Sospecho
que, como mucha gente, me he desconectado hace tiempo del lío catalán,
no solo por cansancio sino también y sobre todo por supervivencia
racional. El argumento soberanista, que comenzó siendo algo así como un
supremacismo identitario y ha variado hacia una suerte de guerra de las
galaxias entre los rebeldes resistentes y el imperio galáctico del
franquismo español, ya no consigue ni siquiera irritarme (hay un video
por ahí de Dante Fachín pidiendo el voto al independ
entismo
que es un monumento memorable a lo que debe ser olvidable en política.
Caiga la vergüenza sobre un partido en el que hemos acogido a gente que
argumenta de esta forma) y sólo me produce nostalgia sobre los tiempos
en los que se hablaba de política y no de teatro. Del otro lado, la
llamada a que el independentismo sea derrotado en las urnas y surja una
nueva esperanza, que tal vez sea de restauración de la democracia en
Cataluña, pero que hay razones serias para pensar que no será otra cosa
sino un paso hacia una reforma de la Constitución hacia un estado más
fuerte, menos liberal y, posiblemente, más atado en las posibilidades de
cambio futuro, no me produce ningún estímulo. A pesar de mi tendencia
al optimismo (más spinozista que leibniziana), me temo que, pase lo que
pase, el día 21D por la noche estaremos, como siempre, al borde del
abismo de la estupidez colectiva.
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OTRO ASUNTO en Perroflautas del Mundo: Alfons Mucha, expos. hasta 25 febr. 2018. Palacio de Gaviria,
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