http://www.ecorepublicano.es/2013/09/15m-herederos-de-la-insuficiencia.html
Las concentraciones que tuvieron como punto de partida el 15M fueron el primer gran síntoma de agotamiento del sistema político español, surgido tras la muerte del dictador Francisco Franco. Las grandes movilizaciones que se produjeron a raíz de ese día fueron el grito de alarma de una sociedad que divisaba el precipicio hacia el que nos llevaba la respuesta política institucional a la crisis. Se trató de un gran temblor, de un enorme estremecimiento colectivo, de una representación simbólica de que las respuestas a la crisis y a sus consecuencias debían guiarse por el interés general, por la preservación de lo colectivo. Quienes veían los primeros recortes y las terribles consecuencias que tenían decidieron doblar su apuesta por lo público, defender lo repúblico.
Emilio Silva |
Articulado durante los años de una transición ejemplarmente embalsamada, nuestro sistema político permitió a las élites franquistas ingresar en la democracia sin que la conservación de sus privilegios generase conflicto con el ejercicio de las libertades. Para ello, los diseñadores de la recuperada democracia, eligieron una ley electoral que garantizaba un bipartidismo en el que ninguna de las formaciones políticas con opciones de Gobierno planteara conflictos con respecto a una estructura social heredada del franquismo. También durmió durante años una izquierda, que dedicó enormes esfuerzos a la conquista del poder institucional, abandonando el poder de cambio que existe en los movimientos sociales.
Durante las primeras tres décadas de la retornada democracia el sistema político compensó sus carencias democráticas con un desarrollo económico sin precedentes. Una sociedad en la que millones de ciudadanos habían conocido el hambre, la penuria, ingresó en la sociedad de consumo con los brazos abiertos. Desaparecieron los niños que pegaban su cara en la ventanilla de un coche para ver el cuentakilómetros y pasamos a poblar nuestra geografía con todas las grandes marcas del mundo consumista.
Así la sociedad española fue avanzando en su recuperada democracia, dentro del molde del consenso que siempre beneficia a la élite, con una monarquía legitimada artificialmente y dejando en sus márgenes numerosa representación política de ideas políticas, culturales o mediáticas. Los franquistas que ostentaban privilegios no escatimaron en medios para garantizar la consolidación de un sistema político que no les causara problemas. Para ello, por ejemplo, impidieron que fueran legalizados, para las elecciones de 1977, los partidos políticos abiertamente republicanos o situados a la izquierda del PCE, que apostó por la reconciliación nacional, votó favorablemente la ley de amnistía y renunció a la reivindicación de la república.
El avance de los años ochenta culmina con un cambio de modelo. Hasta entonces el panteón civil está ocupado por personajes de la cultura; poetas regresados del exilio, algún político y algún músico que rompe los moldes de una España gris que agoniza en las formas pero no en los contenidos. Pero la transformación económica fue acompañada por una acción política que fomenta un nuevo modelo. El lenguaje se fue llenando de términos económicos, los telediarios dan información diría del mercado financiero y Mario Conde irrumpe en la vida pública para convertirse en el modelo a imitar. Los padres que viven la llegada de un hijo o una hija a la universidad, como una justa victoria histórica, amplían sus ansias al deseo de que sus descendientes consigan triunfos económicos y puedan protagonizar la era yuppie.
La caída del muro de Berlín aceleró el proceso de integración económica paralelo al de desintegra-
ción cultural. El sujeto con aspiraciones culturales, académicas y sociales se transforma en un consumidor aspirante a conquistar los máximos bienes del mercado. La cultura se desvaloriza, deja de ser un elemento de prestigio social y eso conlleva el deterioro de las cualidades de nuestra democracia.
ción cultural. El sujeto con aspiraciones culturales, académicas y sociales se transforma en un consumidor aspirante a conquistar los máximos bienes del mercado. La cultura se desvaloriza, deja de ser un elemento de prestigio social y eso conlleva el deterioro de las cualidades de nuestra democracia.
Así se extiende como norma una precariedad cultural que fomenta la ignorancia y permite el ascenso de una clase política inculta y acomplejada. Su principal representante es José María Aznar; el mismo que es entrevistado por Fernándo Sánchez Dragó para fingir una cultura de la que carece o piensa que la foto de la Azores saca al estado español del ostracismo secular.
La economía en los noventa sigue poniendo un velo que esconde las carencias de nuestras libertades. La burbuja inmobiliaria es una más de las burbujas que ha construido nuestra élite en estos años. La llegada de algunos españoles dedicados al negocio inmobiliario, a la lista de los hombres más ricos del planeta, era exhibida como un triunfo colectivo.
En esos años la sociedad permanecía adormecida, incapaz de generalizar conflictos políticos, en parte anestesiada por los efectos directos, indirectos o aspiracionales de la opulencia. En esas décadas apenas hubo conflictos sociales frontales: la insumisión fue uno de los más interesantes. Pero desde un punto de vista intelectual, estar dentro de los márgenes suponía renunciar al conflicto, con el mismo espíritu de consenso ejemplar con el que presume la élite que protagonizó la transición. Los intelectuales “aguafiestas” estaban condenados a espacios marginales, en una sociedad que durante décadas no marginaba esos discursos sino que los ocultaba.
El 15M fue un punto de inflexión, de politización, de desobediencia, de creativo desorden. Asustó a viejos militantes de izquierda que no entendían ese nuevo ejercicio de la cultura política, abrió la cabeza de miles de jóvenes, pero fue un ejercicio de responsabilidad colectiva; miles de ciudadanos que reclaman nuevas herramientas para su participación política.
En estos dos años la crisis política se ha hecho más profunda, condicionada para el cambio de mirada que ha supuesto la búsqueda del lado oscuro de la fuerza política. Quienes gobiernan no pueden, ni utilizando sus medios de comunicación de masas, salvar sus muebles. La sensación de que asistimos al fin de un modelo político se generaliza.
La crisis se ha extendido a unos poderes del Estado que han podido camuflar sus deficiencias tras el velo del crecimiento económico, con Olimpiadas, Exposiciones Universales, trenes de Alta Velocidad y lluvia de Fondos Europeos.
Pero ahora se han visto las falsas costuras, los privilegios, las desigualdades ante la justicia, la corrupción, la falta de conflicto de amplios sectores de la clase política con los grandes intereses económicos, la falta de límites en la depredación del capitalismo local, el papel mojado con el que se escribieron los artículos de la Constitución que garantizan derechos, la irrelevancia como compromiso de los programas electorales, la elección del poder de no tocar los grandes privilegios o cómo la clase dirigente abandona su papel de protector social que ocupan con gusto y eficiencia los movimientos sociales.
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