Texto copiado del blog Calle del Orco, que lo publicó en febrero 14, 2012
«Yo tengo la idea de que cuando un hombre
ríe, la mayoría de las veces es una cosa que repugna contemplar. La
risa manifiesta de ordinario en las personas un no sé qué de vulgar y de
envilecedor, aunque el que ríe casi nunca sepa nada de la impresión que
está produciendo. Lo ignora, lo mismo que se ignora por lo general la
cara que se tiene durmiendo. Hay durmientes que cuyo rostro sigue
pareciendo inteligente, y otros, inteligentes por lo demás, que, al
dormirse, adquieren un rostro estúpido y hasta ridículo. Ignoro a qué se
debe eso: quiero decir solamente que el reidor, como el durmiente, lo
más ordinario es que no sepa nada de su rostro. Hay una multitud
extraordinaria de hombres que no saben reír en absoluto. En realidad, no
se trata de saber: es un don que no se adquiere. O bien, para
adquirirlo, es preciso rehacer la propia educación, hacerse mejor y
triunfar de sus malos instintos: entonces la risa de un hombre así
podría muy probablemente mejorarse. Hay una gente a la que su risa
traiciona: uno se da cuenta en seguida de lo que llevan en las entrañas.
Incluso una risa indiscutiblemente inteligente es a veces repulsiva. La
risa exige ante todo franqueza, pero ¿dónde encontrar franqueza entre
los hombres? La risa exige bondad, y la gente ríe la mayoría de las
veces malignamente. La risa franca y sin maldad, es la alegría: ¿dónde
encontrar la alegría en nuestra época y dónde encontrar a la gente que
sepa estar alegre? (…) La alegría de un hombre es su rasgo más
revelador, juntamente con los pies y las manos. Hay caracteres que uno
no llega a penetrar, pero un día ese hombre estalla en una risa bien
franca, y he aquí de golpe todo su carácter desplegado delante de uno.
Tan sólo las personas que gozan del desarrollo más elevado y más feliz
pueden tener una alegría comunicativa, es decir, irresistible y buena.
No quiero hablar del desarrollo intelectual, sino del carácter, del
conjunto del hombre. Por eso si quieren ustedes estudiar a un
hombre y conocer su alma, no presten atención a la forma que tenga de
callarse, de hablar, de llorar, o a la forma en que se conmueva por las
más nobles ideas. Miradlo más bien cuando ríe. Si ríe bien, es
que es bueno. Y observad con atención todos los matices: hace falta por
ejemplo que su risa no os parezca idiota en ningún caso, por alegre e
ingenua que sea. En cuanto notéis el menor rasgo de estupidez en su
risa, seguramente es que ese hombre es de espíritu limitado, aunque esté
hormigueando de ideas. Si su risa no es idiota, pero el hombre, al
reír, os ha parecido de pronto ridículo, aunque no sea más que un
poquitín, sabed que ese hombre no posee el verdadero respeto de sí mismo
o por lo menos no lo posee perfectamente. En fin, si esa risa, por
comunicativa que sea, os parece sin embargo vulgar, sabed que ese hombre
tiene una naturaleza vulgar, que todo lo que hayáis observado en él de
noble y de elevado era o contrahecho y ficticio o tomado a préstamo
inconscientemente, y de manera fatal tomará un mal camino más tarde, se
ocupará de cosas “provechosas” y rechazará sin piedad sus ideas
generosas como errores y tonterías de la juventud.
No inserto sin intención aquí esta larga
parrafada sobre la risa, sacrificándole la coherencia al relato; la
considero como una de las más serias conclusiones que yo haya extraído
de la vida. (…) No comprendo más que una cosa: que la risa es la prueba
más segura de un alma. Mirad a un niño; ciertos niños saben reír a la
perfección, y por eso son irresistibles. Un niño que llora me resulta
odioso, pero el que ríe y se alegra es un rayo del paraíso, una
revelación del porvenir en el que el hombre llegará a ser, por fin, tan
puro e ingenuo como un niño.»
Fiódor DostoievskiEl Adolescente
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: El rumor de la poesía en Bucarest, de Francisco González Tejera
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