Quienes
pasean por el campo han tenido muchas veces la experiencia de
encontrarse con perros amenazantes, a veces enormes y terroríficos.
Sabemos que la adrenalina que dispara el miedo es sentida por el perro
como el olor de la violencia Para el perro, es el olor de otro animal
que se enfrenta a él, para el humano, es el transmisor del terror
sentido. Es un malentendido que cualquier lugareño despeja con un gesto
de impasibilidad y orden mientras que el urbanita tiembla y excita
más los ladridos. En la sublevación de la derecha hay algo de animal.
Huelen la debilidad, el miedo e indeterminaciones de la izquierda y
deciden que es el momento. Pedro y Pablo se reúnen en secreto
conciliábulo tratando de aislar su común vulnerabilidad. Buscan
relatores extraños allí donde habría que conquistar el espacio del
relato y la voz narrativa. Allí donde un gesto de orden aplacaría a los
mastines.
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