Xosé Manuel Pereiro 17/12/2024
Estoy orgulloso de lo que soy en CTXT, entre otras cosas porque sé que, más pronto que tarde, el periodismo será como se hace aquí o no será exactamente periodismo
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Al contrario de lo que me pasa con los síntomas que mencionan los prospectos de los medicamentos, con cuya inmensa mayoría me identifico, no me reconozco en las cualidades que se le atribuyen a un periodista: no soy especialmente curioso, me cuesta interaccionar con la gente –soy tímido, vamos– y no sé si por vago y/o por gallego tengo más vocación de narrador oral que escrito. Eso sí, devoro tanto por los ojos como por las orejas. Escapando de un destino científico en el que me había empecinado irreflexivamente, recalé en el periodismo como pude haber arribado a cualquier otra cosa que tuviese alguna relación con la vida y con la lectura.
En resumen, no tenía ni un asomo de eso que llaman vocación, caso de que exista, y si tengo el oficio que tengo es posiblemente más por casualidad que por otra cosa. Pero hoy no creo que lo haya mejor. Por muy bajo que estés en el escalafón, puedes intentar escuchar las quejas de los agraviados y darles voz, o aspirar a contrastar las soflamas de los poderosos y tratar de ponerles los filtros de la razón y de la verdad. No es solo pretender dejar el mundo una brizna mejor de lo que lo encontraste, o al menos no estropearlo, es poder ver cosas que nunca te habrías imaginado y oír historias que nunca se te habrían ocurrido, y contarlas lo mejor posible. En el mejor resumen posible, el de David Carr, un referente del New York Times al que el periodismo le salvó de ser un yonqui de esquina, “quizá no cambies de coche tantas veces como quisieras, pero es mejor que trabajar”.
La mayor parte de mi vida profesional la pasé en medios –TVE, El País–en los que la calidad se apreciaba, o por lo menos no se menospreciaba, y en tiempos en los que las cabeceras tenían línea editorial sobre si el vaso estaba medio lleno o medio vacío, pero no negaban la existencia del vaso o afirmaban que era una botella. No sé si hubo una edad dorada del periodismo, pero, desde luego, la actual es gris panza de burro. Yo tuve la suerte, o la desgracia, de asistir a ese proceso de alquimia degenerativa en el que lo que parecía oro se convirtió en plomo.
Podemos echarle la culpa a la crisis económica, a la profesional, a la ludopatía bursátil, a internet, a querer manejar los poderes en lugar de controlarlos, a que la alfabetización está sobrevalorada o al cha-cha-chá. Pero no negar lo obvio. No quiero que lo importante nos distraiga de lo urgente, pero si ahora buena parte de los medios son máquinas del fango es porque antes todos se habían depauperado profesionalmente, en todos los aspectos, no sólo en el económico. Me ahorro describir la situación, porque en esta casa clamar contra ese estado de cosas es el rayo que no cesa.
En todos estos años, una serie de cómplices habíamos sorteado las malas rachas –nunca fue oro todo lo que relucía– con publicaciones de guerrilla, de estructura más que precaria, aunque de aspecto aparente (siguiendo los consejos de Onassis: “Vive en un buen edificio, aunque sea en el sótano”). A finales de 2013 acabábamos de lanzar el último artefacto de lo que habíamos dado en llamar “periodismo portátil” (pese a ser una revista impresa, Luzes) y nos dábamos la razón mirando que se hacían cosas así en el mundo civilizado, occidental y cristiano, como NY. E incluso en Madrid, como leí en un reportaje de un medio internacional: una serie de gente, de aspecto tan (o tan poco) formal y profesional como nosotros aparecían reunidos en torno a una mesa, en el ya mítico “Saloncito” (que tampoco es tan “saloncito”) y todo lo que decían era exactamente lo que pensábamos: la actualidad está sobrevalorada (era nuestro lema), las noticias de 60 líneas no cuentan nada, el contexto lo es todo (aunque la forma también importa) … Como quería el Albert Camus periodista, lo importante no es contar algo primero, es contarlo mejor. Se trataba de aprovechar que la prensa (de la televisión ya ni hablamos) atravesaba su peor momento: ejercer el periodismo era una oportunidad y una necesidad.
Confieso otra carencia profesional: la ambición. A cambio, en ocasiones tengo envidia: yo quería formar parte de aquella banda. Vi que por allí merodeaba un amigo, Guillem Martínez (pero ya saben, la timidez, esa excusa para la inacción) y después vi que firmaba otro gallego (“si ya tienen a alguien de aquí no voy yo a…”). No sé quién me cooptó. Creo que fue a través de Mercedes de Pablos, una amiga común mía y de Gerardo Tecé, aunque sé que Soledad Gallego allanó el camino y Magda Mora me refrendó. Tampoco recuerdo las primeras cosas que escribí (ni quiero recordarlas, seguro que eran mejores que las actuales, o no estaría aquí).
Así fue como acabé en la tribu CTXT. Creo que el concepto exacto es incrustado. Agazapado en círculos de sabios donde piden tu opinión, aunque tus procesos mentales de análisis vayan habitualmente muy por detrás de tu expresión oral. Incluso en grupos de whatsapp de orden interno, de esos que si vas a descargar el lavavajillas te encuentras con un par de cientos de mensajes sin leer. En CTXT nunca me han dicho que no a una propuesta (aunque tampoco es que me prodigue) y he conocido a gente que ya admiraba y a otra que he aprendido a admirar (como estas cosas suelen convertirse en una sociedad de bombos mutuos, me limitaré a citar a la troika dirigente y al querido Luis Felipe Torrente, el hombre tranquilo). Y cómo no, he participado en conspiraciones (a favor del caos y la subversión, por supuesto). Todo esto se ha cocido, además de en las consabidas videollamadas, en actos-party, en el Teatro del Barrio, en el Pazo de Mariñán, en el Candela (“lo que pasa en el Candela no sale del Candela”).
Los periodistas usamos unos criterios internos propios, distintos de la frecuencia en cambiar de coche o del grado en el escalafón. Yo estoy enormemente orgulloso de lo que soy en CTXT, entre otras cosas porque sé que, más pronto que tarde, el periodismo será como se hace en CTXT o no será exactamente periodismo.
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Xosé Manuel Pereiro es colaborador y consejero editorial vitalicio de CTXT.
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