(Publicado por Aldabra , en su blog Congo y yo, el miércoles 18 de febrero de 2009. Etiqueta: El cofre de Babel. Datos personales: 46 años, Mujer, Profesión: Ilusionista y Ubicación: A Coruña.
Estupendo relato, traido directamente desde el Congo... por ella: Aldabra. PAQUITA) congoyyo.blogspot.com/
Mariana no sabe en qué momento se convirtió en una amante descarada.
Sólo sabe que, poco a poco, empezó a confundir los objetos cotidianos hasta cambiarles por completo el fin para el que habían sido creados. Así la mesa del salón se convirtió en escenario y lecho de amor y el sofá en lugar de culto, adornado con velas multicolores. Con las cortinas se hizo vestidos de noche y con las toallas, mantas para dormir. En la lavadora instaló un volante y con el ruido del centrifugado conseguía imaginar que se iba de viaje a las Antípodas, si era sábado y domingo porque durante la semana se iba a Cornualles. Siempre había querido ir allí desde que había leído una novela de Rosamund Pilcher. Bueno, eso y tener una oveja. Una oveja con una lana muy muy blanca.
Mariana no sabe en qué momento empezó a coleccionar amantes.
Sólo sabe que, poco a poco, fueron llegando cada día a casa, hombres diferentes. La única condición era esa: no repetirlos. Más que nada porque no se pusieran pesados. Porque los hombres (los de antes) eran así, en seguida empezaban a querer poseerte y eso ella no podía soportarlo. Por eso los amaba con fiereza y desespero, a sabiendas de que sería la primera y la última vez. Se dedicaba a ellos como una madre entregada. No dejaba de lamer ni uno sólo de sus rincones. Algunos, asustados de que les chupara el dedo meñique del pie izquierdo, se ponían a llorar. Todavía recuerda ese momento con ternura. Tuvo que hacer un esfuerzo para no ablandarse y decirle al primero que lloró que se quedara para siempre.
Mariana no sabe en qué momento empezó a mutarse en una mujer de verdad.
Sólo recuerda el momento exacto en qué fue a comprar la cuerda a la ferretería. Era lunes. Y llovía. Llovía con resignación. Unas gotas monótonas y transparentes. El dependiente le dio los buenos días pero ella no le contestó. Para qué. Así que se limitó a envolver la cuerda y dársela a Mariana, que educadamente le contestó con un gracias sincero. Después Mariana pagó y salió a la calle. Quería volver a su casa del tirón pero de repente tuvo otra idea. Un último amante más. Haría con él algo que no había hecho nunca. Le dejaría entrever su alma. Si el tipo soportaba la visión Mariana se haría suya para siempre. Pero si el tipo cerraba los ojos Mariana seguiría adelante con su plan. Porque inconscientemente sabía que había un plan, aunque las cosas nunca salieran como una pensaba.
Mariana no sabe en qué momento se fijó en el hombre que vestía gabardina beis.
Sólo recuerda que le llamó la atención porque era el mes de Agosto. Irremediablemente pensó: Es el pervertido de la gabardina. Le diré Hola y el hombre abrirá su gabardina y me enseñará su pene deprimido. Porque aquel tipo tenía que tener un pene deprimido. Sus ojos estaban llorosos y los brazos colgaban a los lados de su cuerpo desgarbado, con parsimonia. Pero no, le dijo Hola y el hombre sonrió. Sus dientes eran blancos y relucientes. Y el aliento le olía a naranja. Toda una sorpresa. Porque en todos sus años como recolectora de amantes nunca había encontrado a ninguno con esas características. La cosa no pintaba bien porque a Mariana aquel tipo le despertaba cosas. Nada concreto, sólo cosas en general. Así que después de dudar unos instantes le invitó a comer a su casa. Comieron una tortilla de patata encima de la cama, cubierta con un mantel de cuadros verdes.
Mariana no sabe en qué momento su mundo se volvió a poner del derecho.
Sólo recuerda una habitación. Blanca. De paredes acolchadas. Y una música dulce. Envolvente. Cálida. Y a un hombre. Un hombre de bata blanca. Con la cabeza rasurada. Y unas manos suaves. Y sus gestos mientras habla. Y su sonrisa. También recuerda un campo, con un banco de madera. Y palabras. Recuerda palabras que se suceden unas a otras como cuentas de un rosario. Y la voz susurrante del hombre que dice su nombre: “Mariana… Mariana, despierta. Ya estás bien”. Ya pasó todo.
Y de la cuerda, ni rastro.
2 comentarios:
Impresionante, la mente humana es un lugar tan.....especial, que ni nosotros mismos sabemos como vamos a dar el siguiente paso en nuestra vida.
Me ha gustado mucho, gracias por traerlo a tu casa.
Un abrazo
muchísimas gracias por traerme a tu blog, es todo un honor.
biquiños,
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