COPIADO de la pág de fb de Javier Nix Calderón el 28/1/2016
Pero hoy, hoy he sentido como se llenaban mis niveles internos hasta
rebosar. Iba en el metro, leyendo un libro sobre la invasión
estadounidense de Irak, cuando ha entrado un hombre con un pequeño
amplificador y una flauta travesera en el vagón. Al comenzar a tocar, he
sentido como un escalofrío nos atravesaba a todos. La gente levantó la
mirada de sus libros y de sus móviles. El músico tocaba una pieza de
música clásica de una belleza infinita mientras se movía hacia los
lados, siguiendo los vaivenes del tren. Sus pies ejecutaban una danza
precaria, la danza del músico callejero, que sortea la pobreza, la
incomprensión, el anonimato, con su flauta como único punto de apoyo en
el universo. Yo rezaba para que mi estación no llegara nunca. La música
ocupaba todo el espacio del vagón, convirtiendo el aire viciado en una
partitura sin límite. Pero nada dorado puede permanecer mucho tiempo sin
perder su brillo, y al llegar a la siguiente parada, el músico apagó su
amplificador y salió del vagón. Fui tras él y le puse en las manos las
monedas que llevaba encima, agradeciéndole que compartiera su talento
con nosotros.Me ha sonreído con timidez y esbozando un tenue "gracias"
ha seguido su camino. A veces el metro, como si fuera una ostra que solo
se abre durante unos segundos, nos muestra las perlas que habitan en su
interior.
La belleza puede encontrarse en cualquier lugar. El arte en su forma plástica, literaria o musical es lo único capaz de salvarnos del ritmo infernal de la vida en la gran ciudad. Tratemos de no olvidarlo cuando el barro de la realidad amenace con llenarnos de fango los ojos del alma.
La belleza puede encontrarse en cualquier lugar. El arte en su forma plástica, literaria o musical es lo único capaz de salvarnos del ritmo infernal de la vida en la gran ciudad. Tratemos de no olvidarlo cuando el barro de la realidad amenace con llenarnos de fango los ojos del alma.
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