Pelayo Martín 11 de junio · MEDIDA IMPRESCINDIBLE:
Imprima este documento, pero no lo lea. Doble la hoja y guárdela en el
bolsillo... y cuando vuelva a ese día en que muy cabreado se pregunte
otra vez cómo es posible que la derechita cobarde y la ultraderecha
valiente consigan millones de votos, no ya de viejos recalcitrados, sino
de jóvenes españoles... entonces, y solo entonces... saque el papel del
bolsillo y lea con atención este artículo... pero, eso sí, hágalo en
privado... que en España las lágrimas calladas, sean de tristeza o de
rabia, se toman como muestra de locura o debilidad, y no están bien
vistas en según qué circunstancias.
hyperbole.es 1 junio 2020 - Santiago Sánchez-Migallón
hyperbole.es 1 junio 2020 - Santiago Sánchez-Migallón
Es muy triste, pero desde que empecé el trabajo de profesor de secundaria, siempre he tenido la sensación de que los políticos
encargados de gestionar la administración educativa trabajan contra mí.
Cada vez que un consejero de educación habla por la tele, cada vez que a
mi centro llega una circular o una nueva normativa, tengo la dolorosa
sensación de que me van a crear nuevos problemas, nuevas trabas para que
no pueda realizar correctamente mi trabajo. Es como si en un videojuego
de carreras de bólidos, el político siempre fuera en el coche de
delante y lanzara continuamente aceite o clavos a la carretera para que
yo tuviera que esquivarlos con suma habilidad.
Además, me resulta especialmente triste porque cada vez que hacen un
comunicado, casi siempre empiezan agradeciendo la gran labor de los
docentes, recalcando lo imprescindibles que somos. Dicen algo así como
en la película de José Luis Cuerda: “Solo vosotros sois necesarios, nosotros somos contingentes”
(será por eso por lo que sus sueldos doblan, triplican y cuadruplican
los nuestros). Pero luego… ¡puñalada!: el coche del político comienza a
lanzarnos aceite y clavos.
(…)
(…)
Siguiendo esta dolorosa tónica, las instrucciones que nos han dado para
estos tiempos extraordinarios de confinamiento y educación on-line son
de traca: la tercera evaluación solo ha de servir para que los alumnos
suban la nota de las dos evaluaciones anteriores, pero nunca para que
bajen. La ministra Celaá dijo, literalmente, en rueda de prensa que las
notas de la tercera evaluación nunca deberían perjudicar al alumno. Y
aquí está la clave: la ministra de educación, máximo cargo de mi triste
gremio, piensa que poner una nota baja a un alumno es perjudicarlo. Esto
es de un error de una gravedad inusitada. No, poner una baja nota no es
perjudicar al alumno, es solo informarle de que hay una serie de
aprendizajes que no ha llegado a alcanzar, para que pueda alcanzarlos
ulteriormente mediante procesos de recuperación. Lo que sí sería
perjudicar a un alumno es ponerle una calificación alta sin que hubiese
alcanzado tales aprendizajes. Sería engañarle a él, a sus padres, y
mandar el mensaje a los demás alumnos de que se puede sacar buena nota
sin ningún esfuerzo, sin haber aprendido nada. Aprobar al que no sabe,
exactamente igual que suspender al que sabe, debería ser la falta más
vergonzosa y punible que un profesor pudiese cometer, pero no, es algo
que las máximas autoridades educativas del país nos piden que hagamos.
Por supuesto, no volví a verle en todo el curso. Ya lo entendí todo. El modus operandi es el siguiente: vienen, hacen el teatro, intentan asustarte para que no vuelvas a ser malo, y no aparecen más. Lo que un inspector de educación no quiere es tener preocupaciones. Quiere ser feliz y ponerse moreno esquiando como cualquier hijo de vecino. Si un padre va a delegación a hablar con él, tiene que trabajar: papeleo, ordenador, venir al instituto, reunirse con gente… No, cobrando lo mismo, no. Entonces lo más eficiente es solucionar el problema de un golpe: una sola ida al instituto, una pequeña extorsión, y ya está, no hay que hacer nada más. Padres contentos y profesor chulito amedrentado. Es una técnica un tanto Gestapo pero light, tampoco matamos a nadie, no pasa nada.
(…)
Tengo muchos alumnos que desde el segundo uno en el que se encuentran con una dificultad, tiran la toalla. No ven la dificultad como un reto a superar, sino como un imposible a priori ¿Por qué? Porque si en tu vida jamás has tenido un obstáculo, jamás habrás aprendido a superarlos. Y carecer de autoeficacia significa ser un inútil funcional. Y esto ya es de una gravedad de Estado de Alarma: estamos generando adolescentes que no es que no sepan matemáticas ni inglés, es que son incapaces de hacer nada. Tendrán problemas no solo académicos o laborales, sino personales: ¿serán capaces de tener relaciones de pareja saludables? ¿Criarán hijos con responsabilidad? ¿Tomarán buenas decisiones? (…)
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