Publicado por María Torres en 5 de enero de 2012
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La Ley de la Memoria Histórica aprobada en el 2005, se olvidó de las mujeres al no incluirlas como víctimas de la represión de la dictadura. Se olvidó de miles de mujeres que fueron vejadas y represaliadas durante la Guerra Civil y la inmediata postguerra por los “vencedores”, que ejercieron sobre ellas múltiples violencias: raparon sus cabezas, las obligaron a beber grandes cantidades de aceite de ricino mediante el procedimiento de meterles un embudo en la boca. Muchas se ahogaban en su propio vómito de sangre debido a las heridas provocadas por la colocación del embudo. Se las llevaron a limpiar cuarteles e iglesias, manteniéndolas de rodillas en éstas últimas durante interminables horas. Las hacían desfilar cantando el “cara al sol” o la salve, las exponían en las plazas, sucias, deshidratadas, desfallecidas.
Muchas de las que lograban sobrevivir al escarnio público acababan en las cárceles, donde el siguiente paso era morirse de hambre, de epidemias, de tuberculosis. A otras muchas les esperaba, tras la parodia del juicio del Consejo de Guerra Sumarísimo, la muerte por fusilamiento.
También las violaron gracias a las instrucciones de Queipo de Llano: “nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombres. De paso han enseñado también a sus mujeres, que ahora por fin han conocido hombres de verdad, y no esos castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará”
Nadie las ha pedido perdón.
Para Pura Sánchez, historiadora de Memoria Histórica, el hecho de raparles la cabeza “tiene que ver con desposeerlas de su feminidad. El aceite de ricino era un purgante, que en grandes cantidades, como les daban a ellas, provoca fuertes dolores estomacales y graves diarreas. Hacerles esto a las mujeres y exhibirlas era un mensaje dirigido a los hombres: “Mirad lo que hacemos a vuestras mujeres, ahora son nuestras”. Eran consideradas un botín de guerra”.
Las mujeres de la estremecedora fotografía que encabeza este texto tienen nombre. Las cuatro eran vecinas de Oropesa, Toledo. A las cuatro las raparon la cabeza, las vejaron y fueron expuestas en el estanco del pueblo, como si fueran productos de consumo.
Durante varios días fueron paseadas por las calles del pueblo. Durante su triste recorrido fueron insultadas, arrojaron piedras sobre ellas e incluso las mantearon.
Prudencia Acosta fue encarcelada durante toda la guerra en la cárcel de mujeres de Puente del Arzobispo. Vivió con la constante amenaza de muerte a ella y a su hijo Andrés, con quien aparece en la fotografía, si el ejército rojo se acercaba. Jamás separó a Andrés de su cuerpo y posiblemente esto la salvó de morir fusilada. Antes de encarcelarla le incautaron todos sus bienes. Al finalizar la guerra regresó su marido que se había alistado en el ejército republicano. Fue fusilado en la pared del cementerio de Talavera el 23 de agosto de 1940.
María Antonia de la Purificación Rubio Alía (Pureza) tan solo tenía 16 años al iniciarse la Guerra, estaba soltera y vivía con su madre, Ambas fueron retenidas en la cárcel de la plaza vieja de Oropesa. La acusación que recayó sobre Pureza fue que tenía relaciones con un “chaval rojo”. Las raparon con unas tijeras de cortar el pelo a las caballerías. La madre de Pureza consiguió escapar meses más tarde, pero ella permaneció encerrada hasta los 18 años, sufriendo todo tipo de vejaciones.
Antonia Juntas Hernández (Antonia la Planchadora). Tenía cuarenta y ocho años cuando fue rapada. Permaneció con el resto de mujeres en la cárcel acusada de haber trabajado sirviendo a las tropas republicanas. Aunque Antonia nunca fue de ideología republicana, trabajó preparando comidas para las tropas por un escaso sueldo. Por ello fue condenada a tres meses de prisión.
Antonia Gutiérrez Hernández estaba casada y era madre de dos hijos. Al iniciarse la Guerra ni ella ni su marido tomaron parte por ninguno de los bandos. Cuando el ejército nacional llegó al pueblo fue encarcelada bajo la acusación de pertenecer a una familia que contaba con miembros republicanos. Por mediación de su suegro fue puesta en libertad unas semanas más tarde. Conservó durante toda su vida la trenza que le fue cortada en esa terrible ocasión.
Y nadie les pidió perdón.
Verdad, Justicia y Reparación.
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