En julio, Álvaro se marcha a Inglaterra, a cursar inglés en un colegio que había seleccionado él mismo de los recomendados por el Brithis Councils -no se si está bien escrito-.
La idea partió de Blas, allá por el mes de abril, ambos nos acercamos a buscar información al citado B.C. y, con los folletos que allí nos dieron, le dimos a elegir a nuestro niño que, en principio, no estaba encantado con la idea; seleccionando -él sabrá por qué- al segundo más caro, de los allí contenidos.
Por las fotos expuestas, parecería que iba a hacer vela y equitación, incluso que tocara el piano; nada más lejos de la realidad, pero que podía estar dentro de las expectativas, a tenor del precio satisfecho, 400.000.- pesetas que debían cubrir el viaje, el alojamiento, las clases y la manutención, además del beneficio de la agencia con la que contratamos, sita en la calle Goya (Madrid) -pleno barrio / distrito de Salamanca.
A esto, le añadimos otras 100.000.- pts. para que no pasara necesidades.
¿Cuál fue el resultado de todo esto?
Que se lo pasó estupendamente, pero no sería por la calidad del servicio contratado, que resultó de lo más negligente.
Ejemplo: ya de vuelta, nos comenta que la cama era tan pequeña que se le salían los pies y como las ropas de la misma también se quedaban cortas dormía con las deportivas puestas
¡Qué incómodo le respondo! Y me contesta ¡bueno, para lo que dormía! añadiendo, como aclaración, que se pasaba las noches en las colinas, alrededor de una fogata, con otros muchachos, charlando.
A mí me recordó la película de El Club de los Poetas Muertos = Dead Poets Society. Por añadidura, como por las noches no dormía sí lo hacía por las mañanas, no acudiendo a las clases de inglés, tampoco desayunaba -se le pasaba la hora-.
Un día a la semana, les llevaban a conocer alguna localidad, no muy lejana, sucediendo lo siguiente en el curso de una de ellas. Fue: Una vez llegados, bajan de los autocares y les comunican que ése sería el punto de encuentro, a las tres y media de la tarde.
Álvaro se mete con otros muchachos en el interior de una tienda y allí le dicen que le ha tocado un pequeño premio pero que para recogerlo debe esperar un rato, los demás muchachos se le van y él se queda esperando; llegado el momento lo recoge -era un soldadito de plomo- y se marcha de turismo por la pequeña ciudad.
A la hora fijada, acude a la plaza en cuestión y no hay nadie, espera, nada, dan las cuatro y media, no sabe lo que pasa y decide llamar al teléfono que nos habían facilitado en la agencia, como de la residencia. No contestan, intenta resolverlo por su cuenta y se acerca a una parada de taxis, imposible, lo que le piden por el desplazamiento supera con creces el dinero, en libras, que lleva encima. También hay estación de ferrocarril, va a ella y consulta el precio. Tampoco le llega, intenta contactar con nosotros para ver mejor la solución, no estamos en casa, llama a casa de Tomás, por si estamos allí, que es cierto, pero en el patio no se oye la llamada ¡nueva idea! el viaje tenía contratado un seguro específico, les llama y le dicen que sólo cubre el traslado en caso de accidente, sigue pensando, vuelve a llamar y cuenta que ha sufrido una fractura y no puede desplazarse por sus medios, contestación que recibe, el traslado que cubre es al domicilio del país de origen por imposibilidad de desplazarse, caso de muerte ó enfermedad grave.
A estas alturas, ya ha establecido una relación íntima con el operador telefónico que atiende sus inquietudes, quien le pide datos de la residencia para intentar contactar nuevamente y ¡olé! lo consigue, el número que nos facilitaron era erróneo -un dígito variaba-. Habla con la residencia pasadas las nueve de la noche -no le han echado en falta- y le dicen que se dirija a la estación de ferrocarril, donde le recogerá un agente de la policía, lo que hace.
A partir de ahí, problema resuelto, la -porque es mujer- agente le acompaña durante el trayecto en tren y al llegar a la localidad de la residencia le recogen y a ella que le llevan.
Allí, como ya ha pasado la hora de la cena, aún más la de la comida, le dan como todo refrigerio un sándwich y un refresco.
¿Qué había pasado? Que habían cambiado el punto de encuentro y Álvaro sin saberlo. Además, no le habían echado a faltar en momento alguno. Le pregunto que si ni sus propios compañeros se habían inquietado por su ausencia y me dice que suponían que había cogido otro de los autobuses -era más de uno-.
Un horror de control, ningún control.
Para nuestro hijo, puesto que sobrevivió a la experiencia, le supuso crecimiento personal, pero ¡ay! si no llega a superar la prueba. No le pedimos explicaciones a la agencia, como responsable directa ante nosotros. Y ya como colofón, y anécdota, de la aventura inglesa de Álvaro, éste telefónicamente nos había dicho lo pequeña que era su habitación, compartida con otro muchacho, y que no tenía más de seis metros cuadrados, imposible le decía yo, exageras. Pues no, no exageraba, a su regreso nos enseñó fotos de la misma y comprobamos que sus camas estaban dispuestas en vertical –una litera- y el restante espacio útil era el dejado por la puerta -habitación de 2x2- careciendo hasta de armario, con la maleta sin deshacer encima de la cama ¡Todo un lujo a precios económicos!
Por el mismo precio, 500.000.- pts. en total, viajaron al año siguiente Ana y Álvaro, también a Inglaterra, ésta vez organizado por una profesora de inglés del barrio de Perales del Río, de Getafe-.
Ana lloraba cuando Álvaro nos contaba sus peripecias por esas tierras. Decía ¡pobre Álvaro, si me llega a pasar a mí me muero, yo me muero!
PAQUITA
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: "Invito a Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera a pasar un día conmigo en urgencias, saldrían machacados"
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