Rafa León · 5/4/2019
Sólo para decirlo
A Ángel Hernández y María José Carrasco (que en paz descansa)
"Qué hijos de una tal por cual
qué bestias"
A Ángel Hernández y María José Carrasco (que en paz descansa)
"Qué hijos de una tal por cual
qué bestias"
Idea Vilariño
Abogan —los muy hijos
de Paca la Culona
y el gran inquisidor
Tomás de Torquemada—
por emprenderla a tiros
con ladrones de poca
monta y cualquiera sabe
con qué otros individuos
a los que, en su delirio
fascista, como antaño
su líder ideológico,
siguen considerando
vagos y maleantes.
Entretanto otros callan.
Y es que, además de ser
católico, apostólico
y romano, es preciso
tener un corazón
de oro para velar
por el bien ciudadano,
evitando que el pueblo
cometa el gran error
de, por misericordia
y usurpando funciones
que no le corresponden,
perdonar los pecados
de los indeseables.
Como esos moribundos
comidos de dolor
que desean la muerte,
obviando que la vida
es un don otorgado
por Dios, que es, por lo tanto,
quien puede, únicamente,
decidir acabarla.
Abogan, los muy hijos
de todos los demonios
—los unos por acción,
otros por omisión—,
por no tener piedad
con quienes a manera
de última voluntad,
ruegan con desespero
que alguien con corazón
y armado de valor
les ayude, piadoso,
a ponerle final,
porque después de mucho
luchar por conservarla,
no pueden con su vida.
Abogan —los muy hijos
de Paca la Culona
y el gran inquisidor
Tomás de Torquemada—
por emprenderla a tiros
con ladrones de poca
monta y cualquiera sabe
con qué otros individuos
a los que, en su delirio
fascista, como antaño
su líder ideológico,
siguen considerando
vagos y maleantes.
Entretanto otros callan.
Y es que, además de ser
católico, apostólico
y romano, es preciso
tener un corazón
de oro para velar
por el bien ciudadano,
evitando que el pueblo
cometa el gran error
de, por misericordia
y usurpando funciones
que no le corresponden,
perdonar los pecados
de los indeseables.
Como esos moribundos
comidos de dolor
que desean la muerte,
obviando que la vida
es un don otorgado
por Dios, que es, por lo tanto,
quien puede, únicamente,
decidir acabarla.
Abogan, los muy hijos
de todos los demonios
—los unos por acción,
otros por omisión—,
por no tener piedad
con quienes a manera
de última voluntad,
ruegan con desespero
que alguien con corazón
y armado de valor
les ayude, piadoso,
a ponerle final,
porque después de mucho
luchar por conservarla,
no pueden con su vida.
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