Gabriel Flores Sánchez · 10/3/2019
Sobre líneas divisorias feministas y políticas
La línea divisoria que traza el movimiento feminista deja a un lado a la mayoría de la sociedad, partidaria de defender la igualdad de derechos y oportunidades de hombres y mujeres, y al otro, a una minoría conservadora -reaccionaria, retrógrada y machista en su extremo- sin un proyecto de sociedad convincente o deseable para el conjunto de la sociedad y, mucho menos, para las mujeres.
Pero hay también un bloque social de cierta entidad que bascula, duda, tiene reticencias ante el avance feminista, sólo ve parte de los problemas que sufren las mujeres o es receptivo a las mentiras, ocultaciones o ataques al feminismo que realizan los sectores más conservadores de la derecha política y de las organizaciones religiosas. Un bloque intermedio que es permeable a las críticas que se hacen contra el feminismo y que se ha incrementado en el último año, provocando un retroceso del apoyo de la ciudadanía a la movilización feminista del 8M de 2019, sin que esa pérdida de apoyos o el aumento de las reticencias se hayan traducido en una menor participación en las movilizaciones que el año pasado. Así, el porcentaje de personas encuestadas por Metroscopia que consideraban en los días previos al 8M que había motivos para convocar la huelga feminista había retrocedido en 5 puntos porcentguales, del 82 al 77%, respecto al año pasado; retroceso que, sorprendentemente, era mayor entre las mujeres, 9 puntos (aunque aún se mantenía en un nivel muy elevado del 78% las que consideraban que sí había motivos) que entre los hombres, con una pérdida de 3 puntos, hasta el 74%.
En cambio, la línea divisoria entre izquierdas y derechas deja dos grandes espacios de simpatías políticas de similar densidad demográfica que se ven atravesados en varias Comunidades Autónomas, especialmente en Catalunya, por gruesas líneas divisorias que enfrentan a nacionalismos periféricos con el nacionalismo españolista excluyente y, al mismo tiempo, a los partidarios de resolver pacífica y democráticamente las diferencias con los que persiguen resolverlas (o perpetuarlas) con la ley vigente en una mano y la porra de la policía en la otra. Situación en la que las alianzas y la elaboración de propuestas políticas viables encaminadas a superar los muchos problemas de muy diferente tipo y calado que se han ido acumulando y explotando en la última década, se hacen extremadamente complejas para las izquierdas y las fuerzas progresistas.
Conviene no engañarse, nuestra sociedad es mucho más compleja de lo que percibimos en nuestros entornos o entre las personas dispuestas a manifestarse. La enorme movilización feminista que acabamos de vivir el pasado 8M no condiciona ni determina ningún resultado electoral ni elimina la necesidad de una acción política y una campaña electoral inteligentes que expliquen lo que está en juego en las urnas, señalen el proyecto inclusivo, democrático y solidario que defienden las fuerzas progresistas y de izquierdas y planteen de forma clara, precisa y creíble qué medidas están dispuestas a aplicar para alcanzar los objetivos de ese proyecto.
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La línea divisoria que traza el movimiento feminista deja a un lado a la mayoría de la sociedad, partidaria de defender la igualdad de derechos y oportunidades de hombres y mujeres, y al otro, a una minoría conservadora -reaccionaria, retrógrada y machista en su extremo- sin un proyecto de sociedad convincente o deseable para el conjunto de la sociedad y, mucho menos, para las mujeres.
Pero hay también un bloque social de cierta entidad que bascula, duda, tiene reticencias ante el avance feminista, sólo ve parte de los problemas que sufren las mujeres o es receptivo a las mentiras, ocultaciones o ataques al feminismo que realizan los sectores más conservadores de la derecha política y de las organizaciones religiosas. Un bloque intermedio que es permeable a las críticas que se hacen contra el feminismo y que se ha incrementado en el último año, provocando un retroceso del apoyo de la ciudadanía a la movilización feminista del 8M de 2019, sin que esa pérdida de apoyos o el aumento de las reticencias se hayan traducido en una menor participación en las movilizaciones que el año pasado. Así, el porcentaje de personas encuestadas por Metroscopia que consideraban en los días previos al 8M que había motivos para convocar la huelga feminista había retrocedido en 5 puntos porcentguales, del 82 al 77%, respecto al año pasado; retroceso que, sorprendentemente, era mayor entre las mujeres, 9 puntos (aunque aún se mantenía en un nivel muy elevado del 78% las que consideraban que sí había motivos) que entre los hombres, con una pérdida de 3 puntos, hasta el 74%.
En cambio, la línea divisoria entre izquierdas y derechas deja dos grandes espacios de simpatías políticas de similar densidad demográfica que se ven atravesados en varias Comunidades Autónomas, especialmente en Catalunya, por gruesas líneas divisorias que enfrentan a nacionalismos periféricos con el nacionalismo españolista excluyente y, al mismo tiempo, a los partidarios de resolver pacífica y democráticamente las diferencias con los que persiguen resolverlas (o perpetuarlas) con la ley vigente en una mano y la porra de la policía en la otra. Situación en la que las alianzas y la elaboración de propuestas políticas viables encaminadas a superar los muchos problemas de muy diferente tipo y calado que se han ido acumulando y explotando en la última década, se hacen extremadamente complejas para las izquierdas y las fuerzas progresistas.
Conviene no engañarse, nuestra sociedad es mucho más compleja de lo que percibimos en nuestros entornos o entre las personas dispuestas a manifestarse. La enorme movilización feminista que acabamos de vivir el pasado 8M no condiciona ni determina ningún resultado electoral ni elimina la necesidad de una acción política y una campaña electoral inteligentes que expliquen lo que está en juego en las urnas, señalen el proyecto inclusivo, democrático y solidario que defienden las fuerzas progresistas y de izquierdas y planteen de forma clara, precisa y creíble qué medidas están dispuestas a aplicar para alcanzar los objetivos de ese proyecto.
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