http://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/prosa-mundo_0_1134487001.html
Cualquier modo realista de pensar al ser humano pasa por considerar su constitución corporal. En el dualismo cartesiano el cuerpo quedó cautivo de la res extensa, de materia desprovista de fines y cualidades intrínsecas, reducido a un objeto más de la naturaleza mecanizada. Y andando el tiempo en simple material biológico al socaire de los caprichos del mercadeo rampante.
Pero la comprensión humana implica, asimismo, atender
nuestra condición de seres necesitados. La constitución corporal nos
torna indigentes. En el ocaso de nuestra cultura, permeada aún por la
lógica de lo útil y de la analgesia, el viejo pragmatismo triunfante
hizo depender nuestra dignidad de las capacidades racionales y de la
calidad de vida, confusión que ha representado una sutil pero descomunal
negligencia. Todo hombre y mujer pasa por situaciones de profunda
dependencia, mayormente en los primeros y en los últimos años de la
vida. Olvidado de esta causa, el paradigma racionalista ha arrojado un
saldo irracional en la deshumanización de nuestros vínculos (y de la
sociedad).
Rehabilitar actitudes como la capacidad de servir y
atender al otro ilumina la compresión de las complejas y dramáticas
circunstancias en las que se desenvuelve toda experiencia vital. Meditar
seriamente sobre el sentido de la vida, del dolor o de la muerte, abre
perspectivas novedosas en la dimensión de nuestras relaciones
interpersonales. Estamos unidos por el dolor y no hay modo de soportar
las durezas de este mundo si no es creciendo y caminando juntos. La
amistad no es sólo una fuente de consuelo, puede ser también su
resultado. Pero en la cultura analgésica, cuanto más incapaces hemos
sido de soportar el padecimiento propio, más insoportable se ha vuelto
el sufrimiento ajeno.
Desde Descartes se ha perseguido una perniciosa
ficción: que cada cual llegara a bastarse a sí mismo, que desde sus
propios límites consiguiera ser principio y fuente de conocimiento, de
realidad y de moralidad. La modernidad erró su tiro cuando perdió de
vista que los demás no son completamente otros, distintos y rivales de
la propia subjetividad, sino que de alguna manera nos estructuran.
Necesitamos de los otros para construirnos. También para apearnos de
este mundo. Los otros no son óbice sino fuente de autorrealización.
Siendo diferentes, cuando nos vinculamos a ellos posibilitan que se
amplíen nuestros horizontes. Sin ellos no hay posibilidad de plenitud.
Además de animales racionales y dependientes -en palabras de MacIntyre-,
somos seres vinculados a otros, y ello fundamenta la amistad, la
benevolencia y la empatía con su humanidad. Es del mundo de la vida, del
ámbito de las relaciones, del fluir cotidiano, con sus amistades y
ayudas, de donde mana todo significado y brota la posibilidad de gozar
la vida con consciencia y dignidad a pesar de la dureza de su prosa.
Reivindico la energía que emerge de las relaciones basadas en el
servicio, la confianza y la compasión. Cuando muchos creyeron que se
trataba de una abstracción engañosa, un rumor de aguas subterráneas vino
a sugerir que, más allá del poder o del dinero, hay un medio de
intercambio más fecundo para ese mundo vital: la marginada generosidad,
que de hecho rige la reciprocidad de las relaciones auténticas. Hay
verbos que expresan los valores emergentes de esta nueva sensibilidad. Y
el verbo cuidar posee suficiente riqueza antropológica para atender,
respetar y ayudar sin molestar, sin irrupción agreste en la realidad del
otro.
Aunque el Estado de bienestar ignoró a la familia
como fuente radical de bienestar humano, los sistemas sanitarios
comienzan -no sin cierta ironía sofoclea- una apuesta de colaboración
con el entorno familiar como espacio idóneo para los cuidados del final
de la vida. Como botón sirva la muestra del semanario británico The Economist sobre
este capítulo en su última edición digital de marzo que, no exenta de
polémica, constituye un excelente texto de partida para el debate.
La tecnología sanitaria se ofrece a superar el hospitalocentrismo
en patologías crónicas. Algunos servicios médicos se tornarán remotos
-a través de videoconferencia o chat- o asíncronos -mediante
intercambios de mensajes por correo electrónico o por redes sociales-.
La digitalización es un imperativo en sanidad que, sin embargo, puede
contemplarse como una oportunidad. Las nuevas tecnologías de
monitorización remota enriquecerán el arsenal médico, facilitarán las
interacciones con el enfermo o las personas a su cuidado, quienes
dispondrán de mayor diversidad de servicios. Pero más allá de ofertas
tecnológicas, lo que para entonces tal vez colme de sentido un corazón
que pierde su latido sea la compañía y el cuidado de aquellos que otrora
entretejieron la urdimbre de su vida.
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