(Publicado en el blog de Miguel Baquero de nombre A esto llevan los excesos, el día 5 de octubre de 2009. Estupenda escritura la suya... ya lo creo. PAQUITA) miguel-baquero.blogspot.com/
Oigo, cada vez con más frecuencia, que por culpa de las descargas de Internet va a morir la música. Que a las discográficas no les compensa grabar un cedé que luego no van a poder vender, porque todo el mundo se lo va a “bajar”, con lo cual aquellos que trabajaban en la grabación de discos, los músicos en el más amplio sentido, se van a ir a la calle. Y quien dice música, dice cine, y dice también literatura, Si la gente obtiene las cosas gratis, a quién le va a interesar producirlas o editarlas… No hay nadie tan altruista.
El sábado estuve en un concierto en un garito de Huertas. Por unas escaleras se descendía a una auténtica cueva, más parecida a un refugio antiaéreo o incluso a una catacumba cristiana, con las paredes de ladrillos vistos, el techo en forma de bóveda y apenas dos metros y medio de altura. Al fondo de tan exiguo espacio, dos guitarristas, un bajista, un batería, un tipo al saxofón, un chico a los teclados y una cantante. El chaval de los teclados era apenas un adolescente, el del saxo ya no cumplía los sesenta. El batería y uno de los guitarristas, saltaba a la vista, eran guiris (luego me enteré que uno era escocés y el otro inglés); la cantante ( de todo esto me fui enterando al término del concierto) era de Palma de Mallorca; el saxofonista, argentino.
Estaban allí hablando, fumando y bebiendo cerveza mientras afinaban sus instrumentos. Cuando la sala estuvo suficientemente llena, el guitarrista escocés saludó a la peña congregada, dijo “Here we go!” y “atacaron” (qué bonita expresión) esta canción: (ya sabéis... en su página...)
Yo tengo ya ciertos años y hacía bastante tiempo que no escuchaba rock&roll, así que me costó un poco empezar a menearme, pero a las cuatro o cinco canciones, no más (versiones de los Madness, de los Doors, de los Stones, ¡el Highway to hell de AC/DC!) estaba ya, como el resto, moviendo la cabeza al ritmo de la música. Entre canción y canción, uno de los guitarristas preguntó qué había hecho el Atleti. “¡Ha ganado!”, surgió una voz de entre el público. “¡Dos a uno!”, y la banda, ante esto, atacó entonces el I can´t get enough for your love, de Bad Company.
A todo esto, sonaba de maravilla, no sé si ya lo he dicho. El batería, sobre todo, se empleaba sobre los tambores con un entusiasmo magnífico. Los demás no le iban detrás.
Cuando, al cabo de la hora, y de haber tocado diez o doce canciones, anunciaron que había llegado el final del concierto, la peña comenzó a pedir “otra, otra”, a lo que la cantante confesó que ya no tenían más repertorio. Preguntó a la gente qué canción le había gustado más y volvieron a tocarla. Cuando acabaron, la basca, en vista de que ya no se sabían otra, comenzó a pedirles “la misma, la misma”, pero los músicos, con una sonrisa, colgaron ya sus instrumentos y subieron a la parte de arriba a tomarse una cerveza.
Lo siento por la industria de la música, la industria del cine, la industria editorial. Que les den por culo a todos esos que quieren vivir de las rentas de cuatro acordes que compusieron en sus lejanos días de juventud, o de aquel cuento que les premiaron tiempo ha. Lamentándolo mucho por ellos, la música nunca morirá mientras seis tipos estén dispuestos a meterse en una cueva a rasgar una guitarra por el gusto de divertirse y que la gente se divierta con ellos. Ni morirá el cine, ni morirá la literatura mientras un chalado se encierre en una habitación a escribir un cuento. Morirá el desfile de modelos musicales y literarios, los discos de platino y los premios planeta, morirán la alfombra roja y los cócteles de presentación, las películas con efectos especiales, pero Internet no creo que suponga ninguna amenaza para los auténticos músicos, los verdaderos actores y los que escriben por gusto.
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