Por su programa político, Pablo Iglesias es el idóneo para que muchos poderosos vean en él al rival. Por su apariencia, con el pelo largo, sin traje ni corbata, hace tiempo que vieron motivos para caricaturizar aún más al ser malvado, peligroso e inconveniente. Y ya cuando ha logrado ser vicepresidente de España… ¡Hasta ahí podíamos llegar! Hay sectores que van a por Iglesias y no están dispuestos a parar hasta que consigan hacerle morder el polvo.
Pablo Iglesias, como todos, se ha equivocado, se equivoca y se equivocará, pero ese reduccionismo de señalarle como la personificación del mal y tratar de amargarle la vida a él y a su familia no es de recibo. Como dirigente, justo es que a Iglesias le hagan oposición política y que esté expuesto al derecho de manifestación de los disconformes, pero otra cosa es el hostigamiento personal inaceptable en su vivienda. El señalamiento, los insultos y amenazas, incluso cuando el líder de Podemos está con sus niños, son fascismo y un intento de machacarle como rival político y como persona.
Van ya meses en los que, junto a una casa, en la que hay tres menores, se suceden las concentraciones insultando, amenazando o intimidando. Salen unos días fuera de Madrid y les vuelven a señalar. A los padres, por ser del partido rival, considerado el eje del mal. Los niños pagan por ser hijos de quienes son. Alguno de estos pequeños ya fue imagen publicada cuando era una simple ecografía. El despropósito llega a que unos niños paguen por la profesión o ideas políticas de sus progenitores, que ellos no han decidido. Seguro que los defensores de la familia lo pueden entender.
Un hostigamiento familiar así no es aceptable en ningún caso. Con menores de por medio, aún menos. A Pablo Iglesias, como a todos, hay que cuestionarle por sus actuaciones en un partido político o en el gobierno, pero no acosarle en su vida en familia. Así que detengan esto y, si no lo paran, es la autoridad competente quien lo debe parar. Evitemos males mayores y llevemos la necesaria crítica política a los cauces adecuados. Supongo que esto lo entienden hasta aquellos que dicen que sin Pablo Iglesias se acabarían todos nuestros problemas.

6+  eldiario.es    Violeta Assiego  18 de agosto de 2020
Quien ejerce el linchamiento no tienen ningún interés en acceder a un juicio justo, no quiere que haya proporcionalidad en el castigo, tampoco pretende ni comprender las circunstancias, no busca el debate, busca la acción (inútilmente) ejemplarizante o sencillamente de desahogo

Los escraches en España siempre caminaron sobre una delgada y fina línea. Esa que se queda cuando se importa una forma de protesta a un contexto para el que no fue ideada. Los escraches legítimos y necesarios surgieron en Argentina ante la impunidad de los genocidas, eran "una forma noble de hacer justicia debatida a lo largo de varios meses cuando no se podía acceder a la justicia por el Estado" (en palabras de Rita Segato). Una forma de justicia a la que precedía un periodo de asamblea, de debate, de análisis y de preparación de meses en los que se corroboraba colectivamente que era la única alternativa de que los criminales no quedarán impunes socialmente. Aquel escrache tenía, de forma premeditada, muy poco de espontáneo pues se trataba de evitar caer fácilmente en el linchamiento. Los escraches originarios a los genocidas eran la única forma de 'denuncia y reparación' a la que tenían acceso las víctimas de aquellos crímenes fascistas ante la falta de respuesta legal y judicial para acabar con la impunidad. El escrache era una forma de sanar colectiva y pacíficamente, de atraer más democracia (...)