Hubo
una vez una España con el puño el alto, con las ventanas abiertas al
futuro, con ganas de construir un mundo mejor para sus hijos. Una España
que cambió los crucifijos por libros y paseos por el campo, y los
miedos atávicos por explicaciones científicas. Hubo una vez una España
osada y valiente, que enarboló la bandera tricolor como símbolo de las
nuevas libertades que todos deberían defender. Hubo una vez una España
que quiso dejar atrás el oscurantismo, la ignorancia, l
a
injusticia social y el caciquismo. Pero eso no iban a tolerarlo los
oligarcas, ni los caciques, ni los jerarcas eclesiásticos y militares.
Aquel intento de modernización y cambio, que multiplicó las bibliotecas y
las escuelas como si fueran los panes y los peces, fue violentado,
arrasado y difamado. España se llenó de sangre, de fuego, de miedo, de
odio, de rabia y de desesperación. Familias enteras fueron diezmadas,
castigadas, asesinadas, encarceladas, torturadas, empobrecidas o
empujadas al exilio. Nada fue fruto del azar o la casualidad. Las listas
elaboradas por los golpistas traidores a la legalidad incluían a todas
las personas que ocupaban cargos públicos, sindicales, culturales o
simplemente se habían significado en su apoyo a los proyectos de cambio.
Maestros, concejales, sindicalistas, hombres y mujeres que habían hecho
uso de su recién conquistada libertad de culto, de pensamiento y de
voto fueron asesinados, encarcelados y escarmentados. Lo que pensaban
sería cosa de unos días en los que se eliminarían los elementos
subversivos para la España nacionalcatólica que se imponía a golpe de
sable, se convirtió en una contienda por la resistencia de los leales a
la República en ciudades como Valencia, Alicante, Barcelona o Madrid.
Pero el choque desigual entre un ejército profesional, ayudado por la
potente maquinaria militar de los nazis y los fascistas, y unas milicias
ciudadanas improvisadas abandonadas a su suerte (o a su desgracia) por
una Europa miedosa y ciega, no podía tener otro final: la República fue
vencida, destrozada, sometida a una espiral de violencia, odio y
venganza imposible de soportar. España se tiñó de azul. Se llenó de
águilas, yugos, flechas, saludos fascistas, arcos de triunfo, nombres de
generales genocidas, cartillas de racionamiento, cruces, mantillas,
pañuelos, luto, fosas y terror. Cuarenta largos años de represalia, de
desmemoria, de limpieza ideológica y pensamiento único. Aquí no se salvó
nadie. La única manera de sobrevivir era olvidar, callar, negar y
renegar de la República y sus sueños. La España franquista lo ocupó
todo, lo controló todo, lo enfangó todo. Y de aquellos fangos, estos
lodos. Hubo una España con el puño en alto... Y aún llora su derrota en las cunetas.
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: ¿Izquierda pija o izquierda cipotuda?, de Fernando Broncano
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