http://iniciativadebate.org/2016/08/04/hazme-un-cunnilingus-pero-hazmelo-bien/Relato de Lucía Martín sobre el encuentro sexual de una mujer con un hombre que maneja el arte del cunnilingus como muy pocos saben hacerlo.
Lucía Martín | cuartopoder.es | 03/08/2016
A lo largo de mi dilatada vida sexual he
dado con muchos amantes (dilatada porque una va teniendo ya unos años,
está soltera y no se va a dedicar al celibato cuando además, escribe de
sexo, entenderán ustedes…). Me considero afortunada, en su gran mayoría
eran todos bastante buenos. Ha habido algunos memorables, dignos de que
su foto fuese enmarcada y vestir las paredes de mi pasillo y muy pocos
muy malos, afortunadamente. De lo que sí me he percatado es de que, si
bien a casi todos se les daba más o menos bien el sexo vaginal o anal,
en lo que andaban peces la gran mayoría era en raciones de sexo oral: la
tónica general, y da igual la edad del partenaire, es que pocos hombres manejan el arte del cunnilingus.
Porque es un arte, señoras y señores, que no es lo mismo que un chico
te haga subir a los cielos con su cabeza entre las piernas a que te dé
la impresión de que es un gatito que está dando lametazos a su bol de
leche.
Pues bien, lo que una se ha ido
encontrando son señores que dan lametazos cual gatitos: poco garbo,
pocas ganas, poco arte… un desastre. No sé si las prisas por pasar a la
penetración o la falta de experiencia o si consideraban el uso de la
lengua como algo accesorio, el caso es que casi todos acababan
suspendidos en lo que a sexo oral se refiere. Salvo él. Sólo tuve
oportunidad de catarle en una ocasión, aunque nadie dice que no vayamos a
repetir. Llevábamos tonteando un tiempo y se notaba esa tensión sexual
acumulada y que las ganas de follarnos eran mutuas. Me ponía
terriblemente su intelecto, su sentido del humor y que había sido lo
suficientemente aperturista en su vida sexual como para probar con
hombres y mujeres. Es que a mí, un hombre que no tiene miedos en la cama
y está dispuesto a probar, me pone mucho…
La cuestión es que, por razones que no
vienen al caso, él era un forofo de los coños: desde el primer día que
empezamos con nuestro particular y discreto sexting (discreto
porque abordábamos la cuestión casi de puntillas), me dijo que le
encantaba comerse un buen coño, que podía pasarse horas y horas
haciéndolo. Y debo confesar que no mintió: fue una de las primeras cosas
que hizo cuando nos encontramos desnudos en la cama, hundir su boca en
mi sexo. No hay nada más excitante que tener la cabeza de un hombre
entre tus piernas, como cantaba Raimundo Amador.
No lo he dicho y ya toca: tengo la
suerte de ser multiorgásmica y, además, no me cuesta mucho con sexo
vaginal, pero si es con sexo oral me lleva su tiempo, como a la mayor
parte de mujeres. Pero cuando llegan por esta vía es como si mezclásemos
fuegos artificiales con helado de chocolate y una copa de champán
francés: el goce absoluto. Recuerdo en una ocasión que tuve incluso un
orgasmo cromático cuando un chico me estaba comiendo el coño, en el que
vi el techo de otro color diferente al que tenía. Imaginaos la
intensidad del asunto.
Pero volvamos a mi amante en esta
ocasión: allí estaba él, sin prisa pero sin pausa, entre mis piernas,
dándolo todo, cual Harrison Ford explorando con su lengua en busca del
bendito templo. Al menos dedicó media hora a mi coño, sin haberme
penetrado aún. Y yo ya estaba empapada. Entonces me penetró, cabalgamos
juntos un rato hasta que me corrí varias veces. En ese momento me
preguntó, cual caballero que es, si podía volver a comerme el coño. Cómo
va a decir una que no a semejante oferta.
Y otra vez sin prisa, pero sin pausa, no
al estilo “gatito que toma su leche” al que tienen acostumbrada a una,
continuó con la ardua tarea de excitarme con su lengua, buscando que
llegase al clímax. Seguro que ya le dolía la mandíbula, la lengua y
hasta la tráquea, pero él seguía ahí, perseverante, viendo que cada vez
mis gemidos eran más profundos y que mi espalda se iba arqueando. Y me
corrí: vaya si me corrí y lo hice con esa intensidad que sólo me da el
sexo oral bien hecho. Y no le puse una medalla al trabajo bien hecho,
máxime para ser una primera vez, pero se la merecía.
Es tan goloso y tan vicioso que me dijo que, cuando requiriese de otro cunnilingus, le llamase. Tomo nota, cowboy.
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