Lau Organa Amidala en CAMINAR como práctica anarcofeminista, ética, estética y de pensamiento.
Esta
es la playa por la que solía caminar todos los días hasta que un
invierno, anocheciendo a las seis de la tarde, intimidada por los
hombres del paseo marítimo y sus miradas, decidí dejar de recorrerla
como solía, a diario y por la tarde entre gandía y xeraco.
Me gustaba el tramo de dunas, al final de los edificios, donde durante un trecho podías imaginarte al margen de la civilización, escribiendo en la arena cualquier cosa para verla ser borrada por las olas, escuchando solo el mar, el viento y las gaviotas.
Echo de menos esos paseos, los eché de menos en el instante mismo en que me vi en la necesidad de dejarlos. Los tipos me seguían acosando por la calle y en la parada del bus, pero allí no me sentía insegura; junto al mar, lejos de las casas la sensación de indefensión era mayor y acabó por anular el abandono al viento y las olas y al sentir la libertad y el cielo abierto.
No sé si algún día volveré a sentir esa despreocupación de los primeros paseos, antes de sentir la mirada coaccionante que siempre tenía rostro de hombre.
Sé que los hombres se enfrentan también a violencias y peligros, que también tienen rostro de hombre, pero ellos si pueden gozar de esa sensación de soledad y libertad que yo decidí dejar porque fueron sustituidas por la vigilancia y la alerta. Hace ya 15 años de aquella última vez que salí sola a caminar lejos de luces de neón y coches.
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Me gustaba el tramo de dunas, al final de los edificios, donde durante un trecho podías imaginarte al margen de la civilización, escribiendo en la arena cualquier cosa para verla ser borrada por las olas, escuchando solo el mar, el viento y las gaviotas.
Echo de menos esos paseos, los eché de menos en el instante mismo en que me vi en la necesidad de dejarlos. Los tipos me seguían acosando por la calle y en la parada del bus, pero allí no me sentía insegura; junto al mar, lejos de las casas la sensación de indefensión era mayor y acabó por anular el abandono al viento y las olas y al sentir la libertad y el cielo abierto.
No sé si algún día volveré a sentir esa despreocupación de los primeros paseos, antes de sentir la mirada coaccionante que siempre tenía rostro de hombre.
Sé que los hombres se enfrentan también a violencias y peligros, que también tienen rostro de hombre, pero ellos si pueden gozar de esa sensación de soledad y libertad que yo decidí dejar porque fueron sustituidas por la vigilancia y la alerta. Hace ya 15 años de aquella última vez que salí sola a caminar lejos de luces de neón y coches.
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