Quiero decir aquí, públicamente, que nuestros jóvenes nos han dado una lección a todos. Una lección de resistencia, madurez y responsabilidad. Quiero darles también las gracias, a todos y cada uno de ellos, por haberme ayudado a mantener, durante estos meses tan difíciles, mi fe intacta en la educación, en el futuro, en el alma verdadera de este país. Los profesores necesitamos fe para seguir adelante, en este desierto de falta de medios y de descrédito de la función docente. Yo la necesito. Sin fe no soy nadie, no sé trabajar, ni siquiera hablar. Yo necesito creer en lo que hago. Y necesito las clases, su presencia allí en el aula, al otro lado. No conocía, hasta ahora, otra forma para transmitirles mi fe y mi esperanza en el futuro. Ellos me han dado con su ejemplo una lección magnífica. Una de las más valiosas de toda mi vida profesional.
Igual que Walter. Hoy he recibido un email suyo. Walter fue mi alumno durante varios años. Arrastraba un carro cargado de asignaturas suspensas. Llegó al último curso de la Secundaria extenuado y desmotivado. Era un tipo sensacional, pero no soportaba las clases. Había vivido varias emigraciones con sus padres: Canadá, Guatemala, Estados Unidos, España. Sé que sentía un desarraigo terrible. Un sentimiento de no pertenencia que le llevaba a evadirse de cualquier cosa que sonase a responsabilidad y esfuerzo. Se me dormía en clase a veces, el muchacho. Yo me acercaba a él en silencio y le acariciaba la cabeza, en broma. Que si quería una almohada, le decía. Se reía. Perdona profe, musitaba. Jamás me enfadé. Le entendía tan bien. Quién, con diecisiete años, soporta cuatro sistemas educativos distintos… Me quedaba hablando con él después de clase. Supe que le apasionaba el fútbol americano. Ir a correr por el campo. Hacer pesas. Conocía todos los músculos del cuerpo humano y la mejor forma de ejercitar cada uno.
Pero a Walter no le gustaba estudiar. Yo le decía que no se preocupase. Que su momento no había llegado, que estuviese tranquilo, que todo se arreglaría. Era joven e inteligente, solo necesitaba encontrar la motivación. De poco iban a servir con él las charlas pseudoparentales. Me imaginaba que de eso iba bien servido. Así que hice lo que me tocaba: ser su amigo mayor, un aliado que le entendía y le invitaba a ser paciente. No iba a aprobar cuarto, era imposible, y tendría que ir a un centro de educación para adultos. Así se lo dije. Es lo que hay, Walter, pero te va a venir bien estar con personas más mayores, este no es tu sitio. Lo aceptó. Madurar consiste en hacernos responsable de nuestros actos. Walter se convirtió en adulto el año pasado.
Vino a verme al instituto durante este año. Me decía que le iba bien en la educación para adultos, que estaba contento, que veía la vida de otra manera. Que se iba a sacar el título de la ESO. Le respondí que yo nunca había tenido dudas. Que creía en él. Que si alguna vez dudaba de sí mismo, viniese a verme. Lo hizo alguna vez más.
Hoy me ha llegado este email, y lo comparto aquí con vosotros, porque esto es una dosis de fe de la buena. Porque este trabajo consiste, básicamente, en creer en ellos, en nuestros alumnos, en todos, y en no dejar a ninguno atrás. Poco más. Esto va de fe, de amor, de esperanza y de lucha. Hoy Walter tiene su título de la ESO, será Técnico en Emergencias Sanitarias y, algún día, su fe salvará vidas. La rueda eterna de la fe y el amor sigue girando. Que no se nos olvide nunca. Seguimos adelante, compañeros.
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