Otra lección del maestro Esteban Hernández.
Para entender lo que significa que la universidad sea ya una empresa.
Por primera vez los economistas que han estado dando lecciones sin saber
lo que era una empresa ahora lo van a experimentar en carne propia.
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Una investigación académica sobre una universidad australiana revela uno de los peores males que aquejan al ámbito educativo, pero también al resto de trabajos cualificados. Esteban Hernández 12.05.2017 http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-05-12/el-declive-de-las-profesiones-explicado-con-un-caso-practico_1380709/
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Una investigación académica sobre una universidad australiana revela uno de los peores males que aquejan al ámbito educativo, pero también al resto de trabajos cualificados. Esteban Hernández 12.05.2017 http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-05-12/el-declive-de-las-profesiones-explicado-con-un-caso-practico_1380709/
La universidad era un entorno que parecía regido por
normas propias. En España resultaba particularmente evidente, ya que
muchas cátedras funcionaban como pequeños feudos en los que el titular poseía privilegios no escritos
pero siempre operativos. Había un sentido de pertenencia y una
exigencia de lealtad que cohesionaba al grupo y que lastraba de manera
profunda la posibilidad de que surgiese un pensamiento realmente
interesante.
Para acabar con esas prácticas, o al
menos eso nos contaron, se hacían indispensables reformas profundas, que
fueron puestas en marcha. El problema es que las medidas que se adoptaron distaban mucho de ser las adecuadas. Hemos contado ya las transformaciones
que está sufriendo la universidad anglosajona y las noticias no son
nada halagüeñas. Y menos aún porque son las que se están implantando en
España.
Los
académicos debían ser más emprendedores y convertirse en proveedores de
valor añadido y de servicios orientados hacia lo comercial
Las universidades cambiaron a través de la utilización de técnicas de management
cuyo objetivo consistía en que los académicos “se volvieran más
emprendedores”, participaran activamente en la búsqueda de ingresos y se
convirtieran en proveedores de valor añadido y de servicios orientados
hacia lo comercial. Esto implicaba un progresivo desplazamiento de los ideales tradicionales del profesionalismo, lo que se consiguió mediante técnicas de evaluación del rendimiento desarrolladas por un management musculoso.
La adaptación
Este
tipo de prácticas generaron resistencia porque eran ajenas al mundo
académico y era de suponer que resultarían mal acogidas por aquellos a
los que se les iban a aplicar. Y así ha ocurrido, aunque mucho más de
palabra que por las reacciones que han suscitado. Como cuentan Senia Kalfa, de la Macquarie University, Adrian Wilkinson, de la Griffith University, y Paul J. Gollan, de la University of Wollongong, en el estudio 'The academic game: compliance and resistance in universities', lo usual no ha sido el enfrentamiento, sino la adaptación.
Contamos con un grupo de investigadores con mucha energía. Han tomado la píldora feliz y se han unido a nosotros
Como resume Philip,
uno de los profesores entrevistados para el estudio, “los académicos
que trabajan aquí han aceptado los cambios porque han visto que van en
beneficio suyo y de la universidad. Contamos con un grupo de jóvenes
investigadores con mucha energía. Han tomado la píldora feliz y se han
unido a nosotros porque son conscientes de que contamos con una
trayectoria y tenemos un plan”.
“Sólo lo necesario”
Una
vez que se instalan los mecanismos postburocráticos que implican la
ordenación de la actividad de los profesores e investigadores a partir
de elementos que miden su rendimiento (producción, publicación en
revistas importantes, participación en la estructura universitaria,
estancias en el extranjero, aportación de capital al centro, etc.) la mayoría de los profesores se convierten en disciplinados funcionarios del valor añadido.
Muchos de ellos no están cómodos, pero asumen que es lo que deben hacer
para permanecer en el puesto o conseguir un contrato mejor. A lo máximo
que llegan es a manifestar su descontento pasivamente, evitando
implicarse en todo aquello que no les sea útil. Como señala un profesor
asistente: “Hago solo lo que está en mi lista de prioridades. Les doy lo
que es necesario y sólo lo necesario”.
Ahora me siento en las reuniones y no hablo, es lo más seguro para mí, porque si hablo es probable que me meta en problemas
Otros
optan por no implicarse en absoluto como forma de autoprotección.
“Solía sentarme con mis colegas en mi anterior universidad y teníamos
discusiones enconadas (…) algo que forma parte del debate académico. No sabía que eso no gustaba aquí.
Ahora me siento en las reuniones y no hablo, es lo más seguro para mí,
porque si hablo es probable que me meta en problemas. Es
descorazonador”.
La competición
En
definitiva, existía una aceptación evidente de las nuevas normas, y a
pesar de las quejas que pudieran formularse en tiempos extralaborales,
no se producía un cuestionamiento de las mismas. Según los
investigadores, se había articulado un juego competitivo en el que los
participantes pelean por una serie de posiciones permanentes y estables
mediante la acumulación de capital, ya sea en forma de publicaciones en
revistas, puntuaciones de su enseñanza, etc. Tratan así de superar la
incertidumbre que la competición les causa, y buscan una salida individual en un entorno en el que los perdedores se verán obligados a abandonar el trabajo o a persistir en posiciones precarias.
La única resistencia tenía lugar cuando los profesores recibían una evaluación desfavorable que ponía en peligro su promoción
No existía ninguna contestación colectiva, lo cual era significativo en una profesión tradicionalmente gremial, porque cada uno de ellos estaba pensando en defender su posición.
Tampoco, por supuesto, los sindicatos tenían papel alguno en este
juego, dado el individualismo reinante. La única resistencia, aseguran
los investigadores, tenía lugar cuando los profesores recibían una
evaluación desfavorable que ponía en peligro sus posibilidades de
promoción. Y cuando se ponía en marcha alguna acción de contestación, su
objetivo era mejorar la gestión existente y no ponerla en cuestión.
Un peligro para los demás
Todo
el mundo había interiorizado que la única opción, en un entorno laboral
inseguro, consistía en cumplir las reglas lo mejor posible, es decir,
de la manera más pragmática, de forma que generase algún rédito, ya
fuera en forma de permanencia en el empleo o de ascenso en la escala. Ni
siquiera aquellos profesores mejor situados, por su edad o por su
posición en la academia, optaban por intentar cambiar el sistema
gerencial, y quienes lo hacían eran vistos como un peligro para los demás.
Cada vez hay más personas midiendo el rendimiento y menos realizando las tareas, lo cual es claramente ineficaz para la empresa
En
realidad, como bien han subrayado los expertos en management crítico,
este es un método usual en el entorno laboral contemporáneo. Cada vez
hay más personas midiendo el rendimiento y menos realizando las tareas,
lo cual es claramente ineficaz para la empresa, si de hacer el trabajo
correctamente se trata, pero es muy útil si el objetivo consiste en que
sus empleados sigan las directrices y no generen resistencias. La
evidente individualización a la que obliga esta competencia interna no
parece dejar muchas opciones: o se abandona el juego o se siguen las reglas al pie de la letra.
Este
nuevo orden, pensado para establecer pautas firmes y evitar las
resistencias era necesario si se pretendía que el plan saliera adelante.
Las evaluaciones del rendimiento eran precisas no tanto para comprobar
si cada uno de los profesores cumplía sus funciones como para asegurarse de su fidelidad, forzada o no, al nuevo sistema.
La
prioridad era aumentar ingresos y recortar gastos, no ofrecer una mejor
enseñanza a los alumnos ni producir más conocimiento válido
La
idea de fondo era poner en marcha un modelo cuyo objetivo fuese la
rentabilidad, lo cual chocaba de frente con la idea aceptada de lo que
la universidad debía ser. La prioridad era aumentar ingresos y recortar
gastos, no ofrecer una mejor enseñanza a los alumnos ni producir más
conocimiento válido. Y eso suponía que, en esa transición complicada, los profesores debían ser los primeros que interiorizaran las nuevas normas. La competición y la vigilancia mediante evaluaciones de rendimiento sirven a ese propósito fundamentalmente.
Y ahora, lo peor
El
problema de fondo no es el caso que narran los investigadores, sino que
es una tendencia generalizada, y desde luego no sólo en las
universidades. La mayoría de las profesiones se han convertido en
algo muy distinto de lo que teníamos en mente, porque la prioridad
absoluta es el rendimiento. Eso supone un cambio radical. Si bien
todas las empresas necesitan beneficios para seguir adelante, orientar
todas las acciones hacia la obtención de recursos implica que, en primer
lugar, la tarea se realizará necesariamente de un modo deficiente, que
sólo se funcionará a corto plazo y que las capacidades de los empleados
no podrán ser aprovechadas, al verse constreñidas por instrumentos de
medición que les dejan pocas opciones. En segundo lugar, al convertir
una profesión en un instrumento, negarán aquello que le daba sentido,
con las obvias repercusiones negativas que tiene entre sus usuarios y
clientes. Y, por último, obliga a que las medidas de control se acentúen
para ser verdaderamente eficaces.
Lo malo es que el ejemplo que describen los investigadores no se ciñe a una universidad: abarca a los médicos, la consultoría, el periodismo, la ingeniería y tantas otras profesiones, donde las exigencias de rendimiento están fagocitando las bases del profesionalismo.
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