marzo 19, 2021

Volver a las clases bajo las restricciones de la mascarilla, de Fernando Broncano

 Fernando Broncano R    18/2/21

Después de un año dando clases a través de la ventanilla, llevo ya varias semanas inmerso en la experiencia tan hermosa como ambigua de volver a las clases bajo las restricciones de la mascarilla. No soy un militante antipantallas. Las nuevas plataformas nos permiten muchas cosas que antes erar muy difíciles, como reuniones más cortas y eficientes, convocatorias a mucha distancia, por ejemplo trasatlántica, e incluso complementos de clase que pueden darse a horas diversas. Además de permitir compartir conocimientos, conferencias y clases que de otro modo sería imposible. La experiencia de la clase presencial ahora es tan hermosa como ambigua: no ves las caras, las intuyes a través de la mirada. Yo, que tengo un problema con el oído, me paso el día pidiendo disculpas y haciendo repetir las preguntas. No puedo leer los labios y es terrible. Los chicos de primero se acumulan como si estuviesen aún en secundaria. La clase está llena y a pesar de la ventana semiabierta intuyes cierto peligro. Pero tu aprensión se pasa en cuanto comienzas la clase y logras que los ojos salgan de los teléfonos y te miren preguntándote de qué estás hablando. Con los alumnos de posgrado, la experiencia es aún más intensa: muchas, muchos de ellos tienen más información que tú sobre temas que estás rozando. No notas el cansancio de seis horas hablando tras la FFP3 hasta después de salir del aula. Te baja la adrenalina y te sube la nostalgia. Después de un año de soledades compartidas, sientes el aula como un espacio de afectos inconmensurables. Compartes tus debilidades y tu miedo a no saber explicarte, a no ser capaz de crear interés. Te gustaría seguir esas vidas hasta su madurez, conocer cómo será su tiempo fuera de estas heterotopías que todavía siguen siendo las aulas, al menos algunas. Alguna gente hemos tenido el privilegio inmenso en la vida de tener tres hogares: el familiar, la biblioteca y el aula, muchas veces confundiéndose unos y otros. Tengo el sentimiento de una deuda impagable con la sociedad por este privilegio.

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