Querido suscriptor/a:
Esta carta es perfectamente prescindible –lo que no implica que las
anteriores sean imprescindibles, o incluso pertinentes– porque la
alegría que reina en esta casa la ha descrito, lleno de legítimo orgullo
y satisfacción, el baranda de todo esto, el periodista antes conocido
como Miguel Mora.-París. Aún así, aprovechando la intimidad de una epístola ad subscripti, vamos de todas formas a permitirnos regodearnos en la felicidad.
No sabemos, al menos yo, si los tiempos están cambiando, pero las
personas sí, y eso no deja de ser un alivio y un consuelo. Dos miembros
del Presídium de CTXT, Jesús Ceberio y Teresa Ribera, han sido llamados a
ocupar, respectiva y cronológicamente, la presidencia del Comité
Editorial de PRISA y el Ministerio para la Transición Energética. Y
ahora Soledad Gallego-Díaz vuelve a la dirección del diario
anteriormente calificado como “de referencia”, en una prueba más de la
teoría del “acantilado de cristal”: ante una situación crítica y una
tarea ingente que afrontar, en la mitología griega llamaban a Hércules y
en el mundo moderno se pone al frente a una mujer mientras los hombres
reculan.
Jesús Ceberio fue mi director, pero solo coincidí con él en la escalera
de la redacción de CTXT la única vez que acudí a un consejo editorial (y
llegué tarde). A Teresa Ribera la ciberconozco por el grupo de whatsapp
(espero no haberla troleado, o no haberla troleado demasiado). A Sol
Gallego la conocí en persona en una comida a la que tuvieron a bien
invitarme cuando vino a dar una conferencia en la ciudad en la que
resido, y de la que recuerdo –o tengo sentimiento de culpa– haber pasado
ambos un poco del anfitrión. Supongo que el hecho de que yo ande por
aquí tiene bastante que ver con ella –con Sol, no con la comida– o en
eso se escudó el baranda para hacerme una propuesta que no solo no podía
rechazar, sino que estaba esperando que me hiciesen, aunque conllevase
despertarme un día con una cabeza de caballo al lado. Después
coincidimos en algunos saraos corporativos y me cayeron encargos de su
parte. O eso me decía el baranda para vencer lo que la física define
como la incapacidad que tienen los cuerpos –en este caso el mío– de
modificar por sí mismos el estado de reposo o movimiento en que se
encuentran, fenómeno conocido como inercia. Algunos los hice como
buenamente pude (es decir, agobiado por el peso de la responsabilidad) y
alguno no (siento haberle fallado, jefa).
Parte de la felicidad que creo que nos embarga –corríjame si me
equivoco– corresponde también al cambio de Gobierno, al menos un respiro
cuando parecía que estábamos resignados a vivir bajo la boina de la
contaminación en más de un aspecto. El que fuera entrenador del Atlético
de Madrid a finales de los 80, Ron Atkinson, dijo una vez: “No hablo
nunca de los árbitros y no voy a romper este hábito de toda una vida por
ese idiota”. Creo que no debemos ennegrecer el ánimo –de momento–
porque el responsable de Interior sea el juez español más reprobado con
diferencia por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (6 de 9). Pero sí
reflexionar que, por un lado, celebramos lo que podríamos haber
celebrado en diciembre de 2016, y por el otro, que buena parte de la
euforia se debe a lo inesperado del acontecimiento.
Precisamente, si a todos nos sorprendió la prontitud y disposición de
los distintos grupos políticos, con intereses claramente enfrentados, a
la hora de desalojar al PP del Gobierno, es porque los medios de
comunicación, o la inmensa mayoría, los que tienen el marchamo de
referenciales, independientes, tradicionales, mainstream y todo lo que
quieran, habían construido una existencia paralela confundiendo sus
deseos con la realidad –o peor todavía, escondiendo la realidad detrás
de sus deseos–. Nos habíamos tragado con más o menos consciencia la
pastilla azul de Matrix que venía con el suplemento dominical. El papel
del periodismo siempre fue exactamente el contrario, y Sol Gallego-Díaz
ya no está en esa pequeña trinchera de CTXT, pero sí –perdone el
atrevimiento, jefa– en el mismo bando. Que se preparen esos idiotas.
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