26/4/2025
Querida comunidad contextataria,
Comparto algunas reflexiones que me dan vueltas hace unos días, en momentos turbulentos en que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
En el libro Espacios del capitalismo global, el geógrafo marxista David Harvey propone una triple división del espacio-tiempo en el capitalismo, como absoluto, relativo o relacional. Si absoluto es el espacio-tiempo de la propiedad (y el statu quo), el segundo introduce el movimiento de capital y trabajo, y el tercero las posibilidades de cambio y transformación. El espacio-tiempo relacional incluye la dimensión de las emociones, la subjetividad y la imaginación acerca de nuevos futuros (el principio esperanza, diría Bloch).
Hay momentos en que el tiempo histórico se acelera. También podríamos decir que se comprime, porque en pocas semanas suceden acontecimientos de tal magnitud que no habían ocurrido en décadas (Lenin dixit). El tiempo no es lineal: salta, empuja hacia adelante y hacia atrás, a veces se mueve en diagonal. Este tiempo-espacio que vivimos está marcado por convulsiones y cambios bruscos, fracturas y encrucijadas.
Hace cinco años, comenzábamos a transitar una pandemia cuyas repercusiones espacio-temporales aún se nos escapaban. Desde entonces, vivimos un encadenamiento de múltiples crisis. La crisis pandémica expuso una crisis del trabajo –del trabajo “esencial” y el de cuidados–, sin el cual no se mueve el mundo. Un trabajo marcado por la precariedad, la racialización y la feminización. A su vez, el cierre de los espacios nacionales con fines inmunitarios interrumpió la fluidez de las cadenas de valor globales. Las contradicciones entre diferentes espacios y tiempos del capital quedaban al descubierto.
A esa crisis le siguió otra, con picos inflacionarios y caída del poder de compra para la mayoría del pueblo trabajador. Mientras tanto, algunos súper ricos como Elon Musk y Jeff Bezos aumentaban sus beneficios de forma demencial. Y cuando esto no había terminado, la guerra de Ucrania volvió a situar la conflagración militar en territorio europeo. Esta alimentó nuevas crisis: crisis energética y nuevas tensiones geopolíticas. El intolerable genocidio en Palestina terminó de develar la barbarie que se oculta detrás de la retórica civilizatoria de Occidente y el “jardín europeo”. El crecimiento de las nuevas derechas y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca (hace poco más de cien días) fueron una expresión monstruosa de esas tendencias y también su amplificación. El huracán trumpista ha sacudido nuevamente el tablero global e incrementado la descomposición del orden neoliberal.
Ahora bien, hasta aquí el relato puede sonar a catástrofe, fatalidad o distopía. Un tiempo cerrado sin alternativas, donde solo quedaría la resignación. Así, por lo menos, lo presentan quienes alimentan las hipótesis del mal menor. Desde ese punto de vista, el incremento histórico de los gastos militares (algo que ya había ocurrido en los presupuestos españoles de 2023 y ahora se refuerza) sería la única opción. Pero la aceptación del “mal menor” frente a un “mal mayor” solo normaliza y justifica lo que sigue siendo un verdadero mal.
En un sentido opuesto, no está de más insistir con la idea de que los trumpistas no son todopoderosos ni encarnan “las fuerzas del cielo” (como le gusta pensar a Milei en Argentina). Su mayor fortaleza surge, más bien, de que profetas de la resignación les abren el camino, mientras las burocracias se encargan de fragmentar y pasivizar un descontento extendido.
Los redoblados choques entre potencias, como parte de una lógica de “imperialismo recargado” y nuevos nacionalismos, plantean la necesidad de reforzar una mirada internacionalista. Porque cuando las lógicas de la guerra y el capital rompen la evolución lineal del tiempo histórico, en las grietas abiertas puede emerger una nueva resistencia. Lo vimos con el poderoso movimiento en solidaridad con Palestina que surgió en las universidades de los países más ricos, o en las tendencias de la movilización que hemos visto resurgir una y otra vez en varios países. Eso es lo que temen. Porque en esos momentos el diablo mete la cola, y la lucha de clases puede abrir la posibilidad de una temporalidad alternativa. Un espacio donde el tiempo de la vida y el trabajo común no sea expropiado por unos pocos, sino que sea puesto en función de las necesidades de todos. A ver si estos tiempos turbulentos abren paso a ese camino.
Un abrazo,
Josefina
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