http://todosenfilaindia.blogspot.com.es/2014/01/emigracion-y-exilio-economico.html Publicado en 7/1/2014
El gobierno de España está en guerra. Es una guerra silenciosa, sin tanques, soldados en trincheras o bombardeos. Es una guerra moderna, táctica y estadística, desarrollada a través de leyes y basada en el principio de exclusión social. Es fácil seguir las diferentes etapas de esta guerra: el primer objetivo fueron los parados de larga duración, actualmente más de tres millones, a los que les rebajaron los subsidios o, en muchos casos, directamente se los quitaron; el siguiente, fueron los inmigrantes sin permiso de residencia, que asistieron impotentes a la pérdida del derecho a la Sanidad pública; el tercer grupo ha sido el de las mujeres, que han visto como la nueva Ley del Aborto ponía fin a su derecho a decidir sobre su propio cuerpo; el último, el de los jóvenes emigrantes o “jóvenes aventureros”, en palabras de la nefasta ministra de Empleo, Fátima Ibáñez, que disfrazó, con tremendo cinismo, una emigración más cercana al exilio que a la “aventura” que ha alcanzado ya la cifra de trescientos mil jóvenes. Esta última ofensiva consiste en la exclusión de la Sanidad pública de los parados que pasen más de 90 días en el extranjero. Quien más y quien menos, todos tenemos algún amigo o familiar que se ha visto empujado a emigrar buscando las oportunidades que España niega. O, quizás, como en mi caso, eres tú ese familiar o amigo. De cualquier modo, todos somos conscientes del drama que representa para un país que sus jóvenes emigren hacia otras tierras asediados por la precariedad y la falta de futuro. El drama no es sólo económico: también lo es social, psicológico y moral. Sobre todo moral, porque un país que obliga a sus jóvenes a emigrar es un páramo sobre el que no llueve, condenado a convertirse en un desierto en el que nunca más brotarán flores.
España está en guerra, ¿cabe alguna duda a estas alturas? Es una guerra de clase que trata de ensanchar aún más la brecha de una desigualdad que ya se cuenta entre las mayores de Europa, cuyo fin último es conservar los privilegios de una minoría que ha visto aumentar su riqueza en un 5,4% sólo en 2012. Para ello, el gobierno no escatima recursos. La criminalización de la protesta social, enunciada en la llamada “Ley Mordaza”, es la muestra de que el gobierno es consciente del estado beligerante, prebélico, de la sociedad española, que ha visto como eran pisoteados y ninguneados sus derechos laborales, de libertad de expresión e incluso fundamentales, como demuestran los dramáticos recortes efectuados en Sanidad y Educación. El Partido Popular, siguiendo la máxima “La mejor defensa es un buen ataque”, ha pasado a la ofensiva hace tiempo, inoculando el miedo en una sociedad que parece haber tirado definitivamente la toalla. La peor España, la de los generales y obispos, la del puñetazo en la mesa, la España que no dialoga, la que manda e impone, ha vuelto (¿o quizás nunca se fue?) arrojando el disfraz de la democracia y la justicia social.
Es casi imposible ser joven y pensar en España sin que acudan a la mente palabras como asco y vergüenza. Incluso a miles de kilómetros de distancia se siente la fetidez que emana de unas instituciones carcomidas por la corrupción, el nepotismo y la falta de transparencia. Parece que España haya entonado el “sálvese quien pueda” y los ciudadanos, sin esperanza, no tengan otro objetivo que el de que la crisis no les roce, o no demasiado. Todos hemos perdido algo por culpa del neoliberalismo, desde luego, pero lo que nunca debemos perder, lo que no nos podemos permitir perder, es la esperanza. Es la esperanza lo que nos mantiene calientes cuando arrecia el frio de la injusticia. España, en ese sentido, está viviendo una era glacial. Una ola de frio neoliberal recorre España, alimentada desde las gargantas de políticos sin entrañas, falsos intelectuales y empresarios sin escrúpulos. Pero, ¿y qué haremos sin esperanza? ¿Resignarnos al frío eterno, abrigándonos al calor de la solidaridad familiar? Ya existen casi dos millones de familias con todos sus miembros en paro. ¿Qué deben hacer ellos? ¿Convertirse sin rechistar en el lumpenproletariado de España, abocados a empleos temporales de baja cualificación? ¿Consagrar su vida a la inestabilidad laboral, a la precariedad, a recoger las migajas de un progreso del que son sistemáticamente apartados? Desde luego que no.
Si eres joven y emigrante, o joven y desempleado, formado o no, quizás sientas las mismas cosas que yo. España duele mucho y provoca náuseas. Pero se esconde un mundo lleno de oportunidades tras el asco y la vergüenza. Muchos nos hemos visto obligados a dejar atrás a nuestras familias y amigos, nuestras casas, nuestros sueños e ilusiones para comenzar de cero en otro sitio. Muchos, estoy seguro, tenemos que lidiar a diario con la trampa de la nostalgia, con el impulso de volver, con ese engaño del “en España no se está tan mal”. Pero nos fuimos. Emigramos, llevando a cuestas ese asco y esa vergüenza, esa decepción permanente que es España, y buscamos otros horizontes con algo más de luz, esa luz que España debió ofrecernos pero que no quiso, o no supo, darnos. Ahora, bajo esa luz, tenemos la obligación de superar el asco y la vergüenza de España. Hay otra España, oculta bajo los jueces que ordenan desahucios y la policía que reprime manifestaciones, escondida de los políticos corruptos y su canalla servil. Esa España, que alumbró la Segunda República mientras Europa entera sucumbía ante el fantasma del fascismo, sigue respirando en algún lugar. Yo siento su respiración en las voces de todos aquellos que claman por la justicia; la siento en las conciencias de los jóvenes que sufrimos este exilio económico mal llamado emigración, que recuperamos lenta pero inexorablemente la conciencia de clase que nos arrebató la falsa promesa del consumo de masas. Siento esa respiración. Está ahí, circulando de voz en voz, luchando por salir a la superficie, convirtiéndose despacio en el viento del cambio.
Nosotros, los que nos fuimos de España, tenemos una oportunidad única para aprender las cosas que nos hacen libres. Ser emigrante es una escuela vital perfecta para acercarnos a los otros, conocer otras lenguas y culturas, sentir lo que han sentido tantas personas a lo largo de la historia al tener que dejar su hogar para embarcarse rumbo a lo desconocido. Nuestra emigración, nuestro exilio económico, el drama de la juventud española, es también el momento perfecto para crecer por dentro, algo que resulta casi imposible en la España de hoy. Y tras estos años de emigración, de exilio económico, si volvemos, hagámoslo con los sentidos llenos de otros mundos, de otras gentes, de otros colores, sabores y olores. Llenos de vida, con el viento de la libertad circulando por nuestros pulmones, para así poder insuflar aliento a la España que todos queremos: la España libre, plural, justa y verdaderamente democrática, sin Borbones ni políticos arribistas y corruptos.
España puede cambiar. Debe cambiar. Que no nos asusten los ataques del gobierno. Pueden quitarnos el derecho a la Sanidad tras 90 días fuera de España, pero lo que nunca podrán arrebatarnos es la esperanza, la ilusión de volver y regenerar España para que no se convierta en un desierto sin flores, sino en un valle verde, luminoso y fértil, con espacio para todos.
JAVIER NIX CALDERÓN
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