Pablo Caruana Húder 7 de noviembre de 2023
El director chileno Guillermo Calderón remonta la obra 'Villa' en el contexto del 50 aniversario del golpe de Estado contra Salvador Allende, un teatro frontal que niega que pueda haber reconciliación democrática sin que haya justicia
— Chile: alianza y condena, por Javier Pérez Andújar
- Tres mujeres han sido designadas para decidir el futuro de Villa Grimaldi, uno de los mayores centros de detención y tortura que hubo en Chile y que estuvo operativo desde 1973 a 1979. La directiva de este siniestro lugar, compuesta por supervivientes, ha sido incapaz de ponerse de acuerdo en qué hacer con ese espacio recuperado. Y por eso se les designa a ellas, hijas de aquella generación, para tomar esa decisión. Pero es una ficción.
- Se trata de la obra de teatro Villa, del autor chileno Guillermo Calderón. Una pieza estrenada en 2011, que ha recorrido medio mundo, que estuvo incluso programada en el Centro Dramático Nacional en el año 2012, pero que ahora se ha decidido remontar en los actos programados en Chile en torno al aniversario de los 50 años del golpe militar de Augusto Pinochet.
- La situación que plantea la obra tiene un peso histórico y simbólico en Chile enorme. Pero Calderón, inteligentemente, lo presenta como un juguete dialéctico, con toques continuos de humor, no para diluir el conflicto, sino para ir al mismo centro del corazón chileno y apretarlo hasta que sangre. Al principio, aquello es como un laboratorio irónico sobre la misma estructura de la democracia basada en la discusión, el consenso y el voto. Hay que decidir qué hacer con Villa Grimaldi, hacer un museo contemporáneo rehuyendo el conflicto dedicado a la memoria histórica o una reconstrucción de lo que fue el edificio y mostrar el terror que allí se ejerció o una casa del terror o dejarlo como está, en un jardín poblado por las intervenciones que los supervivientes han ido realizando.
Yo voto “marichiweu”
Pero no se puede avanzar; cada vez que hay un voto, alguien, no se sabe bien quién de las tres, vota “marichiweu”, un grito mapuche, raza originaria de Chile que ha sufrido todas las opresiones e injusticias desde que aquella tierra fuera conquistada hasta hoy mismo, y que significa “diez veces venceremos”. Un grito con el que Calderón quiere simbolizar la posición de buena parte de la generación de los hijos de los desaparecidos, un grito que contiene rabia, que piensa que no hay reparación posible, que la reconciliación de la transición a la democracia chilena fue impuesta y ha abolido cualquier tipo de justicia con los más de 4.000 torturados y más de 1.000 muertos y desaparecidos.
La obra Villa es confluencia de muchas virtudes. La primera, una interpretación llena de verdad por parte de las actrices que son capaces de moverse en un código hiperrealista y dinamizar un texto denso, lleno de referentes y de vericuetos sin que en ningún segundo se interrumpa la electricidad entre el espectador y la escena. La segunda, un texto que contiene una escritura que combina la maestría del tempo teatral, un dominio del diálogo impresionante y, sobre todo, una capacidad de ir desvelando los problemas no resueltos, encallados y que siguen supurando, de una sociedad en las que en muchas ocasiones se confunde la reconciliación con la falta de justicia. Un desvelamiento que el autor consigue con gran eficacia al combinar la metáfora con una frontalidad furibunda al sistema y una acumulación de signos y símbolos de gran inteligencia.
Ejemplo de ello es que Calderón, en un momento de la obra, hace decir a una de las actrices que ella montaría un museo de la memoria en Villa Grimaldi y que en la segunda planta pondría un pastor alemán vivo para simbolizar cómo los militares allí violaban a las mujeres con perros. Consigue el autor con esta escena varias cosas: una es poner en solfa el Museo de la Memoria inaugurado por la presidenta de Chile en el año 2010; “queríamos justicia y nos dieron un museo”, se lamenta Calderón en declaraciones a este periódico. Pero la escena también pone en cuestión la capacidad de restitución del arte, aunque este sea feroz e ilustre con brutalidad. Y además, la escena también aborda un tema candente e irresuelto en Chile como fue el Informe Rettig, un reporte durísimo que certificaba el tipo de torturas ejercidas por la dictadura tales como introducir ratas en las vaginas de las presas, violar a hombres delante de sus familiares, forzar a miembros de una misma familia a tener relaciones sexuales o, como dicen en la obra, “violar mujeres con canes”.
“Con ese informe se dio algo paradójico en Chile, fue un libro muy importante, la gente que lo leyó no podía creerlo, es difícil imaginar que esto lo puede hacer un ser humano. Y eso mismo sirvió para eximir de culpa y responsabilidades al Estado”, explica Guillermo Calderón. “La derecha pudo argumentar que ellos no sabían nada, que se colaron unos psicópatas en ciertos sectores de la batalla de inteligencia. Y no fue así, esa gente no eran psicópatas aislados, estuvieron formados en esas estrategias en el propio Chile y en Brasil con entrenadores brasileños y estadounidenses. Aquello fue una política diseñada por la dictadura que creó un estado de guerra donde el enemigo era interno y podía ser tratado como un invasor”, concluye. Toda esa carga tiene esa pequeña escena de la obra. Un buen ejemplo de la densidad y la posición política del autor y director de la pieza.
Calderón no quiere olvidar, abjura de la reconciliación democrática que supone que toda una parte de la sociedad no ha tenido que responder a su vinculación a los crímenes de la dictadura. Es más, Villa es un grito por el derecho a no sanar, a poder quedar traumado, a negar que después de la muerte horrible pueda haber vida, a negar la posibilidad de renacimiento tanto del individuo como del propio Chile sin que haya justicia reparadora. Todo Chile es Villa Grimaldi, “todo Chile es un camposanto”, se dice en la obra. Su crítica recorre tanto la transición en los años noventa de presidentes como Eduardo Frei o Ricardo Lagos, hasta las de Michelle Bachelet, Sebastián Piñera o el hoy presidente Gabriel Boric. Contra todo ese periplo se levanta Villa, sin cesión ninguna, con la justica entre ceja y ceja.
(...) Y ya está preparando nueva obra para el próximo enero. El título, Vaca. El tema es “el estado mental y espiritual aterrorizado, prefascista y totalmente nihilista” en el que estamos “atrapados”. “Tenemos un presidente [Gabriel Boric] que en teoría es de izquierdas, pero que sus políticas son las de un socialdemócrata que además es incapaz de correr ningún riesgo que lo asocie con una memoria que pueda ser acusada de izquierdas. Pero sí es capaz de anunciar, en su gran discurso anual, que va a hacer una gran inversión en drones y en cámaras de identificación facial por todo el centro de Santiago. Cede en todo a la derecha y nos vende el relato de que es mejor que lo haga él a que lo haga el fascismo que se viene y que tan apoyado está por el partido político español Vox. Esto último, que puede sonar un poco exagerado, no lo es. El peso de Vox hoy en la derecha chilena es inmensa”, alerta el director teatral (...)
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En realidad, Villa Grimaldi fue demolida por la propia dictadura para intentar borrar evidencia incluso de su existencia. Hasta las piedras fueron llevadas y arrojadas al mar, como los propios desaparecidos. Pero pervivió en la memoria de los supervivientes. En la obra, ellas deciden sobre ese espacio que la sociedad civil recuperó como un puro descampado en 1994, el primer espacio del Cono Sur americano recuperado de todos los que operaron en los años setenta como centros de exterminio y tortura.
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