(Publicado por Pedro Ojeda Escudero el sábado 11 de julio de 2009 en su blog La acequia. Como es un tema que me mueve... las palabras, que no se pierdan, aquí va su texto al respecto. PAQUITA)
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Acuse de recibo: Diccionario de palabras olvidadas (I y II) de la Biblioteca Pública de Burgos
Las palabras pueden originar emociones como las que percibimos a través de los sentidos. Todos hemos evocado cosas del pasado a través del olor o del gusto o del tacto. Lo mismo sucede con las palabras, que nos traen al presente objetos o situaciones que ya no están en nuestro presente.
Hay un mecanismo mental que ayuda a construir un consenso lingüístico. La lengua, como herramienta de comunicación, nos lleva a que denominemos las cosas -objetos, emociones- de la forma en la que podamos hacernos entender. Por eso, según la situación en la que nos hallemos, usaremos uno u otro registro lingüístico y procuraremos ocultar lo que nos diferencia de los demás. Cuando cambiamos de lugar de residencia, si no dominamos la entonación de un lugar o las expresiones de una zona, terminaremos usándolas para que nos entiendan en la carnicería, en la tertulia del bar o cuando saludamos a un vecino por la calle. Siempre habrá quien no se adapte bien porque se piensa superior o porque no pueda hacerlo por múltiples razones sociológicas o físicas. Pero la mayoría terminaremos pidiendo la pieza de pescado en la pescadería por el nombre que se le da en la zona aunque no sea como la hemos llamado toda nuestra vida o la barra de pan según como se la llame en aquella localidad en la que nos encontremos.
Por este sencillo mecanismo es como se ha construido el consenso lingüístico en un pueblo, en una región o en toda una lengua. A veces, la magia de la filología se basa en escenas tan cotidianas como esas, mal que les pese a algunos lingüistas que se creen los amos de la lengua.
Pero sucede que aquellas expresiones que usábamos en la familia o en nuestra localidad y que abandonamos cuando cambiamos de vida para hacernos entender mejor, se fijan de tal manera en la mente del hablante que retornan de vez en cuando. En ocasiones, aunque no hayamos vuelto al pueblo que abandonamos hace décadas, surge una expresión que viene asociada a un recuerdo que nos estalla de pronto como si aun fuéramos los chavales que éramos cuando la oímos por primera vez. Y no encontramos ya palabra mejor para nombrar ese objeto o esa acción. La vida tiene esas revueltas en los caminos porque estamos hechos, en gran medida, de esa textura de lo aprendido de niños.
El Diccionario de palabras olvidadas y el Diccionario de palabras olvidadas II, volúmenes publicados por la Biblioteca Pública de Burgos (Burgos, Biblioteca Pública de Burgos, 2008 y 2009), iniciativa reseñada por un blog amigo, recoge muchas de estas palabras, aportadas, en una experiencia muy interesante y digna de elogio, por gente normal, no expertos investigadores, que acudían a la Biblioteca a depositar aquella palabra que se les había quedado dentro.
Muchas son generales a todo el ámbito hispánico pero ellos ya no las oían desde hacía tiempo en su entorno y querían dar testimonio de que ya no se usaban, además de aportar ejemplos de su uso que enriquecen, en muchos casos, la definición académica; otras son un tesoro familiar construido a partir de la imaginación o la deformación de otras, o localismos que vienen de siglos y ni siquiera están en el Diccionario de la Real Academia y si no hubieran acudido a depositarias aquí hubieran desaparecido con los hablantes que las recordaban. Porque todos tenemos una palabra que abandonamos pero ha vuelto, para no dejarnos ya y nos encontramos, de pronto, diciéndosela a nuestros hijos, que nos miran asombrados (...)
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