de tanto estar a solas,
suplicando
una mancha de barro que motive
su vida sin amor,
un desgarrón violento que haga justa
su imbécil existencia,
que les dé alma, fuego,
razón de ser vestidos,
razón de haber cansado las manos de los sastres
y de los vendedores.
Y entonces tiene uno que soportar, sangrando,
consintiendo,
los quejidos del pan en la basura,
los gritos de las casas olvidadas,
las protestas de todos los vestidos que se pudren
inútiles, estériles,
como monjas echadas por la fuerza
en el silencio cruel de los grandes conventos.
Y cuando luego, al rato, después de mucha angustia,
el silencio se marcha,
queda uno pesado,
ojeroso,
colérico,
jadeando, suplicando
un cuchillo para arrancar el pan que se endurece a solas, un patíbulo enorme para ahorcar a los hombres
que dejan a las casas, ¡a las amables casas!,
aburrirse en las playas,
un revólver frutal para sacar a tiros
los vestidos que nadie,
que nadie usa, nadie,
y que sangran a solas en los grandes roperos.
En ese mismo instante se asoma uno a la puerta
borracho,
desusado,
guerrillero
y ve a un mendigo hambriento, sin camisa,
pidiendo diez centavos por el amor de Dios!
Jorge Debravo (1938- 1967)
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: La cruda realidad
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